Piratas de la oscuridad
Juan Urbano estaba sentado en una terraza del paseo de Rosales, tenía en las manos un libro de Pablo Neruda y al leer su Oda a la energía se acordó de lo que pasaba antes cuando se marchaba la luz y lo comparó con todo lo que ocurría ahora. Con la palabra "antes", Juan no se refería a un tiempo concreto, sino a una edad difusa, esa que llamamos "la infancia", y se dio cuenta de que por aquel entonces cuando la ciudad se quedaba a oscuras se parecía mucho más al poema de Neruda que a los apagones que había sufrido Madrid estos días.
Claro, porque para el niño las habitaciones en tinieblas y la llama de las velas o los quinqués encendidos eran una aventura, un suceso de aroma romántico que parecía transformar la realidad para convertirla en una representación y los espacios conocidos en lugares misteriosos. Aún se acordaba de esos segundos en que todos se miraban unos a otros como si se vieran por primera vez.
Ahora, desde la altura de sus años, Juan lo veía, naturalmente, de otro modo. Los incendios en cuatro instalaciones eléctricas, las personas en sombras, los cortocircuitos y, sobre todo, los riesgos que la falta de electricidad suponen para los pacientes de los hospitales, ya no le parecían una aventura, sino un suceso, y en lugar de palabras de poemas de Neruda, los periódicos usaban otras mucho más preocupantes: bomberos, desalojos, intoxicaciones... Aunque, en el fondo, ¿no eran todas esas páginas de los diarios y aquel poema lo mismo?
Claro, una oda a la energía, sólo que hecha desde el lamento en lugar de desde la celebración. "Es que tal vez eso sea lo que ha cambiado en nuestro mundo", pensó Juan Urbano: "que antes se valoraba lo que se tenía y hoy sólo se valora lo que se pierde."
Lo de los hospitales es, desde luego, un síntoma tan rotundo de nuestra dependencia de la energía, que a Juan estuvo a punto de venírsele a la boca la palabra "dantesco", que detesta casi tanto como "surrealista" o "kafkiano". Se contuvo, pero, en cualquier caso, hay que ver con el problema de los sanatorios: operaciones quirúrgicas suspendidas, análisis que no pueden hacerse porque al irse la luz se pierden los resultados, tratamientos de radioterapia que se deben aplazar, máquinas de rayos X y equipos para hacer ecografías o resonancias magnéticas estropeados, enfermos a los que no pueden ser trasladados porque no funcionan los ascensores, laboratorios donde se pierden las pruebas realizadas a los enfermos, personas convalecientes a las que no se puede dar de comer porque no funcionan los hornos, a las que no se puede cambiar el pijama o la ropa de cama porque las lavadoras tampoco marchan o que se mueren de calor porque los aparatos de aire acondicionado no responden... La verdad es que si todas esas máquinas hubieran existido en tiempos de El Bosco, las habría metido en su cuadro.
Juan pagó su consumición y se fue a casa con andares melancólicos. El asunto del apagón en Madrid le hizo ver que tal vez la vida consiste en adquirir conciencia de las cosas y ver hospitales y gente que sufre en donde antes se veían islas, selvas y piratas que, sin duda, estaban a punto de surgir de la oscuridad.
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