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TOUR 2006 | Decimoquinta etapa

Carlos Sastre, el metrónomo de Ávila, a 15s del podio

Carlos Arribas

Floyd Landis tiene una calculadora por cabeza, un disco duro de ordenador que le repetía ayer, martilleándole las sienes durante los 38m 34s de la ascensión a Alpe d'Huez -un minuto menos que Armstrong en la cronoescalada de hace dos años-, que Kloden, el maillot magenta que le abría paso entre las masas de holandeses borrachos, había tenido su mal día en los Pirineos; que Leipheimer había patinado en la contrarreloj; que Sastre y Evans, dos metrónomos, no han tenido días especialmente malos pero que tampoco los tienen superlativamente, temiblemente, buenos; que Menchov, el ruso que trepa y llanea, estaba pasándolo mal en esos mismos momentos. Y también le decía que con ese panorama, Kloden no sólo le abría camino hacia la meta, también le abría la puerta del Tour, de su Tour.

Sastre, detrás, tiene piernas largas y regularidad de metrónomo. Pero también tiene corazón, sangre en las venas, y ambición. También es consciente de su singularidad, un abulense de la tierra del granito metido en un equipo danés. Hubo un momento, al principio de la etapa, en que ayudó a su compañero Frank Schleck -ciclista nacido en 1980, de la generación de Valverde que también, como el murciano, muestra excepcionales dotes para las clásicas y para las pruebas por etapas- a conseguir la difícil gesta de dejar su sello en el Tour en un lugar en que ningún otro luxemburgués lo había hecho antes, ni Faber ni Frantz, los héroes de principios de siglo, ni Charly Gaul, el mito de los años de Bahamontes: ganar en Alpe d'Huez, una cumbre que inauguró Coppi en 1952. "Sí", cuenta Sastre, "ya estaban en la fuga mis compañeros Voigt y Zabriskie, pero en un repecho le dije a Frank, quien en principio estaba para acompañarme en la última subida, que se fuera, venga, venga, que aprovechara la oportunidad".

El gesto generoso le valió a Sastre tener que hacer prácticamente solo la subida a Alpe d'Huez. A su ritmo. Hubo un momento, en la parte central de la ascensión, en que parecía que acabaría juntándose a Kloden y Landis, pero cometió el error de cambiar de ritmo, de sprintar, cuando Kloden aceleró a 4,5 kilómetros del final. Por metros perdió la rueda. La ruina. "Sí", es una pena. "Pero tampoco yo iba para tirar cohetes. Hay pocas diferencias porque todos vamos ya muy justitos, pero para mí es importante saber que lo doy todo y que sigo ahí". Pese a encontrarse a 15 segundos del tercero, en el grupo de cinco, entre el tercero y el séptimo, comprimidos en un minuto, Sastre sigue sin hablar de objetivos. Sólo dice, buen castellano pegado a la tierra, que cada día lo dará todo y ya verá hasta donde puede llegar con eso.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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