El 'sprint' final
Hace ya unos años, este periodista convenció a una revista de viajes sobre la pertinencia de un reportaje titulado El Montreal de Leonard Cohen.
Desdichadamente, en Montreal la idea no tuvo la misma acogida. Las autoridades de Québec proporcionaron apoyo pero sugirieron con firmeza que Cohen, anglófono, no podía considerarse representante cabal de la ciudad, "sería mejor hacerlo con Robert Charlebois". En la comunidad judía de Montreal, las objeciones fueron otras: antiguos vecinos de la familia Cohen salían corriendo, hasta protestaban si tomábamos fotos del barrio. Por lo que pude intuir, daba lo mismo que el cantante fuera un fiel sionista o que cumpliera algunos rituales hebreos: antes de nada, era un réprobo que se había entregado a los placeres mundanos ¡y lo había cantado!
El hallarse en una relativa ruina a los 71 años ha impulsado la productividad de Cohen
Lo que mató finalmente el reportaje fue la no comparecencia de Leonard Cohen en Montreal, donde mantiene una casa discreta y pasa breves temporadas. Se había pactado su viaje con Kelley Lynch, su representante, pero ésta ni siquiera se disculpó por el plantón. Uno sabe que no es casualidad que algunos artistas tengan horribles managers pero el bondadoso Cohen no encajaba con semejante criatura: el pasado año, se supo que Lynch -en compañía del contable- había vaciado la caja de Cohen, incluyendo los millones provenientes de la venta de su editorial musical y el adelanto sobre sus futuros ingresos como artista discográfico.
Sencillamente, el dinero reservado para su inminente jubilación se había esfumado. (Según la Justicia, los ladrones deben devolver a Cohen casi diez millones de dólares pero no parecen dispuestos a cumplir con la sentencia).
Aparte de reeditar una historia clásica de la industria de la música, el fraude ha tenido un efecto gratificante: está prolongando la vida creativa de Cohen. Éste había editado en 2001 Ten new songs, disco de tan pobre envoltorio sonoro que parecía proclamar una total carencia de criterio, un declive artístico imparable. En justicia, debe reconocerse que, tres años después, lanzó Dear Heather, que mostraba cierta recuperación, aunque se tratara de un típico cajón-de-sastre. El hallarse en una relativa ruina a los 71 años ha impulsado la productividad de Cohen: está elaborando un nuevo disco y es coautor del repertorio de Blue alert, el trabajo de la hawaiana Anjani Thomas, antigua corista y actual novia.
Tal vez nadie debería verter lá-
grimas exageradas por esta forzada prolongación de su vida laboral. Cohen entró en el negocio de la música en 1966, impulsado por el esplendor contracultural de los cantautores, pero también por cálculos económicos: ni sus novelas ni sus colecciones poéticas vendían lo suficiente para mantener una existencia bohemia; aún hoy, se queja, tarda años en conseguir encontrar una editorial adecuada para cada poemario. Fue una decisión audaz que ha funcionado... relativamente. A diferencia de Canadá y Europa, nunca ha sido una figura vendedora en Estados Unidos. Allí era parodiado como un incitador al suicidio (en todo caso, él se veía como la versión cerebral de Barry White, un sedoso cómplice de seducciones). De hecho, a mediados de los ochenta hubo un bache donde Cohen no tuvo discográfica en Estados Unidos y algún disco suyo quedó en el congelador; CBS, su compañía de siempre, rectificó y volvió a contratarle.
Aunque profesional por necesidad, su producción ha sido escasa: su sello ha ido tapando huecos con tres directos y abundantes antologías. Leonard Cohen es quizás el más reconocido de los "artistas de culto", con fieles en centros de poder cultural como Hollywood: sus canciones han sido integradas en películas de Oliver Stone o Robert Altman. Hasta ese cristiano militante que es Mel Gibson aparece ahora como productor de I'm your man, el último documental sobre el personaje. Todos ellos pueden identificarse con ese buscador de "dinero y carne".
