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Columna
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Se sabe desde la época de Esquilo

Soledad Gallego-Díaz

La oposición que ha ejercido esta semana el Partido Popular ha sido tan radical, se ha expresado con un lenguaje tan brutal, que ha obligado casi a convalidar los errores del Gobierno. Hasta los clásicos griegos sabían que la desmesura en la defensa de algo, incluso aunque uno crea que es un derecho, conduce siempre a la injusticia. Fue el primer tema que trató el primer trágico griego, Esquilo, así que la idea viene de muy antiguo. La cosa es que no estamos en la época de las tragedias clásicas, sino en una democracia moderna en la que las desdichas políticas, si no se arreglan en el recorrido, suelen terminar en algo muy simple: elecciones.

Si el Gobierno sigue adelante con su obligación de intentar el fin de ETA y si el PP mantiene su política de entorpecer como sea cualquier posible acuerdo, lo más que puede suceder es que, avanzado el proceso de paz (o finalmente roto), Rodríguez Zapatero reclame anticipadamente a los ciudadanos su reflexión y su voto. Un horizonte que no es en absoluto seguro pero que resulta más probable hoy que hace una semana. Y, sobre todo, un horizonte que no tiene por qué provocar alarma ni convulsiones. No hay por qué alentar la sobreexcitación de los extremistas. Políticamente, esto acabará en unas elecciones.

Es muy posible que Rodríguez Zapatero haya cometido un error al anunciar el encuentro oficial entre el PS de Euskadi y la ilegalizada Batasuna. Es posible que existan discrepancias razonables sobre el ritmo que está adquiriendo el proceso, demasiado acelerado para el criterio de algunos expertos, que desearían ver más calma o incluso, más flema en el Gobierno. Es posible que la rápida legalización de Batasuna sea polémica, aunque se produzca a través de la vigente Ley de Partidos Políticos y de su imprescindible rechazo a la violencia (¿bastará que aludan a las "vías pacíficas y democráticas" a las que se refirió Otegi en su discurso de Anoeta?).

En cualquier caso, será imposible escuchar esas críticas si el escenario está ocupado por un vocinglero y resentido Ángel Acebes, empeñado en enterrar su propia historia y su triste papel en una avalancha de insultos y descalificaciones ajenas. Imposible analizar matices y tácticas, si se exige a los manifestantes en apoyo de las víctimas del terrorismo que marchen detrás de una infamante pancarta sobre el 11-M, que constituye una vergüenza y una ofensa para quienes, de corazón, querríamos trasladarles nuestro aliento y nuestro interés.

Imposible si Mariano Rajoy no hace algo para evitar lo que todos estamos viendo: que el jefe de la oposición, en su afán de poner en dificultades al Gobierno, está promoviendo, pura y claramente, la debilidad del Estado en una negociación con una banda terrorista.

Es cierto que el PP, la derecha española, se encuentra en una posición difícil. Sería de necios no reconocerlo. Pero lo que se espera de sus dirigentes es habilidad política, agudeza y responsabilidad para lograr sus objetivos como oposición, sin poner en peligro a los representantes del Estado en la negociación con ETA. Y por ahora lo único que se aprecia es la incapacidad de este equipo para afrontar esta difícil situación. Lo único que se ve es un equipo poco competente, una plantilla muy dura, pero muy poco eficiente en lo que realmente importa, un grupo al que parece, incluso, que no le importaría que el Estado se debilitara, con tal de mejorar sus propias expectativas. Realmente, nada de lo que alegrarse.

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No convendría tampoco olvidar que cuando la ministra británica Mo Mowlam fue a la prisión de Maze para intentar que se desbloqueara el proceso de negociación en Irlanda del Norte, no fue para entrevistarse, como muchos creen, con los presos del IRA, sino para convencer, justamente, a sus mayores enemigos, los presos unionistas pro-británicos, que rechazaban de plano cualquier tipo de conversación. Siempre se dijo que la iniciativa de Mowlam fue muy valiente. solg@elpais.es

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