Desertificación y sequía. Cuestión de sensibilidad
Hoy, 17 de junio, es el Día Internacional de lucha contra la desertificación y la sequía. Quizá los fenómenos más relevantes para la humanidad, ya que implican la desaparición de los dos recursos que le son vitales: el suelo y el agua. La incidencia de ambos en las condiciones de vida de las personas justifica sobradamente el hecho añadido de que este año, 2006, haya sido también declarado por las Naciones Unidas Año Internacional de los Desiertos y de la Desertificación. El motivo de ambas conmemoraciones es instar a la reflexión sobre el hecho de que el hombre sea directamente responsable de la mayoría de sus causas y provocar la consecuente reacción para evitarlas.
No estamos ante fenómenos naturales sobre los que no podemos ejercer ningún control, salvo paliar en lo posible sus efectos, sino que ahora sabemos que son, en gran medida, consecuencia de la acción del hombre. Las montañas del Atlas, en el norte de África, no siempre fueron tan áridas. Antaño estaban plagadas de bosques, con abundancia de frutas y especies animales. Pero la tala masiva de sus árboles y la transformación de sus bosques en terrenos agrícolas, realizada en época del Imperio Romano, acabó provocando un cambio climático resultado de esa deforestación y la salinización consecuencia del regadío. Las lluvias disminuyeron y el suelo se secó, volviéndose estéril. Situación que persiste dos mil años después.
El caso del norte de África no es ni mucho menos único, ni desde luego reciente, pero es sin duda un ejemplo sobrecogedor con el que pretendo ilustrar la magnitud de los fenómenos que puede desencadenar el hombre con su inconsciencia. Sobretodo en un área tan frágil como el Mediterráneo. Ahora sabemos cuán devastadoras pueden llegar a ser las consecuencias de nuestros actos y tenemos la responsabilidad de actuar en coherencia con los conocimientos que hemos ido adquiriendo. Sabemos, por ejemplo, que las principales causas de la desertificación están ligadas a la excesiva ocupación artificial del suelo, a la deforestación o al abandono de los cultivos. A este respecto el proyecto europeo Corine Land Cover, que ha cartografiado dos veces (en 1986 y en 2000), mediante satélite, la superficie europea nos ha proporcionado datos incuestionables de la evolución de la ocupación del suelo en España y, en concreto en la Comunidad Valenciana. En el caso de España, muestra que, en esos 14 años, la extensión de las superficies artificiales se ha incrementado en algo más de un 25%, mientras que en la Comunidad Valenciana lo ha hecho en casi un 50%.
Estos datos nos indican la causa principal del alto riesgo de desertificación al que está sometido el territorio de nuestra Comunidad, constatado en el último informe, de 2003, del Programa de Acción Nacional contra la Desertificación. El informe muestra que el 56% del territorio de la Comunidad Valenciana presenta un riesgo muy alto de desertificación y el 40% sufre procesos de degradación severos. Por su parte, solo el 1% está ocupado por zonas húmedas, cuando hace solo 200 años Cavanilles describía nuestra costa como un continuo rosario de humedales.
También el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo ha demostrado que la concentración de la urbanización en el primer kilómetro de la línea de costa está provocando un descenso de las precipitaciones en las zonas de interior, debido a la menor evaporación del suelo, un fenómeno que provoca un perverso bucle que realimenta la desertificación. Este hecho induce también a la formación de tormentas cada vez más localizadas y violentas, que arrastran grandes cantidades de suelo. De hecho, las tormentas pueden arrastrar desde 20 hasta 100 toneladas de suelo por hectárea y se calcula que los países del sur de Europa llevan décadas perdiendo una media de una tonelada de suelo por hectárea.
Estos indicadores deberían haber provocado ya alguna reacción por parte de la Generalitat. Deberían, al menos, ser tenidos en cuenta por el Gobierno Valenciano cuando diseña y aplica sus políticas. Pero no es así. La Generalitat no reconoce el problema, mira hacia otro lado e insiste en apoyar un urbanismo incontrolado y en seguir degradando nuestro territorio. La cuestión es importante y Planes inconsistentes como el de Desarrollo de las Comarcas de Interior (que carece de contenidos y presupuesto) o manifiestamente nocivos como el del Litoral (que consagra la total cimentación de la costa) demuestran la falta de sensibilidad del Gobierno Valenciano ante el principal problema ambiental que nos aqueja.
Podemos dudar de si es la torpeza o la arrogancia lo que está detrás de una actitud tan irresponsable, pero, en todo caso, podemos tener la certeza de que es equivocada. Existen alternativas a nuestro desarrollo insostenible y es urgente comenzar a aplicarlas. La Comunidad Valenciana necesita que se actúe con decisión para frenar la desertificación que avanza sin control y la sequía que esta provoca. La continua reivindicación del trasvase del Ebro es una inconsistente cortina de humo, porque sabemos que la causa de nuestros problemas es interna y las soluciones están en nuestras manos. Hace falta un cambio de políticas, de actitudes y sobre todo de sensibilidades.
Francesc Signes es Secretario de Medio Ambiente, Agua y Agricultura del PSPV.
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