Verano luminoso en Lisboa
Del barrio de Alfama a las acogedoras playas de Caparica y Guincho
Vende sueños y olor de mar, / tempestades pregona. / Su nombre propio: María; / su apellido, Lisboa". Siempre decimos Lisboa. En singular. Como si sólo hubiera una. Como si el fado de Amália fuese cierto: "Seu nome proprio, María. Seu apelido, Lisboa". Y sí, desde luego, el fado es cierto. Como Lisboa no hay otra. Es única (como todas, de acuerdo, pero de otra manera). Porque también acertaba ese otro fado, el de Martinho da Vila: "Lisboa, menina y moça". Niña y muchacha, mujer de mi vida. Lisboa te enamora. Lisboa no hay más que una. Pues no. Lisboas hay varias.
Una de ellas es la Lisboa bien dispuesta, todavía pueblerina, barata y sonriente (hay niños, y juegan de noche en las calles), de los barrios castizos (Alfama, Mouraría, Graça, Bica...), esa Lisboa popular que el día de San Antonio se pone guapa, se echa a la calle, asa sardinas y come caracoles con sangría blanca. Es la vieja Lisboa de las vielas (callejones) inclinadas con río al fondo, de las tascas honestas de frango (pollo) y peixe a la grelha, de los elevadores de Gloria y Bica con su fantasía anti-Newton.
Hoy, el paseo por la avenida Da Liberdade honra su nombre y tiene casi de todo: terrazas para tomar café, árboles exóticos, casas señoriales venidas a menos, tiendas y hoteles con vistas (la del Tívoli es soberbia)
El Chiado y el Barrio Alto forman el cogollo de la Lisboa más culta, bonita, refinada y de diseño, mestiza y sofisticada; allí conviven la ropa tendida, los locales de moda y las sombras de Camoens, Eça de Queiroz, Pessoa y sus heterónimos
La terracita del mirador de Alfama es una delicia al atardecer, y junto a ella pasa el eléctrico (el tranvía) más bonito del mundo, el célebre 28, que sube y baja y sube otra vez su alegría amarilla desde Graça, más arriba aún de la mejor vista áerea de la ciudad, la del Castelo de São Jorge, hasta Prazeres; el muy recomendable (para visitar) cementerio, ya muy cerca de ese barrio tan pessoano, tan clase media, tan rutinario y tan poco conocido que es Campo de Ourique: allí está la Casa de Pessoa.
Esa es, en parte, la Lisboa rompepiernas, pero a la vez espléndida de belleza de las siete colinas (São Vicente, Santo André, Castelo, Santa Ana, São Roque, Chagas y Santa Catarina). Como Roma: siete, pero sin fanfarronear tanto.
Esa sufrida vida diagonal, empinada y a cámara lenta, hecha de cuestas inhumanas y ancianos muy bien entrenados en escaleras tan duras de subir como bonitas de ver, todo sobre un empedrado del diablo, paradójico, que prohíbe los tacones altos pero arregla los muslos blandos y los culos baixinhos, esa es quizá una de las grandes marcas de Lisboa.
Pero hay una Lisboa muy distinta, rápida y llana, ocupada y comercial aunque depauperadilla: la de la Baixa, el barrio pombalino que restauró aquel moderno y liberal y algo despótico marqués posterremoto. Sus calles cuadriculadas (casi las únicas de una ciudad retorcida a conciencia) se unen a través de la Lisboa céntrica más africana (el toque cosmopolita del poscolonialismo) que forman Plaza Figueira y el Rocío, con la Lisboa abierta, ancha, bolsista y también llana pero mucho más cara, y más blanca y pretenciosa, de la Avenida da Liberdade, que desde el inevitable barullo de Restauradores (paren y tómense una ginja, bebida de cereza, mientras contemplan el teatro Dona María y la antigua estación del Rocío) sube (20 minutos a pie) hasta la plaza que preside el propio marqués de Pombal, con su león.
Maravillosa libertad
En tiempos de la dictadura de Salazar, Agripino Grieco, un escritor y crítico brasileño más famoso por su lengua que por sus libros, estuvo en Lisboa. Un prócer del régimen le llevó a ver esa avenida, y abriendo los brazos gritó henchido de orgullo: "¡Vea esta maravilla! ¡Es nuestra Avenida da Liberdade!". A lo que Grieco contestó: "¿Y cuándo piensan inaugurarla?".
Hoy, el paseo por Liberdade honra a su nombre y tiene casi de todo: terrazas para tomar café (no necesitan decir solo, viene así de fábrica; cortado es pingado); árboles exóticos (otro punto moderno del marqués), casas señoriales venidas a menos o abandonadas desde la Revolución de los Claveles; aparcacoches sin graduación, tiendas caras, tiendas baratas, hoteles con vistas (la del Tívoli es soberbia), letras y dibujos fantasiosos en las aceras, cines art déco, la embajada española (premio de arquitectura en 1902), algunos clubes de alterne, la sede del Partido Comunista y un tráfico veloz, como de autopista urbana.
