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Reportaje:APUNTES

La consolidación del oasis urbano

El Jardí Botànic se asienta como espacio de uso ciudadano e investigación en Valencia

Ignacio Zafra

Circula por el Jardí Botànic de la Universitat de València una anécdota que puede servir para ilustrar su consolidación social. Corrían los años 80 cuando, una mañana, el portero y demás trabajadores de la institución se quedaron estupefactos al ver a un vehículo de la Policía Nacional franquear la puerta de entrada y recorrer, arriba y abajo, los paseos interiores del jardín. Cuando uno de los empleados se dirigió a los agentes para señalarles que la circulación estaba estrictamente prohibida, los policías respondieron que estaban persiguiendo a un delincuente y que entorpecerlos podría derivar en delito. Nadie en el botánico alcanzó a ver al delincuente y la supuesta persecución fue percibida por muchos de ellos más bien como un paseo relajado.

La historia del Jardí Botànic es muy larga y ha pasado etapas de esplendor y periodos de abandono. Uno de estos últimos, tan cerca como en las décadas de los 60 y los 70. Su origen en cualquier caso se sitúa en el siglo XVI. En 1567 los Jurats de la ciudad encargaron al doctor Joan Plaça la construcción de un huerto de simples para el cultivo y la enseñanza del uso de las plantas entre los estudiantes de Medicina. Unos años antes, las ciudades italianas de Pisa, Padua y Florencia habían abierto los primeros huertos de simples, que serían las semillas de los jardines botánicos. Cuando Plaça recibió el encargo, en España aún no existía ninguno, explica su director Antoni Aguilella.

La ubicación actual, entre la calle de Quart y el cauce viejo del río Turia, tras varias décadas de disputas para determinar su titularidad y un establecimiento temporal en el paseo de la Alameda, se remonta al año 1802. Su construcción se produjo bajo el rectorado de Vicente Blasco, amigo íntimo del gran botánico valenciano Antoni Josep Cavanilles.

El jardín se ha consolidado hoy como un espacio de uso ciudadano -puede verse cada mañana a mayores caminando, padres con niños, grupos de chavales y turistas-; de investigación y conservación ambiental, que colabora activamente, por ejemplo, en la creación de un banco mundial de semillas; y de actos culturales, con una agenda que incluye conciertos de música (como los ciclos de jazz), representaciones teatrales, y excursiones a lo largo del País Valenciano para mostrar sobre el terreno sus especies autóctonas.

El lugar es especial. En julio, mientras la ciudad hierve, el botánico conserva un frescor conseguido a través del recurso más sencillo y ecológico que se conoce; la sombra de los árboles. El jardín se convierte así en un oasis en el centro de la ciudad. No sólo por su riqueza vegetal, sino porque dentro apenas se escucha el runrún del tráfico y se oyen, en cambio, numerosas especies de pájaros. Algunas de las cuales, llamadas exóticas, como las cotorras, soltadas o escapadas de las casas de sus propietarios, son un auténtico quebradero de cabeza para los conservadores, porque rompen las cortezas de los árboles y expulsan a las aves autóctonas. Hay más: chicharras, que extienden su rumor; lagartijas; distintas variedades de mariposas, como la Acherontia Atropos, un ejemplar llamativo que lleva en el lomo el dibujo de una calavera y gatos, muchos gatos asilvestrados a los que una señora ha adoptado como propios, ha creado un grupo de voluntarios para su defensa y casi a diario se acerca a darles de comer.

El Botànic no es demasiado grande. Ocupa una superficie de 50.000 metros cuadrados sobre un terreno sedimentario, formado por los aluviones del Turia, que hasta el momento de su fundación era conocido como el Hort de Tramoieres y se destinaba al cultivo. Alberga, sin embargo, cerca de 3.000 especies vegetales entre árboles y plantas y cuenta con una destacada colección de palmeras (unas 150 variedades distintas), la mayoría de ellas tropicales.

No es fácil destacar unos pocos árboles en concreto. Si se le insiste, su director señala el enorme nogal americano de 35 metros de altura; una carrasca también descomunal (mide unos 20 metros de altura pese a pertenecer a la especie común que crece en los montes valencianos, y que aquí ha encontrado un entorno propicio para desarrollarse); una chorisia, o árbol de la lana, que muestra en el tronco unas espinas gordas y al que se considera el más alto de Europa, con sus 30 metros de altura; algunos robles "impresionantes", como uno que crece cerca del muro de Llevant, bajo el cual todavía pasa la acequia de Na Rovella, convertida hoy en un conducto de aguas negras; o la Carcasa, nombre por el que se conoce a una única palmera de unos 30 brazos que se separan casi a la altura del suelo.

El jardín tiene una zona de huerto y otra de árboles frutales; una parte dedicada a las plantas suculentas (aquellas que conservan agua en su interior para sobrevivir a los largos periodos de sequía), divididas entre las americanas (como los cactus) y las africanas (como el aloe); una zona de plantas medicinales (que imita a los antiguos huertos de simples, con un pozo en medio) y otra de plantas carnívoras y de orquídeas.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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