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Columna
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Agenda G-8

Manuel Vicent

En el museo del Ermitage, antiguo Palacio de Invierno de los zares en San Petersburgo, viven cien gatos con cargo al presupuesto nacional. Durante el día se pasean a sus anchas por las salas y escalinatas con mucha elegancia, saltan por los muebles antiguos e incluso trepan hasta las lámparas haciendo tintinear las mil lágrimas de vidrio o pasan las horas dormidos a los pies de un Rembrandt, de un Matisse o de cualquier escultura egipcia. La dirección del museo los tiene sometidos a una dieta de hambre con el propósito de que alimenten sólo de ratas. La jornada laboral de estos gatos comienza cuando las manadas de turistas ya se han ido y el Ermitage queda sumamente fatigado a merced de la noche. La mayoría de los visitantes de este museo no tiene otro interés que el simple hecho de poder contar que ha estado allí y aunque muchos quedan absortos ante algunos cuadros famosos, es muy dificil que su amor a la pintura pueda superar a la pasión que experimentan las ratas por algunas obras de arte. En medio de la oscuridad las ratas, guiadas por el instinto, saben donde se halla la belleza más excelsa. Las hay expertas en pintura del siglo XVII, a otras les atraen los artistas de vanguardia, pero ninguna rata es diletante como suelen ser los críticos o dubitativa como algunos coleccionistas que le dan muchas vueltas antes de decidirse a comprar: ellas van directamente al fondo de la cuestión, les gustan los oleos y se los zampan, aunque algunas prefieren roer un tapiz gobelino . A las ratas les gusta el arte y a los gatos les gustan las ratas, así se cierra el círculo. Entre estas fuerzas antagónicas se realiza un combate semejante al que se produjo en ese Palacio de Invierno durante un famoso octubre revolucionario, si bien en este caso queda por dilucidar quienes son los zares y quienes constituyen el pueblo armado. Un regimiento de ratas sale cada noche de sus madrigueras con el rabo lleno de sensibilidad estética dispuesto a degustar la belleza. Cuando algunas se están comiendo un Rembrandt entran en acción los gatos. Las ratas huyen en busca de refugio, pero no todas lo consiguen. Algunas llevaban ya en el estómago partículas de óleo con varias briznas de lienzo en el momento de ser devoradas. A la mañana siguiente, después de este combate dialéctico, los gatos se pasean victoriosos por las salas o duermen al pie de su cuadro preferido y los turistas los contemplan sin saber que alguno está degiriendo parte de un Rembrandt que consiguió después de comerse a una rata.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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