Si es la hora de comer o de cenar y logran evitar la presión mediática-juvenil que ejerce la mera vista del Hard Rock, subiendo por Liberdade hasta la Rua Alexandre Herculano y torciendo a la derecha llegarán a la Rua Santa Marta, paraje humilde pero de gran interés culinario: allí está Luca, la sensación italiana (y general) de la Lisboa de ahora mismo. Todo es magnífico, los camareros van a toda mecha y la cuenta es razonable: mejor llamar antes.
Luego está la Lisboa ventosa que mira al río, la Lisboa ribeirinha y cacilheira (de ahí salen los barcos a Cacilhas, y no hay que perderse el paseíllo fluvial), toda la vida en obras y oliendo a sal. Es la Lisboa napolitana y golferas del muy activo Cais do Sodré (metro, barcos, trenes, incluso un after hours que echa humo el domingo a mediodía); de la plaza del Comercio (visite el famoso Martinho da Arcada, donde parece que Pessoa comía -aunque comía muy poco, el pobre-); de Belém (compre, sin dudar, muchos pasteis de natas -crema-, o pasteis de Belém, antes o después de cumplir con el obligado rito de los Jerónimos); de Santa Apolonia (con su estación de comboio remozada y su discoteca de moda, el Lux, cerca del bonito y cacareado, pero poco agraciado culinariamente, Bica do Sapato), y Alcántara, con sus marchosas docas, bajo el puente del Veinticinco de Abril, un hervidero los fines de semana.
Esa Lisboa que huye de Lisboa huye sobre todo a la derecha, hacia el Atlántico: del Cais sale la Marginal, la carretera que recorre la linha (del mar) y llega a Cascais y Estoril, los prehistóricos pueblecillos de pescadores reconvertidos ya hace lustros en una especie de Costa Azul a la lisboeta, con su casino, su gente potentada, sus campos de golf, sus coches de gama alta, y sus buenos, bonitos y bien caros restaurantes. En la playa de Guincho destacan el Porto Santa María (una estrella Michelin), Faroleiro, Beira Mar; en Estoril está el Mandarín, el único chino serio de Portugal (según el chivatazo del infalible crítico y gourmet de Público, David Lopes). Pero si de lo que tienen hambre es de arte, no se pierdan la gran novedad del año: la colección de arte contemporáneo Ellipse, en el polígono industrial de Alcoitão.
Antes de llegar, más o menos a 15 minutos de tren o coche, si son ustedes surferos pueden hacer una parada técnica en la playa de Carcavelos, donde mora y labora la Lisboa que lleva todo el pelo para un lado y el neopreno de marca.
Sea o no verano, la playa más concurrida de Lisboa es Caparica: el desvío sale cruzado apenas el puente del Veinticinco de Abril. Pero es tan grande y tan larga que incluso los días peores hay espacio, y los restaurantes y chiringuitos están bastante bien. Otras opciones para los que tengan ganas de toallas y tartera son Meco, playón algo más lejano pero más tranquilo e igual de lindo, o más; la citada y espectacular Guincho, donde el mar suele estar tan bravío que no conviene bañarse si no está uno atado al exterior con una cuerda, y la muy recomendable península (brazo de tierra, más bien) de Troia, a la que se llega en ferry desde Setúbal, con la posibilidad (cierta) de saludar a un grupo de delfines salvajes incluida en el billete.
Poetas y librerías
Para no hablar de la Lisboa híper urbana y árida de la Segunda Circular (lo que sería la L-30), que une los estadios de Benfica y Sporting con el aeropuerto y un montón de centros comerciales espantosos, quizá sea mejor idea acabar con una visita a la Lisboa de los poetas, las librerías, los teatros, los bares, los camellos, los turistas...
El Chiado y el Barrio Alto forman el cogollo de la Lisboa más culta, bonita, refinada y de diseño, mestiza y sofisticada; allí conviven la ropa tendida, los locales de moda y las sombras de Camoens, Eça de Queiroz, Pessoa y sus heterónimos, los dioses laicos de un país donde hasta los lectores del popular diario Correio da Manhá, para que no se diga, escriben sus cartas al director en verso.
Frente a las líneas limpias de un edificio de Álvaro Siza (Rua Alekrim) y la fantástica decoración del bar del Hotel Barrio Alto, hay cafés modernistas, lojas (tiendas) de comercio justo, peluquerías fashion y restaurantes de precio medio alto como Papaçorda (otro italiano molto bello) o Farta Brutus, que explica su nombre poniendo al alcance del cliente el carro entero de los postres. En primavera es fantástico pasear hasta Príncipe Real, una de las plazas más bonitas de Lisboa, y tomarse una caña ("imperial") en el quiosco. Luego se puede bajar hacia São Bento para ver las galerías de arte y los anticuarios, o acercarse al Parlamento, o tomarse un solomillo en el XL, o seguir hacia Madragoa, otro barrio precioso y bohemio, con marcha de noche y un restaurante espléndido, A Travessa.
