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Columna
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Lectura de lavabo

Ha llegado el verano y con él la obligación por parte de los comunicadores de fomentar la lectura. A todos los que sufrimos el fomento nos esperan tres meses de pesadilla, porque mientras fomentan no nos dejan leer en paz. Hace unos días, la locutora Mercedes Milá ya anunció que pensaba abandonar libros por las aceras de las ciudades para que los recogiésemos. (Supongo que abandonarlos en esos edificios llamados bibliotecas le parecerá demasiado adocenado y vulgar). El jueves, en el espacio De vacances, de TV-3, salió una simpática lectora recomendando "el sueño de una noche de verano" porque "es un libro perfecto para la estación en la que estamos". Pero es que durante el Año del Libro, los del gremio decidieron que lo mejor para fomentar la lectura era montar una gincana. Y para fomentarla entre los ciclistas alguien tuvo una idea todavía más novedosa: soltar, al inicio de cada etapa, unos globos de los que colgaban páginas del Quijote. Sin duda, la iniciativa fue un éxito, y eso explicaría los últimos casos de dopaje entre los corredores. Seguro que al ver los globos, todos ellos sintieron el impulso de comprar Aprendiendo de las drogas, de Antonio Escohotado.

Por eso, hoy, les quiero hablar de una humilde iniciativa que fomenta la lectura de un modo increíble. Se encuentra en el bar polinésico Aloha, de Barcelona. Allí estoy tomando tan ricamente un hula-hula, que es un brebaje del que sale humo y viene presentado en un recipiente en forma de coco. El caso es que la ingesta de líquido me hace sentir la necesidad de ir al lavabo. Me descabalgo del taburete, cruzo el puente de bambú, observo de reojo a las parejas sin hogar que se hacen arrumacos en la oscuridad de los reservados y llego al lugar. Entro y ejecuto las acciones propias de una mujer en mis circunstancias. Y entonces me percato de lo que he estado haciendo sin darme cuenta durante el acto. Leer.

He leído un anuncio que el visionario dueño del bar ha colgado en la puerta, dentro de un expositor, precisamente a la altura de mis ojos. Se trata de propaganda de la película Sin fin. Es imposible miccionar en ese lavabo sin leer el cartel. Todo el mundo lo sabe. En los lavabos se lee mucho. Es donde más se lee. Cuando en un lavabo ajeno nos encontramos un tebeo o un libro, no podemos evitar hojearlo. Y si no hay tebeo o libro, pero hay el prospecto de una crema o de un medicamento, lo leemos. A veces, a falta de una lectura mejor, hemos leído la composición de un champú. O la hoja de un periódico del suelo que alguien haya puesto allí después de fregar. Sin ir más lejos, en uno de los lavabos de mi casa hay un soporte para el rollo del papel, diseñado especialmente para que también pueda contener revistas y libros. En ese soporte nunca falta un Supermortadelo. Pues bien, todos los humanos ajenos a la casa que usan ese lavabo lo hojean. Luego, al salir, hacen un comentario de texto. Si el Supermortadelo estuviese en la mesa del sofá, ni lo mirarían. (No miran los demás cómics, periódicos o libros de esa mesa). El poder de atracción por la lectura está en el lavabo. Y si el dueño del bar polinésico, en lugar de un anuncio, hubiese colgado algún artículo, cuento o poema, también lo leeríamos.

Por eso, antes de empezar a recoger firmas para que le den la Creu de Sant Jordi, sólo le pido que sepa estar a la altura de su misión y en ese su lavabo coloque páginas de escritores catalanes en lengua catalana, pero también de escritores catalanes en lengua castellana y en lengua inglesa, así como de escritores polinésicos en lengua catalana y / o castellana, no sea que alguien se sienta excluido. Sería terrible que en ese agradable bar se montase una polémica parecida a la de la feria de Francfort y la señora que limpia los lavabos tuviese que acabar dimitiendo.

moliner.empar@gmail.com

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