Cohen explicó elegantemente que recurrió a las drogas, el alcohol, la promiscuidad, la cienciología. Y todo eso no le blindó para las decepciones amorosas, como la que -se supone- le llevó a un monasterio budista californiano. Allí, en una zona montañosa, pasó cinco años como ayudante de Roshi, el maestro zen; abajo, en Los Ángeles, su equipo de negocios se dedicaba a desplumarle metódicamente. Ahí está un posible guión para una película, una de esas agridulces comedias californianas.
Acordes con Leonard Cohen se presentará el día 20 en el Festival Porta Ferrada de Sant Feliu de Guíxols (Girona); el 21 en el Festival Jimena de la Frontera (Cádiz); el día 22 en el Festival Espirelia, en Lorca (Murcia), y el día 24 en el Auditorio Tenerife (Tenerife).
Voces amigas
LA VOZ GRAVE y el lenguaje pausado de Leonard Cohen otorgan a lo que dice y a lo que canta la dimensión de una profecía al fondo de una caverna. Sus poemas, sus canciones, tienen resonancia. Y es por eso quizá que siempre ha habido otros intérpretes que han ensayado versiones propias de sus temas.
Leonard Cohen. I'm your man, un documental que se estrenó en Los Ángeles hace unas semanas, dirigido por Lian Lunson ha sido calificado por Wim Wenders -director de Buena Vista Social Club, entre otros filmes sobre música- como "uno de los mejores filmes musicales que se ha hecho. Ni más ni menos". Una película que se exhibió en las secciones oficiales de los festivales de Berlín, Sundance y Toronto, centrada en una extensa y reveladora entrevista y que incluye también un concierto de homenaje al cantautor canadiense realizado en Sidney en 2005, con artistas también consagrados por el aura del misterio y la excelencia como Nick Cave, Rufus Wainwright, Antony and the Johnsons, Beth Orton y Jarvis Cocker (Pulp) cantando temas del autor de Suzanne. Bono y The Edge, de U2, se suman a los anteriores con su propio concierto en un club neoyorquino cantando Tower of song, junto a Cohen. Pese a las reticencias del cantante a todo lo que suene a homenaje o exaltación de su figura, se prestó a participar en el filme y está previsto que haga lo mismo con los actos que se han organizado en España para rendir tributo a su obra y a su persona.
A partir del próximo jueves se han programado cuatro conciertos en distintas ciudades españolas bajo el título de Acordes con Leonard Cohen, con los que se celebran los cincuenta años de la edición de su primer libro de poemas, Comparemos mitologías. Algunas de las mejores canciones del canadiense se escucharán en versiones que se acercan tanto al flamenco como a la música mediterránea o la canción de autor, con un elenco de artistas que cantarán estos temas en castellano, con letras adaptadas por el poeta Alberto Manzano y arreglos musicales de Kevin McCormick y Javier Mas.
Luz Casal interpretará Dance me to the End of Love; Enrique Morente, A Singer must die; Kiko Veneno, Bird on the Wire; Luis Eduardo Aute, The Future; Duquende, My Gypsy's Wife (inspirado en las Bodas de Sangre lorquianas); Mayte Martin, Hey, that's no Way to say Goodbye (una canción preparada para el disco Omega de Enrique Morente, y que finalmente no fue incluida); Christina Rosenvinge y Nacho Vegas interpretarán juntos Famous Blue Raincoat; Jabier Muguruza, So long, Marianne (en euskera) y Chelsea Hotel; Pasión Vega, Ain't no Cure for Love; Son de la Frontera, I tried to leave you; Toti Soler, Suzanne (en catalán); Javier Colis, The Butcher y Tonight will be Fine, y Cor de Cambra Diaula, The Guests, tema que cantarán en catalán, euskera, gallego y castellano.
Los artistas internacionales de estos conciertos serán Jackson Browne que hará su versión de A Thousand Kisses Deep; John Cale con Alexandra Leaving y Hallelujah; Anjani Thomas, Half the Perfect World y Thanks for the Dance, y Perla Batalla que cantará Suzanne y Ballad of the Absent Mare.
Un concierto tanto para amantes y conocedores de su obra como para quienes quieran acercarse a ella desde una perspectiva inédita hasta ahora.
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