Dutroux martiriza de nuevo a Bélgica
El asesinato de dos niñas por un pederasta en Lieja reabre heridas sin cicatrizar de un caso que causó horror hace 10 años
Las banderas blancas, el color que se convirtió hace 10 años en Bélgica en símbolo de la inocencia seis veces sacrificada a manos del pederasta Marc Dutroux, van cogiendo el polvo de este verano nuevamente traumático en Lieja. En ventanas, locales comerciales y paredes del barrio de San Leonardo, los carteles con los rostros de Stacy Lemmens, de 7 años, y de Nathalie Mahy, de 10, van perdiendo color.
Pero las banderas siguen ondeando y los vecinos sienten que quitar los carteles sería como arrancar de nuevo las vidas a las dos niñas asesinadas en un junio de 2006 tan vil como el junio de 1995, cuando en la misma ciudad desaparecieron para siempre Julie y Melissa, de 8 años, a manos de Dutroux. "Desgraciadamente, la historia se repite", dice Betty Marchal, madre de An, otra de las víctimas de Dutroux.
El pronto de un pervertido ha resucitado en la psique belga el caso Dutroux, y como un torrente ha arrojado sobre el país los recuerdos del verano de 1996 en que salió a la luz lo que venía ocurriendo desde el junio anterior, cuando comenzaron a desaparecer niñas, adolescentes y jóvenes ante la pasividad policial, en una inconcebible cadena de dislates que acabó por convertir seis tragedias familiares en un problema social.
Entonces tomó cuerpo la tesis de que Dutroux no era más que un peón en una red nacional e internacional de pederastia. Más de 300.000 personas, en un país de 10 millones, se echaron a la calle aquel octubre en una Marcha Blanca, para protestar contra la inepcia sin límites e inhumanidad de los poderes públicos. Siguieron depuraciones y un suicidio.
De aquel drama se sacaron muchas lecciones, ahora puestas en práctica con cierta fortuna. Las reformas en la ley, en la justicia, en la policía, la creación de estructuras de apoyo a las víctimas, la conciencia del poder de que hay que tratarlas con consideración que produjo el caso Dutroux se han mostrado insuficientes para evitar la repetición de la tragedia. Todos los ojos están vueltos hacia Abdallah Ait Oud y sus circunstancias. Ait Oud es el único detenido por las muertes de Stacy y Nathalie, un belga de origen marroquí de 38 años, soldador en paro, condenado en 1994 y en 2001 por violación de menores, puesto en libertad en 2005 porque los especialistas lo consideraban limpio. Una variante de Dutroux, condenado a 13 años en 1989 por abuso de cinco menores y dejado en la calle en 1992. Ahora Dutroux purga cadena perpetua.
El primer ministro, Guy Verhofstadt, acaba de anunciar una revisión de la ley sobre libertad condicional que haga sentirse a los ciudadanos menos desconfiados con una legislación unánimemente calificada de blanda.
"Los bandidos están protegidos", resume Demetrio. "Es que no sabes con quien te cruzas", agrega Martine, que lleva bien cogida de la mano a una nieta de 6 años por la calle San Leonardo, en la que vive Ait Oud, a escasos metros del bar Aux Armuriers, junto al que el pasado 10 de junio desaparecieron Stacy y Nathalie al final de una verbena. En el barrio, un barrio caliente, de inmigración y vecinos de 100 nacionalidades, viven una decena de pederastas y sólo la policia sabe quiénes son.
Karin Gérard, portavoz de la Unión Profesional de los Magistrados, y Danièle Zucker, psicóloga formada por el FBI en las técnicas de profiler, que permiten comprender el modo de pensar de los delincuentes, niegan que Bélgica sea el país de los pederastas. "Estos delitos se dan en todos los países y no hay razón para que haya más en unos que en otros", dicen.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.