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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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México, ejemplo de sociedad escindida

Joaquín Estefanía

MÁS DE 100 MILLONES de ciudadanos, la décima potencia económica mundial y la primera del área latinoamericana, México celebra hoy unas elecciones que configurarán su futuro y determinarán la tendencia ideológica en la región. Aunque la más señalada es la presidencial, tan significativas son las legislativas y las de gobernadores de Estado. ¿Medio vacía o medio llena?: ese es el interrogante sobre la herencia que deja al país Vicente Fox.

Hay en ese balance algunas similitudes con el triángulo dialéctico que caracteriza a otros países de América Latina (AL): un marco democrático consolidado, aunque anémico (casi la mitad de los latinoamericanos prefiere el desarrollo económico a la democracia, y un 45% apoyaría a un Gobierno autoritario si éste resolviera los problemas económicos de su país); una política económica de apertura al exterior, basada en las recetas del Consenso de Washington (estabilidad presupuestaria, desregulación, privatizaciones...), y unas deprimentes expectativas en los ciudadanos, ya que las bondades de la mejora macroeconómica no han trascendido a su bienestar personal, con unos inmensos porcentajes de pobreza y desigualdad.

Los ricos apenas pagan impuestos, los pobres se sienten excluidos por la pobreza, y su economía cada vez depende más de las remesas de los emigrantes

La macroeconomía que deja Fox no es mala: un notable crecimiento medio del PIB entre el 3,5% y el 4%, aunque insuficiente para crear el empleo necesario (se generan alrededor de 300.000 puestos de trabajo al año, la mayor parte precarios, cuando se precisaría alrededor de un millón), un Presupuesto y una balanza de pagos saneadas, inflación contenida, una buena bolsa de reservas internacionales (alrededor de 75.000 millones de dólares), un riesgo país bajo, etcétera. Sin embargo, ninguna de las grandes reformas con las que Fox acometió su mandato en el año 2000 se han concretado. En primer lugar, la fiscal: los ingresos que aportan los impuestos a los Presupuestos no superan el 10% del PIB (frente a una media del 40% en la mayoría de los países desarrollados); segundo, el sector energético sigue siendo muy ineficiente, pese a que México es el séptimo productor mundial de petróleo bruto y el octavo de gas natural.

Así pues, se dan a la vez las características complementarias de los Estados ausentes y de los Estados burocráticos. Estados ausentes: aquellos que no son respetados por las clases superiores, que no pagan los impuestos; que no representan a las clases bajas porque los ciudadanos invisibles que padecen de la extrema pobreza y desigualdad se sienten excluidos de su acción, y que tienen una porción de su sector productivo sumergido, en actividades ilegales (narcotráfico) o fuera de sus fronteras (las remesas de los inmigrantes, segunda renta después de la del petróleo). Y, al mismo tiempo, Estado burocrático porque un porcentaje muy significativo de sus ingresos proviene de las rentas originadas en un sector público muy ineficiente (la empresa pública Pemex).

En estas elecciones se juegan dos modelos: el representado por el candidato de la derecha, Felipe Calderón (el crecimiento y los beneficios empresariales harán que la pobreza retroceda) y el del izquierdista Andrés Manuel López Obrador (más keynesiano: ayudas públicas y grandes infraestructuras para generar actividad y empleo). Curiosamente, ambos modelos estarán limitados por la presencia de la tercera fuerza política, el PRI, cuyo candidato, Roberto Madrazo, parece tener escasas opciones a la presidencia, pero que puede seguir siendo el primer partido en el Congreso, con lo que las reformas dependerán de su acción legislativa.

El favorito en las encuestas es López Obrador. Si gana, se abrirá una nueva polémica en México, cerrada desde el punto de vista de vista jurídico, pero muy presente desde el político: el saneamiento con dinero público de los bancos que quebraron en la crisis del tequilazo a partir de 2004, y que AMLO ha convertido en pieza clave de su campaña, calificándolo de "gran saqueo de la economía mexicana". Y un eje de apoyo notable: para facilitar la transición, el nuevo presidente habrá de elaborar el próximo Presupuesto con el apoyo del equipo económico de Vicente Fox (el secretario de Hacienda, Francisco Gil, y el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz), blindado por una ley de estabilidad aprobada hace unos meses.

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