Empate agónico
Habría que saber qué clase de ley (Ley) es esta que mantiene el empate hasta el último segundo del último minuto de la prórroga. Si uno sólo ve el Mundial, parecería una ley italiana, pero mucho me temo que la ley del empate agónico empieza a regir también en todos los demás terrenos de juego de la vida. No sé si las selecciones futboleras plagian descaradamente la regla de las elecciones politiqueras, es metáfora que funciona al revés o sencillamente se trata de una ley universal de ese fatal fifty-fifty que empezó a manifestarse a principios del nuevo Milenio, extendió su imperio y que lo mismo rige para los resultados del Mundial que para los de la Globalización.
Estos son algunos empates agónicos resueltos en el nanosegundo final que me recuerdan a los pumas de Lippi. Empezando por las últimas y también agónicas elecciones de Italia impugnadas por Berlusconi y cuyo recuento de votos todavía sigue aunque Prodi, con cara de mortadela boloñesa, esté al lado de la canciller Merkel aplaudiendo los goles de Grosso y Del Piero en el último minuto, hasta el recuento de votos de los comicios de México, que ahora mismo, mientras escribo, me está distrayendo de la lucha entre los adidas de Francia y los nikes de Portugal para resolver ese fifty-fifty que, por lo visto en este Mundial, es la única táctica, el pensamiento único. Sin olvidar, claro, todos los demás y célebres empates agónicos de la globalización: desde las elecciones norteamericanas resueltas a favor de Bush por la famosa ronda de penaltis de la Florida hasta la merecida derrota de Aznar por empecinarse en mantener una mentira fanática.
OTRA MIRADA
Y aquí tengo una teoría, con perdón. Sometidos como estamos a la Ley del empate agónico en la vida como en el fútbol, la culpa de este universal y pelmazo fifty-fifty la tiene el mito del centro del campo. Cuando yo me aficioné a esto, hace medio siglo, el centro del campo sólo eran dos medios sin pretensiones de estrellas y cuya única misión consistía en pasar con cierta precisión a los extremos para que, internándose como rayos por las bandas, centraran a los rematadores matemáticos, llamados delanteros centro, las stars propiamente dichas. Todo lo demás, era metafísica.
Pero alguien, un día, decidió revolucionar la filosofía futbolera. Los extremos eran unos vagos, lo importante era controlar y hacer circular la pelota en el centro del campo, practicar la melina, como dicen los italianos, y luego, si Dios quiere, una chiripa personal y genial por la vertical o por las bandas. Pues bien, una vez que el centrocampismo se convirtió en pensamiento único, en el fútbol como en la ideología, cuando los extremos fueron exterminados y todo y sólo era dar vueltas y revueltas en la zona centro, como en un tiovivo de Fellini, bastaba neutralizar el centrocampismo enemigo para alcanzar el empate agónico y llegar a los penaltis, a la genialidad del último nanosegundo o al recuento de votos.
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