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Columna
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Las alas de Iker Casillas

Me gusta mucho el anuncio de Iker Casillas con las alas de ángel. Está imponente. Siempre se dice que lo de las alas es una fantasía absurda porque para sostenerlas los ángeles tendrían que tener unos esternones tan enormes que resultarían monstruosos y no es así como queremos imaginarlos, sino precisamente como a Casillas. Nobles, sencillos e inalcanzables al tiempo. Seres de los que no se puede esperar nada malo, ninguna zancadilla, ninguna putadita, ningún rencor. Ay, ángeles, ¿dónde estáis? Los publicistas han acertado de pleno. Primero por colgarle las alas a uno de los pocos futbolistas que dice cosas que no suenan a trámite monótono, sino que proceden de un fondo de autenticidad y reflexión de una credibilidad aplastante, algo poco habitual en un sector de frases telegráficas y donde parece que todo el mundo tiene mucho más que decir de fútbol que los futbolistas. Dijo en la estupenda entrevista que le hizo Diego Torres en El País Semanal que aunque le encanta Madrid, prefiere vivir en Móstoles porque allí "no veo agobio de ningún tipo. En Madrid, sí. El tráfico, los coches, todo siempre abierto: a cualquier hora que quieres algo lo tienes... Creo que te da demasiada comodidad".

Se me ha quedado lo de comodidad. Tal vez tendamos a confundir comodidad con progreso. Vivimos en la era de los comodones. Los reclamos siempre van por ahí. El coche más cómodo, el sillón más cómodo, el suelo más cómodo, bañeras con hidromasaje, casas domóticas, la compra de billetes de avión y entradas por Internet. No sé, agradezco no tener que hacer la colada en el río más cercano, ni tener que acarrear cántaros de agua desde la fuente, ni tener que escribir estas líneas a la luz de un candil, pero tampoco nos pasaría nada por no derrochar tanta energía. No soportamos el más mínimo frío ni el más mínimo calor. Ya no se pasa frío ni en la calle, de hecho, algunas terrazas siguen funcionando en invierno con calefactores. Y como sigamos así, de las fachadas saldrán chorros de aire refrigerado en verano. Aunque lo más probable, con el trote que llevamos, es que suceda todo lo contrario y que nuestros nietos tengan que recuperar el brasero con picón de nuestros abuelos, el fresco botijo y la sabia administración de los claroscuros y de las corrientes de aire en el interior de las casas en el ardor veraniego. Se tendrá que reducir el horario de las televisiones e incluso tendrá que verse colectivamente en pantallas situadas en puntos estratégicos de cada barrio, lo que será más incómodo, pero más animado. Y durante la mañana habrá una franja sin electricidad en que tendremos que volver a escribir a mano y a leer en soporte de papel, aunque según llevamos la tala de bosques tal vez sea en arcilla. Por supuesto de los coches, tal como está el asunto ahora mismo, habrá que olvidarse. La bicicleta será la estrella. Para los que no puedan usarla se habilitarán transportes públicos y se recuperará la tracción animal con caballos, mulas y camellos, a cuyo cuidado la verdad es que ya no estamos acostumbrados. Del agua, mejor no hablar. Una ducha saldrá por un ojo de la cara. Los pensionistas y los becarios prácticamente no podrán ducharse. Y se descubrirá que tampoco es bueno beber tanta agua. En las suaves ondulaciones de los campos de golf brillarán los cardos, acabando así con esta extravagancia que encarece de forma incomprensible los adosados. La estética es la única parcela en que, como antaño, nos sacrificamos sin mirar el dolor.

La idea del Iker-ángel supone además una revelación. El fútbol no es un deporte, es una religión. Acabo de comprender. Sólo los que tienen fe y creen en esos dioses y en esos santos, apóstoles y profetas disfrutan de verdad de la ceremonia, por eso meterse con el fútbol es meterse con cuestiones de creencias. Que además sea negocio, todo es negocio. Y lo cierto es que si nos remontamos a los mayas nos encontramos que este juego, muy parecido en lo básico al actual aunque con una pelota de tres kilos, estaba revestido de un carácter tan religioso que tanto los reyes como los dioses estaban obligados a practicarlo. Y ese aire de culto permanece porque lo mismo que en el Rocío o en Lourdes se venden medallas de la virgen, estampas y frascos de agua bendita, en los puestos en los alrededores del estadio Vicente Calderón hay llaveros, camisetas y demás símbolos. Sin duda el fútbol es una de las grandes metáforas de la vida. Y quizá sea una metáfora porque buena parte de la mejor literatura se escribe en las páginas de deportes.

Sólo me queda una duda, ¿cómo podrá meterse Casillas la camiseta con las alas?

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