Vestidos para asombrar
La actitud de los asesinos de ETA y de su entorno en el proceso de paz se parece demasiado a la del tirano semiarrepentido que amaga una y otra vez con volver a las andadas si no se atienden sus caprichos
Personajes
En los cursos sobre el guión de cine se enseña que los personajes deben tener un buen motivo para matar, salvo en los casos particulares de singular furia homicida. ¿Lo es el terrorismo como supuesta expresión fuerte de una lucha por la liberación nacional? Sí, a condición de que la persona concreta opte por el delirio de convertirse en libertador ilusorio, en personaje. Disparar en la nuca a un chaval de veinte y pocos años, maniatado y de rodillas, como Miguel Ángel Blanco, no parece un acto heroico susceptible de engrosar la nómina de sacrificios tendentes a la liberación de nadie. Esa atrocidad se muda en espanto cuando los asesinos se carcajean de los familiares de la víctima al cruzarse sus miradas en las sesiones del juicio. El tal Txapote y la tal Amaia, que además forman pareja, están psicóticamente incapacitados para liberar a nadie de nada, ni siquiera a sí mismos. Asesinos risueños, su repugnante chulería debe más a la certidumbre de pertenencia a una mafia todavía poderosa que a cualquier despropósito liberador. No quisiera ser su hijo. Ni adoptado.
Otro que tal
Arnaldo Otegi podría pasar por un chulo tabernario pasado de pacharán de no ser porque detrás tiene lo que tiene. Y lo que tiene no es a los animosos muchachos de Herri Batasuna, sino a una colección de asesinos a sueldo de una redención ilusoria que ahora mismo pueden montar la de dios es eta si se les ocurre liquidar al tío de un primo de un policía jubilado. Así es como están las cosas. Y si un tipo como Josu Ternera es ahora el bueno de esta siniestra historia, conviene no olvidar que ha formado (al parecer, con eficacia) a una amplia descendencia de malos. Se detiene a un clan de mafiosos expertos en la extorsión de empresarios vascos, y Otegi coge y se enfada y dice que eso supone un obstáculo de envergadura para el proceso de paz en Euskadi. Como si el tipo hubiera sido nombrado supervisor de jueces y fuerzas de seguridad por una comisión de la ONU.
Sin futuro
Lo más parecido que tenemos por aquí a un tipo como Otegui es el tal García Sentandreu, pero es un parecido a la valenciana, más dado a la paella en El Saler que a dar la cara por pistoleros a sueldo de sus tortuosas creencias. Quiero decir que no tiene nada detrás, salvo su perpetua estulticia, y un pasado de mamporros a jovencitos cuando hacía de estudiante. Es cierto que a su lado hasta el llorado González Lizondo resultaba inofensivo, quizás porque era más político, y que una vez que el también abogado Roberto, antiguo mamporrero, se ha refugiado en negocios de seguridad y de prostitución reglada, la cosa parece más calmada. Si se supone que Otegi y algunos residuos de Terra Lliure querían representar a la izquierda nacionalista, justo es decir que aquí las hostias siempre han llovido del nacionalismo contrario. Pellizcos de monja, más bien. Hasta en eso tenemos suerte.
Canciones
Es un misterio qué peligro pueden suponer a estas alturas Ovidi Montllor o Raimon para los intereses de la derecha valenciana, cuando hasta Rafa Xambó se hace pasar por cantautor un tanto a deshoras. Cuesta imaginar a una derecha francesa que sembrara de prohibiciones la carrera artística de Brel o Brassens, Montand o Reggiani, aunque el talento no es el mismo. Como dijo el general De Gaulle cuando querían enchironar a Jean Paul Sartre por sus últimos desvaríos callejeros, a Voltaire no se le encarcela. Ni Raimon ni Ovidi son Voltaire, ni menos Rafa Xambó, así que esa enemiga de los poderes derechistas o es de raíces simbólicas o no es nada. En una derecha singularmente lerda, la valenciana, que ignora el prestigio no siempre motivado que su ajado desdén genera en los agraviados. Una derecha que fabrica héroes contrarios donde sólo hay canciones, algunas más logradas que otras.
Y dale
También a los obispos les duele España, como es natural, así que se reúnen para adoctrinarnos sobre ese turbio asunto. Entre los muchos misterios de la Iglesia figura la peligrosa ilusión de que está en este mundo para salvarnos, como si no tuvieran bastante con lo suyo, así que no vacilan en lanzar contra la sociedad en su conjunto los más amargos reproches por su conducta disoluta, es decir, por su conducta. Como si las infortunadas almas y los desdichados cuerpos que se ponen a su alcance no sufrieran mayor padecimiento con el consuelo que les dispensan que con el motivo que lo genera. Cada cual es libre, aunque eso no es cierto, de elegir el delirio que más convenga a su carácter, pero exigir la observancia universal de una conducta delirante parece impropio de quienes dicen guiarse por el amor y el respeto a sus semejantes.
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