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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El eclipse de un éxito

Una ventaja de las efemérides es que también se olvidan, pues de otro modo no daríamos abasto para celebrarlas. La visita del Papa es ya historia doméstica, aunque todavía colea algo por la descomunal trola del millón y medio de peregrinos, que nunca fueron la mitad de la mitad, y el cabreo que sembró en el gremio hostelero equipado para atender a una multitud que nunca hubo y que, además, optó por el ascetismo: solo agua, y del grifo. Suponemos que esta recortada afluencia se colmaría con la proyección mediática en el orbe católico, aunque en este aspecto tampoco habría que hacerse muchas ilusiones, o no tantas al menos como han alentado los organizadores del evento, más atentos aparentemente a la mercadotecnia que al contenido pastoral del viaje.

En realidad, lo que no decepcionó, sino todo lo contrario, fue Benedicto XVI mediante la imagen ligeramente tímida, cálida y comunicativa que se percibió, tan distante de la implacable que delata buena parte de su biografía. Y además, con su discurso, ajeno a las asperezas e intransigencias que practica la mies del PP. Incluso quienes no le esperaban han de admitir que a lo largo de las 26 horas con que Su Santidad nos honró lo único que chirrió fue el derroche y el estado de sitio en que sumieron a la ciudad quienes da la impresión de que no han agotado la transición hacia la democracia. Pero eso no es imputable al eminente huésped.

No obstante estos reparos, en los que ciertamente no se ha abundado desde los medios de comunicación, el fasto papal hubiera sido un hito insólito de no haberse solapado la catástrofe del metro con su estela de muertos y heridos. La fatalidad, el destino o un inescrutable designio de la providencia sumieron a Valencia en el luto al tiempo que la situaban en la órbita de una actualidad no deseada. El Encuentro Mundial de las Familias se ha producido y disuelto sin eco comparable o en todo caso ahogado por la onda de ese otro estruendo con tal bagaje de víctimas y corolario político. Resulta difícil imaginar peor contraste para el Gobierno autonómico en el estrecho marco de una semana.

Y en eso estamos. El Consell habrá de avenirse a una comisión parlamentaria de investigación para averiguar las causas del descarrilamiento. No ha podido evitarlo, aunque malditas ganas que tiene de que este asunto se prolongue y se explote políticamente poniendo el énfasis en la falta de inversiones más que en una eventual imprudencia o en un accidente "fortuito". Tales pesquisas y su puesta en escena son parte del infortunio que le espera y que, por una vez, lo tiene contra las cuerdas por más que proclame estar libre de culpa. Para su desgracia, no le abruman los argumentos de la oposición -que cumple su cometido-, sino el balance de las víctimas, ante el que no hay forma de salirse de rositas asegurando que yo no he sido, o cosa parecida.

Tampoco es extraño que al Gobierno le crezcan los enanos en trances como éste, cual acontece con las movilizaciones de UGT y CCOO cuando todavía no se ha puesto en marcha la aludida investigación. No cuestionamos la bondad de sus propósitos, pero no creemos que esté justificado este acoso ahora, que más parece una acción concertada con la oposición y con propósito meramente desestabilizador. El oportunismo político no siempre es rentable. Como mínimo habría que esperar a constatar cómo ese ha desatendido la seguridad del metro y cuántas veces, además de cómo fue requerida la Administración en contrapunto a otros de sus dispendios espectaculares.

Pero no todo es negativo para el Gobierno. No ha dimitido por ahora el consejero de Infraestructuras y Transporte, José Ramón García Antón, lo que puede significar una victoria pírrica; nadie puede poner en duda la rapidez de reflejos y eficacia con que ha actuado el Consell tramitando las ayudas a las familias damnificadas, lo que no es un aspecto baladí si nos atenemos a otros trances en los que la demora ha lindado con el olvido; por último, el verano y la atonía política que conlleva es probable que alivien la crítica y permitan que el presidente Francisco Camps y su gabinete recobren alientos. En estos momentos están groguis, como nunca lo han estado en estos once años de hegemonía. El cambio, se diría.

PRESIÓN INMOBILIARIA

La última minicrisis del Consell sólo tuvo por objeto reducir la tensión crítica que suscitaba la Consejería de Territorio y Vivienda. El discurso de los PAI y campos de golf había entrado en barrena. Procedía hablar de verde y de medioambiente. Al sector del ladrillo se le hizo saber que aplazase sus proyectos. Pero no lo ha hecho, se ha limitado a cambiar de táctica. Ahora son los alcaldes de todos los colores quienes apremian al citado departamento debidamente estimulados por los promotores inmobiliarios. Dicho sea en términos generales y sabido de buena fuente. A ver cuánto resiste la política en vigor de la sandía ecológica.

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