Duelo ruso-estadounidense en las cumbres
Menchov, que ganó el primer final en alto, y Landis, que alcanzó el 'maillot' amarillo, se quitan las caretas en Pla de Beret
Esprintaban Menchov y Landis, un ruso de Pamplona y un estadounidense con la cadera caducada, y hubo quien vio en su furia, en sus maneras, en su estilo, a Indurain y a Armstrong redivivos. Escalaban los dos mejores corredores de este Tour -fuera máscaras, los Pirineos no admiten fingimientos- el último puerto del día de la gran travesía, el más tendido, el más azotado por el viento, y uno vio en la tenacidad de Landis, en su deseo de seguir adelante sin parar, en su necesidad de conseguir el maillot amarillo el primer día con final en alto, al más puro Lance Armstrong, al campeón tejano que huía del cálculo, el amante de más vale un golpe bien dado cuanto antes que mil golpecitos y paciencia. En Denis Menchov, en su tranquilidad aparente, en la forma en que revisaba a los compañeros del grupo final, en la manera en que vigilaba sus signos, en que calculaba sus reacciones, uno vio a Miguel Indurain, su calma, su tranquilidad, su seguir día a día, su ciencia del Tour de Francia.
Hubo quien vio en su furia, en sus maneras, en su estilo, a Indurain y a Armstrong
"Landis es el favorito", dice Bruyneel. "Éste será el Tour de Menchov", asegura Unzue
Alguno fue más allá.
Estación de esquí de Pla de Beret. Parking de meta. A 50 metros de distancia, dos coches, dos directores serios tras de los volantes. Dos derrotados. Johan Bruyneel, por el Discovery Channel. Eusebio Unzue, por el Caisse d'Épargne. Sus líderes, fuera de juego. No será el de 2006 el Tour de Karpets o Pereiro. Tampoco el de Hincapié o Popovich. Debilidad humana: los dos intentan encontrar un mínimo consuelo en la desgracia del vecino. Unzue sabe lo que puede pasar por la cabeza del hombre que dirigió a Armstrong en sus siete Tours victoriosos: después de la Edad de Oro de Indurain, 11 años más tarde de su quinto Tour, el técnico navarro aún busca su heredero, otro ciclista que le convierta en protagonista de la carrera. Creía haberlo encontrado, pero Valverde, la gran esperanza, se rompió la clavícula antes de que la carrera se pusiera seria.
Bruyneel, que pensaba tener las armas para cubrir decentemente el primer año sin Lance, se encontró ante él con la dificultad de tragar la píldora de su ausencia. Cuando el sol se pone, cuando aún no han llegado los últimos corredores de la gran etapa pirenaica, los últimos supervivientes de la gran escabechina de los cinco puertos -Tourmalet, Aspin, Peyresourde, Portilhon y Pla de Beret-, de las casi siete horas de cocción a fuego lento, lentísimo a plato pequeño -los primeros de la etapa tardaron 6h 6m 25s, a una media de 33 por hora; el último tardó 6h 52m 38s-, los dos, Unzue, en su Volvo negro, Bruyneel, en su Skoda azul, analizan las hojas de las clasificaciones, las arrugan, las doblan, y no pueden evitar una lectura nostálgica.
Etapa: 1. Menchov. 3. Landis. General. 1. Landis. 3. Menchov. Landis, el chico de Pennsilvania que huyó a California en bicicleta, que se enamoró de Armstrong y mamó de él toda la ciencia ciclista hasta que no tuvo más remedio que "matarlo", huir de su sombra, intentar ganar el Tour. Un alumno aventajado de Bruyneel. Menchov, el chaval de la estepa rusa que encontró, gracias a la bicicleta, nueva vida en España. Que se estableció en Pamplona, que mamó la filosofía ciclista de José Miguel Echávarri, del hombre que condujo a Indurain, tranquilo, tranquilo en sus cinco Tours, que también sintió la necesidad de "matar" al padre, que ahora navega por otras aguas, que ahora intenta ganar el Tour por su cuenta. Dos historias, dos ironías históricas, que no consolaban apenas ni a Bruyneel ni a Unzue, pero que tampoco les dejaba indiferentes. "Landis es favorito", dijo Bruyneel. "Le he visto más fuerte". Unzue tampoco dudaba: "Éste será el Tour de Menchov".
Así terminó la jornada, con un duelo ruso-americano -en el que también intervino, en la lucha por la victoria otro californiano, Levi Leipheimer, alejado en la general-, observado de cerca por otros tres pretendientes que no se relajan ni se cansan: el español Sastre, el australiano Evans, el alemán Kloden. Los cinco fueron el resultado de un duro proceso de filtrado, de una selección continua durante las más de seis horas de una etapa, que comenzó como un estofado guisado a fuego lento -el ritmo del Ag2r, el del líder hasta ayer Dessel, que perdió la túnica por la bonificación de 8s, orquestado por José Luis Arrieta en los tres primeros puertos, en los que los corredores cocidos se iban apartando poco a poco del grupo principal-, que sufrió en el cuarto un aumento de calor tremendo -subió la llama el burro del alemán Kessler, menudo cocinero, que acabó chamuscando a casi todo su equipo, el T-Mobile y dejando al grupo en 17-, y que en el valle de Arán puso al rojo vivo otra pareja de exagerados, el danés Rasmussen y el holandés Boogerd. Todos prepararon el terreno para el último duelo, el de Indurain contra Armstrong, perdón, salvando el abismo, Menchov contra Landis.
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