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Columna
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Cataluña vs Spain

He de confesar que grité el gol de Campbell. Me reuní en casa con varios amigos y fingimos tener ascendientes londinenses para apoyar al Arsenal en la final de la Liga de Campeones. La broma del parentesco con los ingleses trataba de camuflar un teórico sentimiento de culpa por desear la derrota de un equipo español ante uno extranjero. Un sentimiento de culpa que, en el fondo, nos inquietaba no tener. Pero es que el Barça no es cualquier equipo español. Catalunya is not Spain es el texto de una pancarta recurrente en las gradas del Camp Nou y el club azulgrana hace gala de su filosofía catalanista.

Catalanismo=antiespañol es una ecuación excesivamente dramática, pero no deja de ser verdad. Con el mismo grupo de madrileños con el que presencié la final de hace un par de semanas, apoyé al Sevilla contra el Middlesbourgh en la final de la UEFA o al Liverpool "de los españoles" frente al Milan en la final de la anterior edición de la Champions. La desconcertante ausencia de culpa por desear la victoria del Arsenal la justificamos recordando que es el propio Barcelona, adalid del catalanismo, quien no se siente español.

En ocasiones, algunos catalanes no parecen entender que sus reivindicaciones territoriales, gubernamentales o incluso independentistas suponen un rechazo a los españoles. Su voluntad de autogestión y determinación implica un desapego, se traduce en un desinterés hacia sus vecinos. Su radical a Catalunya significa un implícito no a España, y esta ecuación es indiscutible. El dominio .cat, la esperanza de contar con matrículas diferenciadas y diferenciadoras en los coches, el Estatut... Algunos madrileños, como el resto de los españoles identificados con nuestro país, nos sentimos despreciados y de alguna manera agredidos ante su voluntad de no querer saber nada de nosotros y de lo que nos concierne. Gran parte del anticatalanismo madrileño y español en general es una reacción ante el nacionalismo catalán entendido como un agravio. La legitimidad de Cataluña para exigir mayor autonomía o autocontrol puede ser debatible, lo que no parece cuestionable es la antipatía que su excluyente reivindicación provoca entre los madrileños, especialmente susceptibles.

Desde el mismo día en que jugó el Barça la final de la Copa de Europa hasta el 2 de junio se exhibe en la Real Casa de Correos la exposición Aproximaciones, la cultura catalana. Este eslogan en los anuncios del metro resulta para muchos una provocación. ¡En la mismísima Puerta del Sol una apología del catalanismo! Con un Maragall hablando castellano y una Esperanza Aguirre chapurreando el catalán se estrenó esta iniciativa que se completa con conciertos de Miguel Poveda y Raimon (quien fue pitado hace nueve años en Las Ventas por cantar en catalán) y varios debates.

El propósito de crear buen rollo entre las ciudades es plausible a pesar de que Esperanza no colaboró en exceso al buen ambiente reprochando a Cataluña, en la inauguración, su endogamia frente al generoso aperturismo de la capital. La gran mayoría de los 300 visitantes diarios a la exposición son catalanes, gente que parece encontrar en esta muestra un oasis de "identidad" nacional en medio de la "estepa de españolismo".

Esta iniciativa, que en un principio fue concebida para hermanar a las ciudades, para mostrar al madrileño la riqueza de la gastronomía, de la literatura, del arte, del diseño y del valor de su lengua catalana, ha resultado ser una inyección de autoestima para los propios catalanes y un lugar fresco donde los turistas toman aliento y piden (sin éxito) pósters del Barça. Incluso ha llegado a despertar indignación en más de un visitante que ha exigido un inexistente libro de reclamaciones al ver considerada a la Comunidad Valenciana territorio de habla catalana (y no valenciana) o a Tirant lo Blanc como literatura catalana a pesar haber sido escrito por un valenciano con familia de Gandía.

Cataluña es extraordinaria, pero es lastimoso que sus virtudes no quieran ser asociadas a España y algunos madrileños no las entendamos como una parte rica y enriquecedora de nuestro país. Los políticos han contribuido a crear escepticismos, rencores, rivalidades, y los ciudadanos nos hemos dejado contaminar de nacionalismos y antinacionalismos. No creo que nadie, en el fondo, se sienta satisfecho de despreciar a nadie ni a nada. A veces el odio sólo es la coartada de la culpa. Estar a bien con Cataluña nos haría ganar a todos. Incluso copas de Europa.

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