La gran oportunidad
HAY EXPLICACIONES de la razón que la sinrazón no entiende. Las esperanzas sobre el proceso de fin de la violencia en Euskadi se basan, principalmente, sobre tres datos. El primero de ellos es que el Gobierno tiene la certeza de que la actual generación de dirigentes de ETA y de Batasuna (o de ETA-Batasuna, si se prefiere, lo civil y lo militar son difíciles de distinguir en estos movimientos de liberación, como les llamaba José María Aznar) han decidido dejar las armas. Y, por tanto, aquí se abre una ventana de oportunidad que no se puede desaprovechar. El proceso tiene sus tiempos y sus ritmos y será muy decisivo que se administren adecuadamente: hay que evitar el riesgo de que una prolongación excesiva coloque a otra generación al frente de la organización terrorista.
El segundo, consecuencia de esta decisión de ETA, es que el proceso ha tenido una larga preparación y que en ella no ha habido intermediación alguna del nacionalismo vasco como ocurrió en las anteriores. El alto el fuego no ha sido el fruto de un pacto entre nacionalistas que pretenden establecer las futuras reglas del juego desde su sesgada perspectiva y presionar conjuntamente al Gobierno español para que las asuma (como fue la tregua del 98), sino de unos contactos directos con interlocutores reconocidos por el Gobierno. Lo ocurrido desde la tregua anterior hasta el rechazo del plan Ibarretxe delimita perfectamente el espacio de lo posible. De modo que todos deberían saber a qué atenerse.
La tercera es de carácter más general: el terrorismo internacional ha dejado a estos terrorismos locales sin capacidad de intimidación. Y el terrorismo decae inevitablemente cuando no puede aterrorizar, que es su forma de intervención política.
La voluntad de los dirigentes etarras, el procedimiento seguido hasta ahora y la inviabilidad de su modo de acción en un contexto europeo son razones de peso que hacen que esta oportunidad sea singularmente distinta de las anteriores. Éste es el grano. La paja son las reivindicaciones de máximos que adornan las apelaciones a la paz y que tienen dos objetivos evidentes: convencer a los suyos de que no lo dejan porque hayan fracasado y tratar de conseguir los mejores resultados posibles en el proceso negociador.
Frente a ello hay la posibilidad de cerrarse en banda. Es lo que está haciendo el PP y un sector de las víctimas del terrorismo organizadas. El argumento es que la única salida digna es la derrota policial. Es un argumento falso. Primero, porque ETA ya ha sido derrotada -y si no fuera así no se estaría hablando del fin de la violencia-. Y en esta victoria, además, tiene un papel importante el PP, aunque parezca decidido a tirarlo por la borda. Segundo, porque la derrota policial de una organización de este tipo no tiene punto final, siempre acaba reapareciendo en forma de grupúsculos o retornando en coyunturas más favorables. Con lo cual el argumento de la derrota policial empalma con otro muy extendido en la derecha, aunque mucho más silenciado: el del terrorismo de baja intensidad. Es el argumento de los que apuestan por un número pequeño de atentados y por una presencia más o menos fantasmagórica de una ETA aparentemente derrotada como manera de evitar que el País Vasco entre en una nueva fase política, sin la violencia. Porque la violencia ha servido tanto para el ventajismo nacionalista -hay que dar más para que ETA se quede sin argumentos- como para el ventajismo inmovilista -mientras ETA actúe el País Vasco no podrá irse-.
La salida negociada no garantiza de modo absoluto que no va a quedar ningún cabo suelto. Siempre puede haber una rama, un sector que se resista y que siga en su guerra. Pero aporta algo determinante para deslegitimar a los que quieran seguir intentándolo: el final de la violencia cuenta con la voluntad expresa de los terroristas de abandonar las armas. Lo cual deja a los que insistan en continuar con la violencia sin la base social que ha sido tan determinante para el desarrollo del terrorismo vasco. De modo que la negación por principio del proceso de fin de la violencia sólo puede explicarse por obstinación intelectual (sinrazón) o por una lógica de la política entendida como lucha contra el enemigo, que niega por principio cualquier iniciativa que venga del adversario, en este caso de Zapatero. Por eso insisto en que, tanto si esta historia acaba bien como si acaba mal, el PP tendrá que estar muchos años dando explicaciones a la ciudadanía de por qué se opuso al proceso de fin de la violencia.
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