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ESCAPADAS | Leintz-Gatzaga | Fin de semana

Una parada imprescindible

Las obras de la autovía Eibar-Vitoria anuncian el final de una era para la villa de Leintz-Gatzaga, un enclave fundamental en la historia caminera de Guipúzcoa que todavía hoy se conserva como lugar de paso habitual para los que acceden desde la Llanada alavesa al Alto Deba. Quienes han frecuentado la carretera GI-627 (durante siglos Camino Real), con tiempo para cruzar las murallas de esta localidad, pueden confirmar las bellezas de un pueblo que seduce desde el primer paseo por sus calles. En unos años, la visita a esta villa histórica no podrá ser casual, apartada definitivamente de las principales vías de comunicación.

La Eibar-Vitoria supondrá un descanso para los vecinos, sin duda, pero también aportará tranquilidad a quien acuda ex profeso hasta un lugar que invita a la nostalgia, se llegue desde el fondo del valle o desde Vitoria. En las descripciones que se han hecho de Leintz-Gatzaga desde el valle, cuando el viajero asciende por las temidas cuestas que van de Eskoriatza al puerto de Arlaban, aparece Leintz-Gatzaga como una fortaleza colgante en medio de la ladera. Pero el que llega desde la provincia alavesa, después de haber dejado a su izquierda los pantanos del Zadorra, se encuentra a la vuelta de una curva con una aparición inesperada y hasta fantasmal -sobre todo, si la visita es nocturna- que asombra no tanto por su entidad de población, sino por la categoría que le prestan sus murallas: Leintz-Gatzaga es, con Hondarribia, la única villa amurallada de Guipúzcoa.

El lugar también llamó la atención de los principales escritores viajeros de Europa

Sus orígenes se sitúan alrededor de las salinas que le dieron nombre y que recibían allí la denominación de dorlas. Pero pronto los vecinos o las autoridades competentes, qué más da, entendieron que el enclave tenía más futuro como lugar de parada y fonda. Hay constancia del paso por ella de Enrique II en 1374 o de Enrique IV en 1463, pero será a partir del siglo XVIII cuando comience el verdadero ir y venir de monarcas por Leintz-Gatzaga. Monarcas que, por cierto, eran atendidos obsequiosamente por el Ayuntamiento de la villa guipuzcoana.

Como muestra, han quedado documentadas las viandas que hubieron de comprarse para satisfacer a Felipe V y a su séquito, a su paso para Madrid en 1701: se adquirieron 300 cántaras de vino, 100 fanegas de trigo para pan, 240 fanegas de cebada para las acémilas, para las que se acondicionaron 1.500 pesebres; se trajeron 500 camas de Eibar, Elgoibar, Soraluze, Elgeta, Bergara y Aramaio; se adobaron seis cebones, 50 carneros y abundancia de aves y pescado.

Para alojar a tan ilustre comitiva, Leintz-Gatzaga ofrecía -como hoy todavía se puede apreciar en un paseo por el pueblo- excelentes palacios como los de Soran, Elexalde o Garro, o casas señoriales de alta alcurnia. No es difícil imaginar el jolgorio, el ajetreo, la expectación, el colorido de toda la villa engalanada para recibir los carruajes de los señores y todo su séquito. Basta señalar que el concejo estaba organizado para enviar hasta treinta parejas de bueyes para apoyar a las caballerías en la cuesta que llega a Leintz-Gatzaga.

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Y cuando se puso de moda en Europa la figura del escritor viajero, el lugar también llamó la atención de los principales de aquellos vagabundos ilustrados. Cuenta Théophile Gautier, después de salir de Mondragón y tras pasar Aretxabaleta y Eskoriatza, que "las montañas rusas no son nada comparadas con ésta y, a primera vista, la idea de que un coche puede pasar por allá arriba os parece tan ridícula como la de andar por el techo cabeza abajo, al estilo de las moscas".

Tenían la suerte Gautier y otros viajeros de encontrarse a medio camino del puerto de Arlaban con la villa de Leintz-Gatzaga, inmejorable descanso del ruido y el polvo del ascenso no sólo por sus buenas posadas, también por el cúmulo de sensaciones que suscitan sus murallas y sus siete puertas (de las que hoy quedan cuatro excelentemente conservadas), sus calles estrechas y empinadas donde cada ángulo ofrece una vista distinta.

Y el viajero tiene que dejar un momento para llegar a la iglesia, hoy ermita, de Dorleta, primitivo origen de la localidad y que todavía conserva entre sus paredes muestras de sus tallas románicas y góticas. Entre ellas, una Virgen allí venerada en actitud sedente, de una belleza indiscutible como corresponde a la villa que la acoge.

El museo que dio nombre al pueblo

Cómo llegar: Desde Vitoria, la capital más cercana, hay que coger la N-240, luego la provincial 627 y en el alto de Arlaban, desviarse hacia Leintz-Gatzaga. Desde San Sebastián se llega por Mondragón por la citada carretera 627. Y desde Bilbao por la N-240 (Barazar) para, en Urrunaga, tomar la 627.

Alojamiento: En el alto de Arlaban, se encuentra el hostal Gure Ametsa (943 714952). En los alrededores del puerto, se puede acudir a las casas de monte Gaztainuzketa (943 585058). Y muy cerca del núcleo urbano se encuentra el agroturismo Aterbe (943 715037).

Comer: Localidad acostumbrada a recibir a ilustres visitantes, Leintz-Gatzaga cuenta con una buena muestra de restaurantes como los citados Gure Ametsa y Gaztainuzketa. También, en lo alto del puerto se encuentra el Gatzagain (943 715522), ambos en lo alto del puerto. En el casco urbano del pueblo, Arrate (943 714371), Ostatu (943 715371) y Zuhaitz (943 715494) ofrecen excelente cocina de casa.

Actividades: No hay que perderse la visita al museo que da nombre al pueblo (Salinas de Léniz, en castellano). Las instalaciones cerraron sus puertas en 1972, pero la extracción de la sal de su manantial fue fundamental para la supervivencia de la localidad tanto como los servicios a los viajeros que paraban en sus fondas. Además, las aguas del río movían un molino que hoy todavía se conserva. Todas las visitas son guiadas, sólo sábados y domingos: por la mañana, 12.00, euskera, 13.00, castellano; por la tarde, 16.30, euskera, 17.30 castellano. Durante los meses de julio y agosto, ofrece también visitas concertadas, previa llamada al 943 714792.

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