Aunque también tenemos la intrépida y orgullosa Lisboa modernuqui, que farda de arquitectura, agua y aire en la Expo 98, con su Oceanário, galáctico y lleno de tiburones y otros bichos para distraer un rato a las crianças; sus torres gemelas con el restaurante japonés Aya en lo alto, y el maravilloso puente Vasco da Gama enfrente, largo como ancho es el Tajo por Montijo (donde los atléticos pueden recordar a Paulo Futre). Es una Lisboa a trasmano, pero muy visitada por esas familias que suelen perderse, por el contrario, la Lisboa noctívaga.
Sobre todas, hay una: la de todos los fados. Desde los fados astronómicos (70 o más euros por cenar y por barba) de las casas más turísticas del Barrio Alto hasta la casa sin comida y con fado vadío (barato, callejero y espontáneo, todo a 100) de la Tasca do Chico, también en el Barrio Alto, donde los amadores (amateurs) hacen sus pinitos entre aplausos de ánimo; en el término medio, y mejor, están las casas más sólidas y genuinas de Alfama, donde los jóvenes fadistas juegan a las cartas en la trastienda y roban los requiebros en los escenarios a los viejos guardianes de la esencia. En sitios como el Bacalhau de Molho, el Clube de Fado o la Parreirinha de Alfama se oye óptima música, se come moderadamente o bien y se libra uno bastante de ser atracado al pagar.
Si no quieren fado, ni interferencias, una opción rica y barata es la cervecería Ramiro, un gallego que da marisco fresco a precio de congelado con vino estupendo y económico. Los alfacinhas (lechuguillas), como se llaman a ellos mismos los lisboetas, se lo devoran. Pero si se les hace tarde (las once), no duden en visitar el Galeto, siempre de guardia en la avenida de la República, antes de llegar a Campo Pequeno y mucho antes de llegar a Campo Grande: es una cafetería enorme, con una barra y sin mesas, que en los años setenta debió ser el colmo de la modernidad. Hoy es rápida, eficaz, abre hasta las tantas y tiene un pepito de ternera (prego no pão) que quita el sentido. Y la decoración se ha convertido en una rara belleza. Es lo que pasa con Lisboa. Todo parece bonito.
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos- Prefijo telefónico: 00 351. Población: Lisboa tiene unos 600.000 habitantes (en toda la región, casi tres millones).Dormir- Hotel Tívoli (213 198 900). Avenida da Liberdade, 185. La habitación doble, a partir de unos 134 euros.- Hotel Pestana Palace (213 615 600). Jau, 54. La doble, desde 165 euros.- Hotel Barrio Alto (213 408 288). Plaza Luis de Camões, 8. La doble, 260 euros.- Casa de São Mamede (213 963 166). Escola Politécnica, 159. La doble, a partir de 80 euros.Comer- Luca (213 150 212). Rua Santa Marta, 35. Lisboa. Unos 20 euros.- Martinho da Arcada (218 866 213). Plaza del Comercio, 3. Lisboa. Unos 40.- Bica do Sapato (218 810 320). Avenida do Infante Don Enrique, s/n. Armazem B. Cais da Pedra de Santa Apolonia. Lisboa. Unos 60 euros.- Papaçorda (213 464 811). Rua da Atalaia, 57. Lisboa. Entre 35 y 50 euros.- Farta Brutus (213 426 756). Travessa da Espera, 20. Lisboa. De 35 a 40 euros.- XL (213 956 118). S. Bento, 334. Lisboa. Unos 30 o 40 euros.- A Travessa (213 902 034). Travessa do Convento das Bernardas, 2. Lisboa. Alrededor de 40 euros.- Aya (217 216 070). Rua de Campolide, 351. Lisboa. Entre 25 y 45 euros.- Porto Santa María (214 879 450). En la playa de Guincho. Cascais. Entre unos 50 y 60 euros.- Faroleiro (214 870 225). En la playa de Guincho. Cascais. Entre 40 y 50 euros.- Beira Mar (214 827 380). Flores, 6. Cascais. Unos 25 o 30 euros.Otras direcciones- Lux (218 820 890). Avenida Infante Don Henrique. Lisboa.- Cafetería Galeto (213 544 444). Avenida da República, 14. Lisboa.- Cervecería Ramiro (218 851 024). Avenida Almirante Reis, 1. Lisboa.- Tasca do Chico. Diário das Notícias, 39. Lisboa.- Bacalhau de Molho (218 865 088). Beco Armazéns Linho, 1. Lisboa.- Clube de Fado (218 852 704). São João da Praça, 94. Lisboa.- Parreirinha de Alfama (218 868 209). Beco Espírito Santo, 1. Lisboa.Información- Turismo de Portugal (902 88 77 12; www.visitportugal.com).- Oficina de turismo en Lisboa (213 588 591; www.cm-lisboa.pt/turismo).- www.visitlisboa.com.
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