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Los vigilantes

Jordi Soler

El Departamento de Justicia del Estado de California, por medio de una página en Internet que algo tiene de escalofriante, invita a sus ciudadanos a involucrarse en la vigilancia de los delincuentes sexuales. Si usted vive, por ejemplo, en el área de San Diego y le interesa conocer la calaña de sus vecinos, basta con que ubique las coordenadas de su casa en un plano para que aparezca, marcado con un vistoso cuadrado azul, el sitio específico donde viven los delincuentes sexuales que lo rodean. Un clic en ese cuadrado azul lo llevará a la fotografía y al historial delictivo de su vecino, que aparecerá en la lista de los 33.500, hombres y mujeres, que han sido procesados por algún delito sexual en California, y que ahora viven en un barrio normal y salen por la mañana a comprar la leche y el periódico y, gracias a esta página (meganslaw.ca.gov), hacen todo esto rigurosamente vigilados por sus vecinos. Aquel país que se autopromociona como un bastión de la libertad (en cada película de Hollywood, o serie de televisión, no falta el personaje que nos recuerda que Estados Unidos is a free country) ha tenido siempre una sospechosa cantidad de vecinos vigilantes, que se ha disparado con la irrupción de Internet, que es, entre otras cosas, un ojo que vigila.

Hace algunos años, cuando el ciberespacio era un privilegio exclusivo de los militares, la ciudad de Dallas era patrullada por una brigada de señoras que, desconfiando de la efectividad de los policías que mantenían el orden, salían por las noches a vigilar que sus vigilantes vigilaran bien, y cuando encontraban alguna anomalía, casi siempre ligada con el exceso de bebida, que era lo que en realidad les preocupaba, detenían al delincuente (si podían) y lo hacían arrestar (si es que el policía del barrio no tenía alguna falta más grave que atender). Estos vigilantes espontáneos, mujeres y hombres, de los que las señoras de Dallas son nada más un ejemplo, una muestra de lo que también pasaba en otras ciudades, han encontrado en la Red su manera de expandirse y multiplicarse, de hacer que la casa del valiente (the home of the brave, como llaman ellos mismos a su país en su himno nacional) sea la casa del hombre libre y valiente rigurosamente vigilado.

Ahora bajemos un poco al sur de San Diego y de Dallas y, sin abandonar el ojo cibernético que vigila, vayamos a la sufrida línea fronteriza que divide Estados Unidos de México, la frontera donde el mundo hiperdesarrollado y el mundo en vías de desarrollo entran en colisión, donde chocan las economías, las lenguas y las razas de una forma que no sucede en ninguna otra frontera del planeta. Ahí es donde se reconcentra la actividad de los ciudadanos estadounidenses que dedican tiempo, dinero y esfuerzo a vigilar, a vigilar que los inmigrantes, mexicanos y latinoamericanos, no vayan a meterse ilegalmente a su país; ésta es una ocupación que sería perfectamente comprensible si no fuera por esta flagrante contradicción: la mayoría de estos vigilantes, que velan por la seguridad de su frontera, tienen en sus casas trabajando, con un sueldo miserable, a sirvientas, canguros y jardineros indocumentados, que entraron a su país exactamente de la misma forma que ellos ahora intentan erradicar.

Existe una asociación, con página colgada en la Red, de nombre Minute Man Project que -amparada por el eslogan: "Nos robaron Estados Unidos mientras dormíamos", y por la sentencia: "Estadounidenses haciendo el trabajo que el Congreso no hace"- recaba fondos y recluta permanentemente voluntarios para abastecer a un ejército ciudadano, de 1.500 milicianos, que patrulla y vigila la línea fronteriza. Esta página viene ilustrada con fotografías de los vigilantes, de esa banda de braves que vigila las puertas del imperio, y que está integrada por un espectro que va desde el viejecito jubilado que mira con sus prismáticos de soldado el horizonte hasta el hell angel cuyo horizonte termina en sus bíceps. Según su ideario, Minute Man Project es una organización pacífica y desarmada, su función básica es vigilar y denunciar, y como prueba de este pacifismo su página comienza con un epígrafe de Gandhi.

Hace unos años, en la zona de la frontera que colinda con el Estado de Arizona, un grupo de rancheros montó un operativo que compartía parcialmente el ideario de Minute Man Project, ellos también vigilaban, pero, en lugar de denunciar, disparaban a los inmigrantes que intentaban cruzar la frontera; aquel episodio infame de cacería humana, donde hubo muchos muertos, generó notas en periódicos, algún programa de televisión y una tibia, e indigna, reclamación diplomática del Gobierno mexicano. Aquel capítulo atroz de la relación entre los dos países se desvaneció entre la palabrería diplomática y la imposibilidad legal de actuar contra esos omnipotentes rancheros, que reciben a tiros a esos mismos inmigrantes que, por otra parte, son el sostén laboral de sus ranchos, y los que limpian sus casas y cuidan a sus niños. Toda esa legión de civiles estadounidenses, armados o sin armas, que vigila celosamente sus fronteras, gozará pronto de un nuevo instrumento que hará más puntual y precisa su tarea patriótica; Rick Perry, gobernador de Tejas, ha comenzado a instalar webcams a lo largo de la frontera que colinda con su Estado, para que cualquier guardián de la patria que tenga acceso a un ordenador pueda vigilar, 24 horas al día, en directo, la línea fronteriza, y en caso de que el vigilante detecte que un latinoamericano va a colarse en su país, podrá denunciarlo en un número telefónico gratuito que se ha instalado especialmente para ese efecto. Estos vigilantes de la nación, que cambiarán los prismáticos por las pantallas de sus ordenadores, constituirán muy pronto un nuevo capítulo en la tormentosa historia de aquella sufrida frontera; ya veremos hasta dónde llegan estos ciberpatrulleros y de qué forma va a combinarse esta ventaja de la modernidad con el espíritu medieval de los rancheros armados.

Jordi Soler es escritor.

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