Más que música

El Sónar es, desde luego, algo más que un festival de música. Incluye un amplio programa de exposiciones, algunas de producción interna como el apartado Sonarmática (este año un tanto difuso dado el carácter virtual o de experiencia en exceso individualizada de los proyectos) y otras externas realizadas por los centros colaboradores. Es el caso de Vynil, dedicada a las portadas de discos que puede verse en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, o la más dura de Érase una vez Chernóbil, que se presenta en el Centro de Cultura Contemporánea de Bacelona (CCCB) y que ha sido una buena manera de bajarle los humos a tanta euforia tecnológica como estamos viviendo. La divertida y provocativa exposición Plagiarismo, en el Centro Cultural de Caja Madrid de la plaza de Catalunya, e Historias animadas, en Caixafòrum, se integran también en el programa expositivo del off Sónar.

Otro de los clásicos más interesantes del festival es su apartado cinematográfico. Este año, en el auditorio del CCCB ha podido verse un programa amplio y muy diverso. Había trabajos muy experimentales, que como Film material y Luz natural se centran en el virtuosismo del montaje a partir bien de imágenes desechadas de películas antiguas, en el primer caso, o filmadas, en el segundo. Como siempre, tampoco han faltado los clásicos, como la película inédita de 1966 de la grabación de un concierto de la pieza Mikrophonie I, de Karlheinz Stockhausen.

En otro registro, es curioso el humor agridulce de la selección de cortos de animación japoneses o de los vídeos caseros lentificados de Slomo Video y Tank TV. Una parte del programa se ha dedicado a los documentales, entre los que destaca High tech soul, que explica el contexto de crisis social y económica de Detroit en el que nació el tecno en los años ochenta.