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Columna
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Las cosas claras

Por fin retorna la luz a la cosa pública. No es como El Proceso de Kafka, en el que el protagonista, Joseph K., ignora de qué va lo que le pasa. Aquí, como somos vascos -quizás la K. esconda un Kepa o un Koldobika-, tenemos controlado este impresionante Proceso histórico. Los protagonistas nos lo van esclareciendo. La estrella de la semana ha sido un tal Elosua, jatorra él, que tiene un bar en Irún donde al parecer controla(ba) todo lo que pasa(ba) por la fontera, además, dicen, de cobrar impuestos revolucionarios y regir así nuestras vidas. También ha contribuido a despejar el panorama la gesta del Gobierno vasco de autoinculparse por hablar con la Izquierda Abertzale, pues tenemos un gobierno aguerrido al que no le duelen prendas por posicionarse. Mientras, el 87% de los jóvenes vascos se considera en buen estado de salud, exhibiendo un envidiable optimismo, ya que el 32 % asegura, contradictorio, sufrir cansancio y agotamiento, a su edad. En tal felicidad -el 93,7% de los jóvenes cree llevar "una vida buena", qué opinarán sus padres- averiguamos que los obispos discuten sobre si la unidad de España es un bien moral sobre el que la Iglesia debe pronunciarse, sin parar en mientes que hay preguntas que de sólo formularlas desarbolan la respuesta; que Otegi opina chulesco que detener extorsionadores, actividad en la que no entra, "es un ataque frontal a las esperanzas de paz", mientras otro dice que "sabotaje al proceso de paz", el Gobierno vasco "se sorprende" de las detenciones y el Gobierno de España asegura que no alterarán el proceso, a la vez que el Gobierno vasco, pues a cada uno le duele lo suyo, piensa que el auto contra Ibarretxe es una amenaza para la democracia y la UGT debate agónica sobre si habrá un documento sindical salvador del proceso de paz, al tiempo que las estructuras educativas del País rivalizan sobre cómo debe ser el "currículum vasco" y los no versados se preguntan cómo se pondrían si al Gobierno de España, Dios le libre, se le ocurriese proponer un "currículum español".

Comienzan, pues, a publicarse preocupaciones por la crispación que sacude la vida pública del Reino y la lectura de los artículos que sobre tan espinoso asunto versan incrementa la zozobra, pues si bien hay consenso sobre que las cosas no pueden seguir así, atizándonos a la menor, todos están de acuerdo en que la culpa es del otro, por lo que tenemos cuerda para rato. Las aguas bajan bravías y así seguirán. En este estado de cosas alivia lo suyo, más vale tarde que nunca, que el lehendakari pida disculpas a las víctimas por la lejanía que mostrara en ocasiones; y el que lo hiciera desde lejos y por carta no menoscaba el argumento, ni atempera las reacciones, pues hay quien asegura que pedir perdón es insulto, y otros que escarnio, contribuyendo así a mejorar nuestra convivencia. Y menos mal que, mientras, los obispos, reunidos para la ocasión, meditan sobre si la unidad de España está en peligro, tan honda es su moral. De forma que conviene reflexionar sobre el rumor de que Ternera denunciará a los de ETA que quieran volver a la lucha armada, sobre la aseveración de un eurodiputado popular para el que la nuestra es la peor democracia de Europa, pues quizás las tiene clasificadas de mejor a peor, y sobre lo de Zaplana, siempre egregio, pues asegura que el PP fue un ejemplo de cómo profundizar en el autogobierno y no morir en el intento.

En este venturoso estado mental no extraña que el paisanaje se haya dado al fútbol. El Mundial ha venido en el momento exacto y nos permite bucear en temas seguros, escapar por un efímero momento de tantas arenas movedizas. Cómo estarán las cosas, que hasta el 56,8% de los televidentes vascos vieron el último partido de España, incumpliendo sus obligaciones patrias y las exigencias íntimas de su identidad como pueblo. Vi el primer partido de España en un bar de Euskal Herria y, aunque estaba lleno y todo el mundo miraba arrobado la televisión, reinaba un silencio sepulcral (gol tras gol), quizás por el temor de mostrar un adarme de gusto. Menos un niño que, inocente, gritaba a veces "España, España" ante la vergüenza de sus familiares. Éstos tenían la culpa, pues todavía no le han enseñado las cosas.

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