"Intento hacer con los clásicos lo que los jíbaros con las cabezas"
¿Dónde está la segunda parte? La pregunta que le lanzó el hijo preadolescente de una amiga tras leer el borrador de la adaptación de la primera parte de El Quijote acabó por convencer a la catedrática Rosa Navarro Durán. Desde entonces, esta filóloga, especialista en la literatura española del Siglo de Oro, compagina su trabajo docente y sus investigaciones en la Universidad de Barcelona con una nueva pasión: la de transmitir los clásicos al público más joven. "Lucho por transformar el equilibrio entre lectores y no lectores", asegura.
Además de la obra de Cervantes, Navarro, en colaboración con el ilustrador Francesc Capdevila, ha trabajado sobre Tirante el blanco y Platero y yo. Actualmente ultima su versión del Lazarillo de Tormes, un clásico al que ha dedicado cinco años de investigación filológica.
PREGUNTA. ¿Cuál es el mayor reto de las adaptaciones?
RESPUESTA. Cuando hay que hacer una síntesis y dejar un original como El Quijote en 50 páginas, lo más difícil es ofrecer un texto fiel al original, no traicionarlo.
P. ¿Sin cambios?
R. Yo no transformo nada. Me parece fundamental que el niño más adelante, cuando crezca y vaya al original, reconozca lo ya leído. Intento hacer lo que los jíbaros con las cabezas: no cambiar los rasgos, simplemente reducir su tamaño.
P. ¿Qué queda fuera?
R. Selecciono pensando en los lectores. No adapto las obras a un gusto infantil, sino que creo este gusto, partiendo de lo que está en los clásicos, pero desde el conocimiento del ser humano. Mantengo el mismo principio y final de las obras y dentro elijo los episodios que puedan divertir a los niños. Pretendo ir más allá de los referentes puramente literarios, que para ellos no tienen sentido. Sé cómo hacer reír a un niño.
P. ¿No se simplifica el lenguaje?
R. El lenguaje de los niños es el mismo que el nuestro; no utilizo uno especial. Se trata de atenuar las dificultades técnicas y sintácticas, de alcanzar un registro algo más sencillo. Algunas palabras las selecciono y aclaro en el mismo texto, y en otros casos aporto mis conocimientos como filóloga.
P. ¿Cómo?
R. Con sutilezas importantes, con pequeños detalles. No quiero acuñar errores. Por ejemplo, mi adaptación de El Quijote arranca con "en una aldea de La Mancha
...", porque esto es lo que quiso decir Cervantes y ha quedado demostrado en los estudios filológicos. Se trata de devolver al texto su sentido original. Si no empezara así, estaría traicionando al niño, que nunca entendería lo que el autor escribe. La lengua es un organismo vivo.
P. ¿Qué se gana y qué se pierde con estas versiones?
R. Se gana muchísimo, tanto como abrir las librerías llenas de polvo a los niños, y que conozcan a nuestros personajes culturales -a Dulcinea, a Carmesina o al Lazarillo-. No se pierde nada.
P. ¿Qué ventajas tienen los textos rehechos?
R. La lectura de un clásico tal cual, puede matar el gusto de la lectura de un niño por muchos años. Las obras clásicas están contadas, se trata de recontarlas. Hay que hacer accesible estos textos maravillosos y darles a los niños las referencias culturales básicas. Ellos tienen una gran capacidad de absorción para nombres japoneses del Manga o de los personajes clásicos de la literatura.
P. ¿Qué adaptación le planteó mayores problemas?
R.Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, en parte porque pertenece a un periodo que no es mi especialidad. En contra de lo que se cree no es una obra escrita para niños. Su lenguaje es difícil y no quise restarle lirismo. En ella flota la idea de la muerte y no quería transmitir esto. Además, está contada en primera persona y sentía que no podía usurpar la personalidad de Juan Ramón. Así que tuve que entrar como narradora de su historia en tercera persona.
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