La pasión por cuadrar el círculo
Si por él hubiera sido, si le hubieran dejado una semana más, también ERC formaría parte del acuerdo de La Moncloa en torno al Estatuto. Porque Alfredo Pérez Rubalcaba, ahora ministro del Interior, antes portavoz parlamentario, antes diputado en la oposición y mucho antes ministro varias veces con Felipe González, se ha sumergido en tantas ocasiones en la cultura del pacto político que ya es una forma de vida, habida cuenta de que su existencia gira en torno a la política.
El pacto casi como un arte o como la pasión de "cuadrar el círculo", según expresiones de quienes admiran su habilidad. Y todo hecho con un gran sentido del humor y con capacidad para llegar a la cercanía personal en muy poco tiempo, según narran quienes han compartido mesa de negociación. Este químico ha estado en la cúspide del proceso para alcanzar el acuerdo político sobre el texto de Cataluña. Lo ha dirigido siempre, aunque hubiera jornadas en la que su presencia no era necesaria porque el resto de los protagonistas hacían su trabajo con solvencia y eficacia, a juicio de sus adversarios políticos. Pero cuando la materia de discusión llegaba a un túnel sin salida, entonces, invariablemente, había que "llamar a Alfredo". Aparecía, empezaba el intercambio de papeles y la corrección de párrafos. Y había acuerdo. Una vez encarrilado, volvían a la escena los negociadores del PSC, del PSOE y los técnicos del gobierno. Los interlocutores nunca olvidarán a Francisco Caamaño, secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, y a su jefe de gabinete, José Luis Rodríguez.
Con rostro visible, el portavoz socialista de la comisión constitucional, Ramón Jáuregui, y el portavoz de los diputados del PSC en el Congreso, Daniel Fernández, fueron personajes imprescindibles en esta historia. Y con un papel esencial, "y todo un descubrimiento para el PSC", Diego López Garrido. También Rubalcaba daba un paso atrás cuando intervenían directamente los ministros. La ministra de Fomento, Magdalena Álvarez; el de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, y desde luego Pedro Solbes, vicepresidente económico, tuvieron un papel relevante, de lo que son conscientes, con cierta consternación, los negociadores catalanes. Ellos asumían el papel del Estado con el que chocaron las pretensiones de los partidos catalanes. En alguna ocasión, no obstante, los grupos de Cataluña tuvieron la impresión de que Rubalcaba se parapetaba tras ellos para repetir eso de "imposible, imposible, eso no puede ser, vamos a darle otra vuelta...". Y lo intentaba, y no se rendía, porque en su esquema no entra la hipótesis del fracaso en una negociación. Si no había acuerdo, como pasó durante varias jornadas, sobre la definición de la tipología de competencias, Justicia, financiación, selecciones deportivas, paradores o educación infantil, conseguía que el desacuerdo fuera invisible al convencer a todos los demás de que no se votara, de que "se le diera otra vuelta".
Vuelta a vuelta, se fue forjando la mayoría con CiU e ICV para que las votaciones se superaran con decoro. Pero por muchas vueltas que se dieron, no hubo forma de sellar un acuerdo sobre la gestión del aeropuerto de El Prat. En último término, consiguió que esa rotunda discrepancia lo pareciera menos. "Hubo pacto en pactar que El Prat quedara fuera del Estatuto, pero alegrémonos porque en su momento el Gobierno de la nación hará una ley sobre la gestión de aeropuertos que atenderá los intereses de todas las partes". Este resumen, con tintes caricaturescos, es de un diputado nacionalista catalán que, ahora no sabe cómo, aceptó, como todos, la fórmula. "Habilidad de Rubalcaba", suspira.
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