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Reportaje:

Los 'hijos de la yihad' quieren combatir

Sus padres son islamistas muertos o encarcelados en Marruecos; ellos pretenden seguir el camino de la lucha

"Yo quiero ser muyahid [luchador]". El pequeño Rachid, de siete años, contesta sin titubeos cuando se le pregunta sobre la profesión que elegirá de mayor. Quiere seguir, en una versión más extremista, el camino marcado por su padre, encarcelado en Kenitra, al norte de Rabat, por ser un islamista supuestamente terrorista.

La masiva represión antiterrorista desatada en Marruecos poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, y acentuada tras los bombazos que ensangrentaron Casablanca en mayo de 2003, ha diezmado las filas del islamismo radical, pero ha roto a muchas familias y ha dejado a muchos críos "desestructurados", según el informe de una psicóloga marroquí.

Ilyas, de 13 años, irrumpe en el salón, encapuchado y con un arma de juguete

Tras aquellos atentados de hace tres años hubo unas 8.000 detenciones. Unos 2.400 islamistas fueron después procesados pero, tras sucesivos indultos, sólo unos 700 permanecen encarcelados, según fuentes oficiales. Los familiares de los reos aseguran, en cambio, que son unos 1.100.

Abderrahim Mouhad, un ex militante de las Juventudes Islámicas que ahora anima la asociación Ennassir (Apoyo), de ayuda a los presos integristas, tiene claro a qué se deben los sufrimientos de los niños. "Las detenciones son casi siempre traumáticas", afirma. "Por eso, meses después de que se hayan producido, los niños rompen a llorar en cuanto ven una furgoneta de policía", añade.

Mouhad habla ante las puertas de la cárcel de Oukacha (Casablanca), donde ha acudido a dar ánimos a las mujeres de presos islamistas que, casi a diario, organizaban sentadas en apoyo a los 350 maridos que estuvieron en huelga de hambre durante un mes. La terminaron el pasado jueves y, en consecuencia, sus esposas dejaron de protestar ante los penales.

"¿Por qué les encarcelan? ¡Sólo porque llevan barba!", repetían las mujeres la semana pasada bajo un sol de justicia, clamando la inocencia de sus maridos en una explanada por la que apenas pasa gente. Cuando no corean consignas hacen invocaciones a Dios: "¡Sólo Alá puede protegernos!". Muchas se han traído a sus hijos, a los que han revestido con banderolas en las que se puede leer: "Libertad para los presos islamistas".

Los más pequeños revolotean tratando de que no se les caiga la banderola o las fotos de sus progenitores que llevan colgadas. Los más mayores, que no han ido al colegio, se quedan quietos junto a sus madres y se desgañitan gritando los eslóganes reivindicativos.

Bouchra, una madre ataviada con el nikab, la prenda negra saudí que cubre todo el cuerpo excepto los ojos, recuerda que los policías asaltaron su casa de Oulfa, un barrio de Casablanca, en agosto de 2002: "Hirieron a mi marido, mataron a un amigo que estaba con él y su sangre salpicó a mis hijos Amar, que entonces tenía cuatro años, y Zahra, que había cumplido dos".

"Detuvieron a todos los de la casa", prosigue Bouchra, "mujeres y niños incluidos". "A nosotros nos condujeron a la Wilaya (Gobierno Civil), donde permanecimos día y medio antes de que nos soltasen". "Desde entonces es como si Amar hubiese dejado de ser un niño, tiene la mirada algo perdida, de un adulto". "De mayor", me dice, "quiero ser muyahid".

Ilyas, de 13 años, se entrena ya para serlo. De vez en cuando irrumpe en el salón de su piso de Casablanca encapuchado y con un arma de juguete. Su padre era Karim Mejjati, muerto junto con su hermano en mayo de 2005 en una refriega con la policía de Arabia Saudí. Dos años antes él fue apresado, junto con su madre, en una calle de Riad y pasó tres meses encerrado en una celda de los servicios secretos saudíes y otros nueve en la de los marroquíes.

El primer día de su detención, cuando aún no tenía diez años, fue interrogado, recuerda, "desde las 11.30 de la mañana hasta la una de la madrugada" sobre su padre y sus amistades. El calabozo, de seis metros cuadrados, que compartía con su madre, estaba permanentemente iluminado por 16 bombillas halógenas. "Quería suicidarme", recuerda alterado por los recuerdos, "pero no sabía cómo hacerlo".

El hijo de Mejjati tiene la suerte de estar en manos de una psicóloga, Naima Chami, que le ayuda. Chami, como otros dos profesionales que atienden a los hijos de reclusos islamistas, rehusó hablar con este corresponsal, probablemente porque no quieren que su nombre aparezca asociado a unos pacientes tan especiales. En su último informe, la psicóloga señala que Ilyas padeció "encarcelamiento y maltrato psicológico durante 12 meses". "Esto puede haber originado su estado de desestructuración psíquica y su fuerte regresión psicoafectiva".

"No todos pueden acceder a un tratamiento médico", explica Abderrahim Mouhad. "Primero, por ignorancia, algunas madres no saben lo que necesitan sus hijos; después, la gran mayoría no lo puede costear, y por último, algunos profesionales se niegan a tratar a estos críos porque sus padres son considerados terroristas". Taieb Chadi, un periodista de Le Journal que ha escrito sobre la prole islamista, se indigna: "Si no se les ayuda, acabarán siendo kamikazes". "Hay que salvarles", insiste, y propone que a algunos se les retire incluso la patria potestad.

A veces, madres y tíos no contribuyen a que el niño supere sus problemas. Son las ocho de la tarde en un modesto hogar del barrio de Oulfa. Mientras cenan, los menores no ven dibujos animados. Hoy miran en el televisor el DVD El novio de Fátima, en el que el saudí Abu Muawiya al Shimali pide simbólicamente la mano de Fátima, una iraquí muerta en la cárcel de Abu Ghraib. Después se sube a un coche repleto de bombonas de gas y se estrella contra unas viviendas ocupadas por estadounidenses.

Eva María Monfort, una española casada con Bouchaib Maghder, un marroquí condenado a cadena perpetua por terrorismo pese a que había sido detenido cinco meses antes de los atentados de Casablanca, es la excepción que confirma la regla. Se ha instalado en Marruecos porque en su pueblo de Alicante marginaban a sus cuatro hijos en cuanto se enteraban del motivo de la ausencia de su padre. "Aquí no es que sean los hijos de un héroe, pero se ve como algo natural", afirma.

Si en el barrio popular de Casablanca donde viven ahora no padecen ya rechazo, "sí sufren otros inconvenientes", reconoce Eva. "Los varones aprenden el maltrato verbal a las chicas de su edad", se lamenta. "Tienden incluso a levantarles la mano con facilidad y eso no me gusta".

Hijos de presos islamistas se manifiestan con sus madres en mayo ante la prisión de Oukacha, en Casablanca.
Hijos de presos islamistas se manifiestan con sus madres en mayo ante la prisión de Oukacha, en Casablanca.I. C.

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