Homenaje a Joan Lerma
Esta semana se ha presentado un libro de entrevistas sobre la dimensión y gestión políticas del ex presidente de la Generalitat, Joan Lerma, una especie de homenaje. Me sumo a cuantos aplauden tal iniciativa, pues no hay que esperar a que los personajes públicos estercolen amapolas para reconocerles sus méritos o ajustarles las cuentas. En el caso de nuestro molt honorable algo se tiene avanzado en este sentido con la biografía, o más bien hagiografía, que le dedicó el colega Tomás Escuder en 1992. Fue un material útil para el día que alguien, con la distancia histórica adecuada y la menor contaminación posible, emprenda la valoración de quien ha sido uno de los protagonistas de los años decisivos de la transición política en este país. A cada cual lo suyo.
Ignoro qué criterio ha seguido el autor -el periodista Vicente Lafora- para elegir a los entrevistados, pero lo cierto es que no le habrá faltado mies donde escoger. Lerma ocupa un largo periodo de vida activa, desde que, a mediados de los 70, se inició como trotskista vestido de funerario. Se le recuerda como un joven modoso, contenido, tenaz y subalterno hasta que una carambola partidaria, que algunos pueden describir como destino, lo puso al frente del PSPV. Hoy es ya el caballero encanecido y senatorial que en 1977 ejerció de consejero de Trabajo y presidió la Generalitat durante 13 años. Una marca difícilmente batible que concluyó con un balance más que positivo. Desde entonces no ha dejado de pisar moqueta en las crujías ni de percibir nómina pública.
Estas notas no son, ni lo pretenden, una semblanza. Las decanta la oportunidad de subrayar algunos de sus retazos. Y quizá el primero es la constatación de que este marco autonómico no empieza con el presidente Francisco Camps, como sugieren a menudo el discurso del PP valenciano y las loas de sus panegiristas. Que las nuevas generaciones ignoren quién es quién en nuestra historia política reciente no ha de ocultarnos que ese periodo y sus agonistas han existido e incluso que a ellos, los socialistas, les corresponde la responsabilidad -y acaso el reconocimiento- de haber cimentado contra viento y marea reaccionaria este ensayo y entramado legal de Gobierno, que tampoco se explicaría sin la contribución técnica y política de Rafael Blasco. Tiempos aquellos.
La verdad es que con el paso y la perspectiva de los años se reblandecen o matizan los juicios y, en este sentido, resulta un tanto extraño identificar a Lerma con esa "apisonadora" que no dejó títere con cabeza entre sus adversarios del partido o que contribuyó a la frustración de periódicos democráticos. Parece imposible que este tipo echando a gris marengo y "laminado en frío", que escribió Maruja Torres, pudiera con todos sus adversarios en el seno del PSPV- PSOE. Al florentino Maquiavelo le faltó escribir un texto sobre la peligrosa mediocridad aparente del príncipe, o de lo que pudo ser un barrunto del mismo. Pero hay que admitir que en todas aquellas batallas fratricidas nuestro hombre se llevó el gato al agua sin andarse con miramientos. Su único biógrafo hasta ahora señala, si mal no recuerdo, que después de cada adversario eliminado o neutralizado Lerma sentía remordimientos. Así sería, pero nunca expresó sus emociones. Ni esas, ni otras. Mejor no derramar lágrimas de cocodrilo. La ambición política marida mal con las debilidades, y eso vale también para quienes pretendieron segarle la hierba bajo los pies, que lo hubieran hecho sin mover una ceja.
Resulta paradójico que, desde esta penúltima revuelta de su andadura política, el ex presidente aleccione ahora sobre la conveniencia de superar el cainismo. A buena hora, mangas verdes. No se si alguno de los opinantes en la referida obra -La huella de Lerma- ha rememorado críticamente cómo dejó el partido quien era su líder hasta que optó por la aventura madrileña. Desde entonces los socialistas no se han repuesto y, lo que es peor, no se ve el final del ostracismo. Tanta poda, exterminio y lucha por la sobrevivencia política dejaron el partido para el arrastre. Algo tendrá que ver en ello el veterano dirigente, aunque resultaría excesivo endosarle toda la culpa de que no haya aflorado un relevo equiparable a leva de los años 80. Evocarlo así es otro perfil, y justo, de la remembranza.
CICLISTAS DOPADOS
A la Generalitat valenciana le costó un riñón sacar adelante el equipo ciclista Comunidad Valenciana, heredero del histórico y brillante Kelme. No creemos que nadie criticase la decisión de salvarlo y aprovechar el prestigio deportivo de ese conjunto para promover internacionalmente la marca autonómica. Que haya abundado -como acaba de constatarse- el presunto dopaje entre sus miembros y lluevan las sanciones no debe desviar las responsabilidades, imputándoselas al Consell o a sus organismos. El Gobierno hizo en su momento lo que convenía y todos aplaudimos. No podía prever lo que ha pasado, y que no es una perversión exclusiva, como se desprende de su extensión y arraigo en el mundo del alto deporte.
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