Campo de Marte
A ver... Preguntas sencillas para respuestas rápidas. Un test relámpago en el que no hace falta pensar; simplemente, dejarse llevar por la asociación de ideas. Vamos allá... Eres turista y estás en París. ¿A dónde vas? A la torre Eiffel. Viajas en tren por el viejo Oeste americano y te atacan los indios. ¿Quién viene a ayudarte? El Séptimo de Caballería. Caminas por el desierto y ves un oásis. ¿En qué piensas? No sé... ¿Es un espejismo? No; es real. Además, ¿qué más dará? Sí, es verdad... ¿Pues en qué va a ser? En agua. Eres ciclista y ganas una carrera en Holanda. ¿Dónde estás? ¿Dónde va a ser? En el Cauberg.
Los antiguos romanos tenían un lugar sagrado en las afueras de la muralla al que denominaban Campo de Marte. Era un lugar sagrado consagrado a Marte, el dios de la guerra. Se utilizaba tanto para el esparcimiento como para la instrucción militar. Los jóvenes lo aprovechaban para hacer gimnasia y se celebraban carreras y ejercicios militares como entrenamiento. También, para que acampasen allí los ejércitos a la espera de celebrar el triunfo en la ciudad.
Que yo sepa, en Holanda no hay ningún lugar llamado Campo de Marte -sí que lo hay en París-. Pero, si hay algún sitio que pudiera ser denominado así, no tengo ninguna duda de que el sitio idóneo sería la larga recta que está situada en lo alto del Cauberg.
En el país paraíso de las bicicletas, con la mayoría de la superficie llana como la palma de la mano -terreno ganado al mar gracias a los polders-, una pequeña cota que asciende a un páramo, o sea el Cauberg, es algo comparable al Galibier en los Alpes o al Tourmalet en los Pirineos. Es decir, el mito.
Al Cauberg hay que ir el día previo a la Amstel Gold Race, peregrinación entendida como entrenamiento. Y en el Cauberg te retorcerás al día siguiente en los metros finales de esa misma carrera. Al Cauberg se dirige el ejército de aficionados holandeses. Acampan y esperan pacientes, siempre con la esperanza de ver ganar a uno de los suyos. Y también en el Cauberg damos las últimas pedaladas del año mis compañeros del Rabobank y yo en la fiesta que organizamos como despedida.
Ayer, el Cauberg fue una vez más el Campo de Marte. Si hasta entonces no lo había sido, ayer quedó bautizado. Llegó el dios de la guerra, Kessler, el mismo que el día antes ya había enseñado la espada, y clavó la pica en todo lo alto. Ahora hay un letrero que reza: Cauberg, Campo de Marte.
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