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Reportaje:FIN DE SEMANA

Un caimán contra los pecadores

Berlanga de Duero, el encanto medieval de una villa soriana

Pocas villas españolas pueden jactarse de haber tenido por alcalde a un mito. Berlanga de Duero es una de ellas, y el mito que la alcaldeó fue, ni más ni menos, Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador. A estas alturas de la historia no hay en Berlanga ninguna huella del Cid, ni queda rastro alguno que él hubiese podido conocer, salvo quizá la ermita mozárabe de San Baudelio, levantada en el siglo XI (se encuentra a unos 10 kilómetros de Berlanga por la carretera de Caltojar). Leon Levy, un marchante sin escrúpulos, robó los frescos de San Baudelio a principios del siglo XX y los vendió a varias colecciones privadas de Estados Unidos, incluyendo el museo de los Cloisters, en Nueva York -allí está la preciosa figura del dromedario-. Lo que se recuperó del expolio, y no es poco, puede contemplarse en el Museo del Prado y en la misma ermita. Tal vez San Baudelio, humilde, sólido y rapiñado monumento nacional, resume la esencia del marquesado de Berlanga de Duero, que es Soria en estado puro.

Los dos caminos más importantes para llegar a Berlanga, el de Almazán y el de El Burgo de Osma, dejan atrás el Duero y convergen antes de que se vean las primeras casas. Lo mejor es dejar el coche fuera de la villa, junto al rollo gótico que durante siglos sirvió tanto de picota como de símbolo de autoridad judicial, y adentrarse por la puerta de Aguilera. Esta puerta almenada, de arco apuntado, formaba parte de la antigua muralla medieval de Berlanga, y conserva, como algunas otras casas señoriales de la villa, un escudo picado, recuerdo de las revueltas comuneras y de que a los acusados de traición al rey se les allanaban los blasones de las fachadas (en la colegiata se puede visitar el sepulcro de Juan Bravo de Laguna, padre del famoso comunero Juan Bravo).

Bajando por la calle de Nuestra Señora de las Torres nos encontramos con los primeros soportales, casi todos sostenidos por pilares de madera, y las casas con el característico entramado de vigas y adobe, hasta llegar a la plaza Mayor, también con sus soportales en los cuatro lados. Dentro del trazado medieval de Berlanga llaman la atención las dos calles de la judería o yubería, como todavía se le llama. Aquí no hay soportales que protejan del sol, la lluvia o el frío. Se trata de las casas más modestas y de menor altura, que recuerdan tanto la condición de quienes las construyeron como la notoriedad que alcanzó la judería de la villa.

Un castillo sobre el barranco

El castillo de Berlanga domina la ciudad y el paisaje desde lo alto de un cerro que, por detrás, cuenta con la defensa añadida de un barranco sobre la hoz del río Escalote. Merece la pena subir la cuesta para admirar su torre del homenaje, gótica y esbelta, y también los cuatro grandes cubos renacentistas que ocupan las esquinas de la planta rectangular, ya con troneras para artillería. A comienzos del siglo XVI, Carlos V pidió a Juan de Tovar -marqués de Berlanga, duque de Frías y condestable de Castilla- que fortificase el castillo en previsión de un ataque francés. Tovar contrató a un ingeniero italiano, Benedetto di Ravenna, para que modernizase la fortaleza gótica, adaptándola a las nuevas formas de hacer la guerra, es decir, a las necesidades de los artilleros. Pero las que aparecieron por allí no fueron las tropas francesas de Francisco I. En su lugar, y después de la humillante batalla de Pavía, los que llegaron a Berlanga, y en condición de rehenes del emperador, fueron el delfín y el duque de Orleans.

Los dos hijos del rey de Francia se encontraron entre los primeros huéspedes del flamante palacio que se acababan de construir los Tovar a los pies del castillo. Además de estos rehenes de Carlos V, por este palacio de los Condestables pasaron otros franceses ilustres, como Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, o Felipe V, primer Borbón que ocupó el trono de España. Y así como el destino quiso que este palacio estuviera ligado a Francia desde el principio, para su desgracia y la nuestra también lo estuvo su final. En 1811, las tropas napoleónicas lo incendiaron, y hoy tenemos que imaginarnos lo que debió ser su esplendor por la torre norte, que custodia el arco de subida al castillo, por una fachada de proporciones más que notables, y por los restos erosionados de las terrazas que ocupaban sus jardines renacentistas.

No cabe descartar que este lamentable incendio del palacio fuese una revancha divina. La parroquia de Nuestra Señora del Mercado, la iglesia principal de Berlanga, se encontraba precisamente en la misma plaza donde los marqueses querían construir su palacio. Dicho de otro modo, molestaba. Los marqueses solicitaron y obtuvieron una bula papal para edificar una colegiata en Berlanga. Entre las razones oficiales se alegó la conveniencia de unificar el culto en un solo templo, ya que la villa contaba con siete parroquias, casi todas pequeñas iglesias románicas. Otra alegación fue que la colegiata ayudaría a vigilar y comprobar que los conversos cumplían con la fe recién estrenada. Además, al contar con los materiales de construcción de las siete iglesias a demoler, la erección se abarataría mucho.

Naves muy amplias

En 1530, después de sólo tres años y medio de obras, se consagró la colegiata de Berlanga, conservando la advocación de aquella iglesia demolida de Nuestra Señora del Mercado, muy apropiada para una villa de tan notoria judería. El programa arquitectónico completo incluía también un claustro y una segunda torre, pero nunca llegaron a erigirse. Con su planta de salón de tres naves a una misma altura, la colegiata es de una elegancia y de una claridad compositiva espectaculares. Da una sensación de amplitud parecida a la de las grandes lonjas góticas. Las bóvedas de crucería se sostienen gracias a ocho pilares colosales sin más capitel que una sencilla línea de imposta, de los que salen como palmas las nervaduras flamígeras. Tal vez Juan de Resines, el arquitecto, tuviera en mente -además de otros modelos- a San Baudelio, levantada sobre un único pilar palmeriforme del que nacen ocho arcos de herradura. La colegiata contiene, además de lienzos, tallas y sepulcros, un caimán disecado que se trajo fray Tomás de Berlanga, obispo de Panamá, descubridor de las Galápagos y famoso berlangués, de su aventura americana. En la villa le llaman el ardecho, y en otros tiempos corrió el rumor de que por las noches salía de la colegiata en busca de pecadores, quizá para morderles donde más habían pecado, como en el romance de don Rodrigo.

Fernando Castanedo es autor de Triunfo y muerte del general Castillo (Pre-Textos)

GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegarBerlanga de Duero se encuentra a 50 kilómetros de Soria, 24 de El Burgo de Osma y 31 de Almazán.Comer y dormir- Hotel Fray Tomás (975 34 31 36). Calle Real, 16. Habitación doble, 48 euros más IVA. La especialidad del restaurante es la caza. Unos 30 euros. Menú degustación, 37 euros.- Posada de los Leones (975 34 31 55). Calle de los Leones. La doble, 45 euros más IVA. Especialidades micológicas. Unos 20 euros.Menú del día, 9,50 euros.Visitas- Colegiata(975 343 057).De junio a octubre, de 10.30 a 13.00 y de 16.00 a 20.00. Llamar antes para confirmar.- San Baudelio. De junio a septiembre, de 10.00 a 14.00 y de 17.00 a 21.00 horas. Domingos, sólo por las mañanas. Lunes, cerrado.Información- Oficina de turismo del Ayuntamiento de Berlanga(975 34 30 11).

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