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Columna
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'Nihil obstat'

En el debate del nuevo Estatuto de Autonomía para Andalucía hay dos argumentos reiterados por el PP que son absolutamente contradictorios: o socava la unidad de España o es un Estatuto de segunda. Las dos cosas juntas son imposibles. Rajoy y Arenas han hablado contra la inclusión del término "realidad nacional", la asunción de competencias sobre el río Guadalquivir, la utilización del artículo 150.2 de la Constitución para asumir nuevas competencias y la ausencia de alguna expresión que recalque la unidad de España. Es lo que Rajoy llama "aberración constitucional" y antes "cachondeo", es decir, lo que él entiende como una superación de la Constitución y la apuesta por un nacionalismo andaluz. Por el contrario, insiste en que consagra una comunidad de segunda, que Andalucía no se equipara a las comunidades de primera, lo que Rajoy refiere como que nos convertimos en "la hermana menor" de Cataluña. Creo que las dos cosas a la vez son imposibles. Si el proyecto rompe España no se puede decir que queda por debajo del catalán, salvo que nos digan qué haría el PP para superarlo: ¿más competencias? ¿más financiación? ¿no significaría romper España? Es como sorber y soplar a la vez. Tengo para mí que lo que se quiere decir es lo primero, pero se sabe que ese argumento no cuela, que no se puede reclamar la bajada del nivel competencial sin que alguien diga que nos sitúa por debajo de Cataluña, por lo que se inventan lo del estatuto de segunda. Sobre esto último, nada se dice ¿por qué es de segunda? ¿qué cosas le falta para que sea de primera? ¿alguna de las enmiendas que propuso o va a proponer el PP elevan el nivel competencial?

Me parece que quienes dicen que el Estatuto andaluz es una excusa para cubrir el catalán no hacen sino ellos mismos buscar una justificación. Son ellos los que no tendrían un pretexto para decir que no a Cataluña y decir que sí a Andalucía, por lo que se sacrifica Andalucía en el altar de la patria. Siempre he pensado que la política española está aquejada de "madrileñitis", sobre todo el PP, que está gobernado por un grupo de gentes cuyas opiniones están influidas por el Madrid del barrio de Salamanca: profundamente anticatalán, centralista, castizo, cercano a la jerarquía eclesiástica o a sectas cristianas, compuesto por gentes de clase alta o aristócratas. Es el Madrid de la crispación, del insulto, de Jiménez Losantos, el que agrede a Bono, el que rechaza toda ampliación de libertades civiles, el que piensa que es el fin de España. Toda esa historia de que España se rompe porque Andalucía se quiere hacer cargo del Guadalquivir es un auténtico delirio. Por segunda vez en la historia reciente los andaluces vamos a romper los esquemas más centralistas.

Por el contrario, no creo que la postura del PP vaya a tener un efecto como el que tuvo el referéndum del 28-F. Quizás sea una puntilla más sobre al ataúd, pero no va a tener el resultado que sobre la UCD tuvo su actitud en aquel referéndum, que no fue el del Estatuto, sino el de la vía del artículo 151 de la Constitución. Es una estrategia equivocada, porque le regala al PSOE el papel que ya tiene como el partido de Andalucía, pero es previsible que mantengan resultados aceptables, aunque no parece que así llegue jamás al poder. Si ellos ven bien esta estrategia que les garantiza seguir en la oposición, ¿quienes somos los demás para decir lo contrario? Cosa distinta es que el consenso sea aconsejable si no se transforma en veto. Si el PP supedita su estrategia andaluza a las directrices de la política madrileña, será difícil. Quizás cuando pase el referéndum catalán sea diferente. Entre tanto, la doctrina de los obispos ha venido a iluminarnos: es una "obligación moral" oponerse al Estatuto. No nos dan su nihil obstat. No sé de qué se quejan, pues la Iglesia ha obtenido importantes beneficios de la Junta de Andalucía en los últimos años. Debe ser que tanto celibato, tanta castidad y tanta misoginia no conduce a nada bueno.

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