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Columna
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Una gota en un océano

Andrés Ortega

Por primera vez, esta España está diseñando una política hacia su vecina África de carácter global, basada en la colaboración y no la imposición, en tratar bien a esos países. España es consciente de que, por sí sola, no puede frenar la inmigración ilegal. Necesita por una parte la cooperación de los socios europeos, y la está logrando de forma notable, mucho más que Italia en su día para detener la marea albanesa. Por otra, la colaboración de los propios países de origen, los subsaharianos, y los de paso (y también de origen de sus propios irregulares), como Marruecos o Mauritania. Pero estos Estados no pueden tampoco hacerlo solos.

Para detener a los cayucos y pateras es necesario hacerlo en origen o en sus aguas jurisdiccionales, pues una vez en aguas internacionales, la repatriación se hace casi imposible. La presencia de policías de estos países a bordo de barcos europeos, constituye una novedad. De hecho, es sorprendente esta colaboración pues para muchos de esos países, el que sus nacionales emigren es una bendición que acaba convirtiéndose en fuente de divisas. Estas policías también colaboran en la identificación para su repatriación de los que acaban llegando a Canarias u otros lugares. Aunque en número insuficiente, son las primeras repatriaciones de este tipo desde que 10 años atrás el Gobierno de Aznar lo hiciera sedando a unos irregulares con aquel "había un problema y se ha solucionado". Se ve que no. El problema empezó por entonces, pero no se tomaron las medidas adecuadas, que no pueden consistir sólo en impedir la entrada, sino que deben dar perspectivas vitales a los subsaharianos. Sin ellas, nada evitará que lo intenten una y otra vez.

Varios elementos han contribuido a la buena receptividad de las ideas españolas que se van plasmando en el llamado Plan África que el Gobierno ha de completar y cohesionar si ha de ser más que un collage de acciones dispersas. Aunque quizás España la hubiera podido utilizar para lograr antes una mejor cooperación por parte de los países de origen, la regularización de una buena parte de los inmigrantes ilegales ha pesado favorablemente. También la constante presencia en esta África del ministro Moratinos o de su segundo, León, con la idea de hacer participar a estos países en esta política pues son ellos los que han de encargarse de la vigilancia de sus fronteras y aguas, aunque Europa les ayude. La mayor presencia de diplomáticos españoles en una zona cercana pero históricamente ignorada por España, y el compromiso con el desarrollo económico de esas sociedades a largo plazo -acompañado con un notable aumento de la ayuda española al desarrollo-, también cuentan. Faltan las inversiones.

El éxito no está garantizado, y todo ello no impide las tragedias que vemos estos días en el mar o en la frontera de Melilla. Pero España, a diferencia de Sarkozy en Francia, no ha planteado seleccionar a los mejor educados para permitir que inmigren. Eso llevaría a vaciar la capacidad de desarrollo de esos países, como apuntó en un reciente artículo, Inmigración: el ejemplo español, Abdulaye Wade, presidente de Senegal, que tuvo sólo semanas antes un enfrentamiento con España a cuenta de su negativa inicial a aceptar repatriaciones. La nueva política africana de España ha empezado a interesar a Washington, porque muchos de estos países cuentan ahora mucho más en términos de materias primas, energéticas o estratégicas, y de lucha contra el terrorismo.

La cuestión migratoria es sumamente compleja. Debió de abordarse hace varios lustros cuando aún era previsible, y no real. Se examinará hoy y mañana en Rabat en la cumbre ministerial euroafricana. Aunque sea acuciada por la avalancha de irregulares, aunque sea un gota en un océano, por poco que contribuyera España a poner en marcha un proceso más amplio que permitiera sacar a África del pozo del subdesarrollo -incluida una vital apertura en la Organización Mundial del Comercio, pues no se puede pretender a la vez no facilitar que estos países exporten lo que puedan y rechazar a sus gentes-, esa sería la mayor aportación de ZP al mundo exterior. aortega@elpais.es

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