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Tribuna:PATADAS A LA LUNA | Alemania 2006
Tribuna
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El taxista de Estocolmo

En 1958, el taxi que llevaba a Pelé al estadio Rasunda chocó. Afortunadamente, Pelé sólo sufrió un golpe en la rodilla y pudo jugar, y ganar, la final ante Suecia. Tenía 17 años. Y marcaría más de 1.000 goles. Pero un taxista estuvo a punto de acabar con su carrera en una calle de Estocolmo. En 1963, en el mismo estadio Rasunda y con las botas que me había regalado el mismísimo Pelé, jugué un partido de etílicos periodistas españoles contra una fornida selección escandinava. Perdimos y no marqué ningún gol, pero el taxista que me llevó de vuelta al hotel resultó ser aquél que, cinco años antes, había tenido el accidente con Pelé. Eso le contó, al menos, a la interprete que me acompañaba. El taxista en cuestión sostenía que la culpa del choque la tenía el jugador por gritar anticipadamente. El grito de advertencia, según él, le había hecho perder el control del volante. Pero yo me pregunto: ¿qué habría sucedido si Pelé no llega a gritar? Desde tiempos inmemoriales, los contumaces responsables de nuestra selección nacional necesitan un grito preventivo antes del accidente. Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, ¿qué clase de animales son los responsables del fútbol nacional?, escribía yo en el 62, a raíz del enésimo fracaso de la selección. Y me preguntaba: ¿cuáles son las causas? ¿Nuestra pereza proverbial, nuestro carácter improvisador, nuestra genialidad de cafetería, nuestra congénita desorganización u otras acendradas virtudes nacionales? Como se puede comprobar, ya entonces se aludía, no sin sarcasmo, a nuestra idiosincrasia, antes de arremeter contra la política de los clubes, contra la connivente federación, contra los seleccionadores nombrados a dedo, contra la retórica de los comentaristas y el postrero dictamen de los críticos. Las cosas no han cambiado. Tras declararse prosopopéyicamente único responsable del fracaso y dimitir, gesto que le honraba, el seleccionador actual proclama con orgullosa desfachatez, y ante el resignado beneplácito general, que él no tiene por qué sentirse esclavo de la palabra dada y que se queda para repetir faena. ¿Por qué no? Recapacitemos. Si, ateniéndonos a la tesis del taxista, el grito preventivo de Pelé provocó el accidente de Estocolmo, podríamos afirmar por ende que el premonitorio chiste de Forges, al anticipar los titulares del día siguiente, ha sido la causa de la debacle del equipo español en el Mundial. Eximamos, en consecuencia, de toda responsabilidad al taxista sueco en cuyas manos habíamos depositado nuestra confianza y... el volante. Se nos recuerda que los jugadores españoles son jóvenes y su entrenador sabio. Se nos asegura, de nuevo, que el futuro está al alcance de nuestros pies (palabra de seleccionador). Mientras tanto, y por si acaso, a la espera de que se cumplan tan enaltecedoras promesas, desviemos fervores patrióticos hacia un Real Madrid italianizado hasta la médula o un Barça made in Holanda y degustemos con fruición el glorioso ocaso de los viejos gigantes europeos en la final de un Mundial donde hemos vuelto a ser los de siempre: desilusionados comparsas.

Gonzalo Suárez, escritor y cineasta, recupera el seudónimo de Martín Girard, con el que firmó como periodista en los años 60.

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