Visto/Oído
El programa de María Jiménez dedicado a Rocío Jurado lo han refritado hasta en Aquí hay tomate. El tomate eran las lágrimas, claro, esos momentos en los que los invitados al evento, todos con un clavel rojo en la mano (y hasta junto al vaso de agua de cada uno de ellos había un clavel rojo) proclamaban su inmenso dolor por la muerte de "la más grande". El mirador sobre las lágrimas parece que va a durar todavía un tiempo: nos han mostrado a Ortega Cano, de negro absoluto, tocando a muerto en el campanario de la finca Hierbabuena; y me imagino que no nos ahorrarán el funeral de Miami. Para colmo, el rey de España llamó a Ortega por teléfono para decirle: "Yo tengo una reina en mi casa, pero se ha muerto la reina de la canción". Es verdad que el Rey podía haberse callado, pero ¿qué habrían dicho los de Aquí hay tomate, o los de Salsa rosa? ¿Podía correr la institución monárquica un riesgo tan grande?
En Granada toca euforia. Se hizo la luz de las trescientas mil bombillas de la feria de Granada, que Contraportada (CSTV) nos traslada todos los días a la hora de la siesta, con su entusiasmo en directo y una adhesión incondicional a la tradición de todo (porque ya todo es tradicional e inevitable) sobre la que redundan todos los capataces de esta alegría tan nuestra.
Los feriantes no duermen la siesta. A esa hora, bien comidos, beben y bailan. ¿Acaso saben ya que la siesta está en cuestión? Los expertos gubernamentales que trabajan en un proyecto de ley para meter en cintura los malos hábitos horarios de los españoles piensan que la siesta tiene que ser corta y productiva: hay que despertarse de la siesta en condiciones de rendir más de lo que permiten la resaca del sueño y de lo que la propicia. No sé si esos expertos se han dado cuenta de que un campeonato mundial de fútbol es un antídoto infalible. El miércoles pasado hubo cuatro sobresaltos, uno por cada gol, que la peña nacional exacerbó hasta el borde del estruendo.
No tuve más remedio que abrir los ojos y los oídos, pero todo lo que ví y oí era preocupante y extraño. Los locutores de Cuatro, como los de las emisoras de radio, estaban tan fuera de sí que parecían drogados, o fanatizados, o descerebrados. No sé por qué hay gente que se pregunta tanto qué es una nación: una nación es ese exceso que encuentra su enunciado perfecto en un grito ininteligible, algo tan racional como la barbaridad de que un negocio tan en tela de juicio como el del fútbol arrastre a millones de personas que, con treinta y cinco grados a la sombra, se atan una bufanda al cuello.
El jueves de Corpus Granada tuvo triple presencia en CSTV: procesión por la mañana, feria después de comer y fiesta nacional. Uno de los comentaristas de la procesión dijo que a los granadinos nos gusta que las autoridades "se presencialicen" en el homenaje a la eucaristía; podría hablar por él, y mejor. Había mucha gente en sus casas, claro: a oscuras, protegiéndose del fervorín. El miércoles, cuando Ucrania atacaba, la princesa Leticia se tapaba los oídos, y no los ojos. ¿Es un mensaje subliminal de la familia real: ver la realidad, pero protegerse de su estruendo?
Eduardo Haro, no sabes lo que te estás perdiendo.
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