"La riqueza siempre es señal de habilidad"
Acaba de publicar el disco Estudando o Pagode: segregamulher e amor, una opereta contra la segregación racial y sexual. Prepara ya otro más que servirá para conmemorar en octubre su inverosímil 70º cumpleaños. Y acaba de cerrar en Portugal una gira europea que no pasará por España. Flaco como una alcayata y gracioso como un niño, Tom Zé sigue paseando por el mundo la bandera del tropicalismo en su vertiente más experimental, irónica e irreverente, corriente de la que es el único miembro y que le separó de cuajo del camino de fama y éxito de sus principales compañeros de tropicalia, Caetano Veloso y Gilberto Gil.
El músico y compositor de Irará (Bahía) ha presentado en Lisboa, Oporto y Faro el espectáculo Tropicália jacta est, donde explica "el abismo entre el periodo preguttemberguiano y el posguttembergiano que atravesamos los mestizos de Bahía", y recupera la esencia burlona de sus viejas canciones, las que recopiló de manera crucial David Byrne en 1990 justo cuando Zé estaba a punto de retirarse de la música en vista del fracaso obtenido para ponerse a trabajar en la gasolinera de su sobrino.
"Si la gente no abre puertas para cierta esperanza, sólo queda una nube negra. Estoy haciendo un disco contra los apocalípticos"
"En Brasil pasa algo salvaje que en Europa pasa menos: los ricos de São Paulo viven presos; sus hijos no pueden salir a la puerta de la casa"
El show en vivo de Tom Zé, que en la vida real está sordo como una tapia, es una desternillante lección de ritmo, filosofía, historia y poesía inspirada en la máxima "antes muerto que apocalíptico". En escena habla más que canta y hasta utiliza una pizarra para explicar mejor el arte antilibresco y disfrutón del Sertão. Al final, la gente se pone de pie en bloque para aplaudirle. Una noche, en la Casa da Música de Oporto, los jovencísimos acomodadores del teatro no se fueron de allí hasta que se fotografiaron con él. O sea, que Tom Zé cada día se parece más a Chano Lobato. O quizá es que Bahía es la Cádiz brasileña.
Pregunta. ¿Ha representado ya la opereta Pagode?
Respuesta. No, aunque los universitarios han escenificado dos discos míos antiguos. La opereta es un intento de montar un poco de lío para atraer la atención de los jóvenes. Vi en una encuesta de la MTV brasileña que son cada vez menos solidarios y más egoístas. Y que cada vez leen menos y prefieren las canciones más cortas. Está bien, me dije. Si quieren cómics y canciones de 30 segundos, no hay problema; seré ludositor en vez de compositor.
P. ¿Cómo pueden adaptarse los artistas a ese público nuevo?
R. Me parece que haciendo cualquier cosa menos ponerse apocalípticos. Dicen que yo siempre evoco un Brasil desaparecido, del pasado, me llaman "pasadista". Pero cuanto más viejo me hago más joven se hace mi público. Me han puesto el estigma de que canto para un público joven. Cuando un artista observa la realidad y luego la cuenta no puede salir tan negro como cuando la cuenta un filósofo. Si la gente no abre puertas para cierta esperanza sólo queda una nube negra. Estoy haciendo un disco contra los apocalípticos para celebrar mis 70 años.
P. Pero si acaba de salir el otro.
R. Es la primera vez que voy a hacer dos seguidos en tan poco tiempo. Mis discos son sueños sonoros que tardan mucho en hacerse materia que suene a música. Suelo tardar tres años, pero no pienso ni en el pasado ni el futuro, sólo pienso en convertir eso en materia. Quizá por eso tengo un público tan minoritario, tal vez en Europa más amplio que en Brasil, aunque ahora allí lleno algunos teatros sin haber ido a la televisión, lo cual es una novedad.
P. ¿Cómo van sus relaciones con Gilberto Gil y Caetano Veloso?
R. Ellos no es que quisieran ser artistas o estrellas, es que son genios de la música y de moverse como estrellas por el mundo, y por eso ahora tienen otras actividades aparte de la música. La energía atómica explota en cadena. Yo los amo todavía, aunque hayan mantenido actitudes que no apruebo, tengo mucha envidia de ellos: son estrellas. Gil siempre quiso ser político. Yo le mando mensajes por correo, comentarios sobre su trabajo de ministro, siempre cariñosos. Siempre hay alguien dispuesto a ponerle bombas a este Gobierno: la clase media y los artistas están acostumbrados a mamar de las tetas del Gobierno y todo el mundo le ataca, es natural. Gil quiere acabar con esos privilegios y está siendo crucificado. Pobre. Tratar de arreglar ese país es muy complicado. Lula y el PT han sido la gran esperanza de los intelectuales pero ha aparecido la corrupción y con ella ha aparecido el silencio de los intelectuales. Nadie dice nada. Los periódicos están desapareciendo.
P. ¿Usted es más libre que Gil y Veloso?
R. Ellos son lindos, deben ser libres también. Quizá no opinan como yo, tenemos muchas diferencias... Pero yo no me quiero pasar la vida poniendo los puntos sobre las íes. La generosidad es una bonita virtud.
P. ¿Y usted sigue haciendo música pensando en el "cinturón de la proteína", esos millones de personas del Sertão que viven en São Paulo y nunca probaron la carne?
R. Yo no vivo en Marte... En mi educación, la ética fue muy importante. Las conversaciones trataban sobre eso. La riqueza siempre es señal de habilidad, al menos comercial... Por cierto, ahora en Brasil pasa algo salvaje que en Europa pasa menos: los ricos de São Paulo viven presos, sus hijos no pueden salir a la puerta de la casa. La mitad de los pobres de Brasil están presos, la otra mitad sueltos, pero todos los ricos están todos presos. Monteiro Lobato, un escritor, dijo que está bien ser un preso porque así no tienes miedo de ir preso. Ja, ja.
P. ¿Cómo está Brasil? ¿Ha mejorado?
R. Soy un pésimo analista político pero el pueblo y la clase media están cada vez más oprimidos por los impuestos y sufriendo un gran bajón de nivel de vida. La Iglesia continúa haciendo de las regiones más pobres fábricas de desempleados, hay familias con 11 hijos y las favelas están llenas de niños pasando hambre y necesidad. Todo por la prohibición de los condones.
P. ¿Cómo es un día Zé?
R. Me levanto a las cuatro porque mis musas tienen un huso horario distinto al de Brasil. Hago taichi, compongo un poco de música con el violonchelo, a las siete desayuno yogur y sopa de verduras, luego estudio hasta las cuatro, vuelvo a almorzar, echo una siesta española, voy un rato a la oficina de Neusa y luego, a casa.
P. ¿Se siente artista?
R. Tengo una cosa que me protege. Soy un analfabeto de la música. No sé si es bueno o no, porque es una de esas cosas íntimas que uno prefiere no averiguar. Pero sé que estoy fuera de moda, siempre ando oyendo música clásica. Para empezar, tengo horror al jazz. Aunque lo toqué un día, antes de saber lo que era, con un trompetista tuerto.
P. Me parece que todo eso es una pose, una especie de poética de perdedor.
R. Mis discos tienen la pretensión de ser buenos y poéticos. Pero el mundo está lleno de jóvenes guapos con buena voz y buena tecnología. Yo no tengo buena voz, no compongo bien, no canto bien pero me exijo alguna cosa: que los discos sean buenos, divertidos, entretenidos. ¡Y perdón por la audacia de decir disco! ¿Estamos listos? Mándele muchos saludos a Carlos Galilea y a la peña del Bar Zé de Madrid, por favor.
Babelia
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