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Todo está manga por hombro

Soy un carnicero católico -de los de antes- y después de la petición repetida y repetida por las altas instancias episcopales del país a funcionarios de juzgado y representantes municipales católicos de que sean coherentes con su fe en los cargos que desempeñan y hagan objeción de conciencia y no casen a personas homosexuales, ya tengo decidido que para la próxima Cuaresma los viernes cerraré mi carnicería. Quiero, en mi campo, cumplir la consigna de la autoridad competente y hacer también objeción de conciencia a esta costumbre laicista e inmoral de saltarse la ley de la abstinencia los viernes de Cuaresma, esa tradición tan sagrada del potaje con bacalao que heredamos de nuestros mayores. Impediré así en mi pequeña parcela que se coma carne, al menos sin haber pagado previamente la bula, que ahora nadie se molesta en sacarla, hace cada uno lo que le da la gana, incluidas muchas personas que se dicen católicas. Yo no, aunque me cueste perder algo del negocio.

Lo mismo -limitar su negocio- tiene decidido un cuñado mío que es farmacéutico, pero católico de los de antes, de los de verdad, de los íntegros, que lleva años y años soportando una severa depresión, angustiado y dividido por dentro entre ser fiel cumplidor con la clientela de su farmacia que pide y pide o ser fiel a la doctrina oficial episcopal de no vender preservativos, diafragmas, píldoras y demás espermicidas demoniacos. Supongo que igual harán los dos primos sicólogos de familia que tengo, padre e hijo, católicos, claro, también de los buenos, que se ven obligados por los climas sociales degenerados, y porque tienen que comer, a aconsejar separaciones y divorcios, o simplemente a recoger los platos rotos en muchas cocinas que se han quedado vacías.

Y en otros campos creo que debería ocurrir lo mismo: los católicos estarían obligados en conciencia a dejar muchos de sus trabajos por ser contrarios a las leyes de la Iglesia. Por ejemplo, y éstos con carácter retroactivo, deberían dimitir los militares católicos que participaron en la guerra de Irak, y los políticos católicos que los mandaron contraviniendo la doctrina expresa del papa Juan Pablo II. Y también algún que otro cardenal que no sacó sus huestes a la calle para defender el sagrado principio evangélico de la paz, o el del amor al prójimo ante el notorio y diario desamor injusto de las pateras o las alambradas, como sí hicieron y hacen con estruendo mediático en asuntos de simple interés eclesiástico. En esta línea, deberían borrarse del escalafón, por mínima dignidad evangélica -ya que ahí no hay poder judicial independiente-, toda la cadena de mando eclesiástico que encubrió gravísimos abusos y delitos de pederastia por parte de fundadores y encubridores de pías asociaciones de alto standing. Ya puestos, que dimitan los médicos, enfermeras, personal auxiliar y administrativo de los hospitales por si en ellos se practicasen abortos, eutanasias, partos sin dolor, investigaciones con células madre o padre, etcétera. Lo mismo ha de aplicarse a científicos, investigadores y buscadores de nuevos horizontes humanos para no caer en la tentación de seguir el mal ejemplo de Galileo y decir que la Biblia tiene errores científicos. No digamos nada de los profesores en la enseñanza pública, que se ha convertido en un nido de masones y descreídos, que no hacen más que atacar a la religión.

Y si fueran coherentes, que no lo son, los curas, además de mandar a los demás, deberían también ellos hacer objeción de conciencia en lo suyo y no bautizar ni dar comuniones, ni casar ni enterrar a homosexuales, carniceros que no cierren los viernes, farmacéuticos que vendan preservativos, políticos que hagan la guerra, militares que les obedezcan, cardenales que no se manifiestan a su debido tiempo, fundadores pedófilos y encubridores, científicos que investiguen, alcaldes que celebren matrimonios civiles en general, empresarios que no se atengan a la doctrina social de la Iglesia -¿se atiene alguno?-, parejas que no cumplan la doctrina sexual de la Iglesia -¿la cumple alguna?-... O sea, que por objeción de conciencia los curas deberían cerrar por fin de obra todas sus iglesias. Hay que ser coherentes.

Y es que todo está manga por hombro, como dice Jiménez Losantos todas las mañanas, que ése sí tiene las cosas claras, gracias. No sé qué harán los demás católicos de verdad, pero mi cuñado el farmacéutico y yo hemos hablado muy en serio de dejar definitivamente nuestros oficios porque cada vez va a ser más complicado ejercerlos con el sentido católico de antes, sin desnaturalizar, tal y como se está llenando la sociedad de agnósticos, ateos, escépticos, musulmanes, testigos de Jehová, protestantes y críticos en general, partidarios de la reencarnación, practicantes del zen, teólogos de la liberación, teólogos liberales, teólogos, teólogas que vienen pidiendo el oro y el moro. En fin, en unos años algunos negocios van a ser una ruina para los católicos verdaderos porque los clientes están cada día más envenenados de laicismo, alianza de civilizaciones y de credos, ya no respetan nada, y "acabarán entregando la mezquita de Córdoba a los moros", como dice Jiménez Losantos, que él sí que es un santo y un buen católico, aunque digan las malas lenguas que se ha confesado ateo y que está ahí sólo para amenazar y dar miedo.

Ya estamos haciendo los trámites mi cuñado y yo -nos faltan unos flecos económicos, que tampoco hay por qué ser bobos- para pedir cuanto antes asilo político y contratos laborales en el Estado Vaticano, que después de las últimas exequias papales tan televisadas, creo que van a aumentar los puestos de trabajo de directores de campañas de imagen, guías para peregrinos, comentaristas en latín, sastres de casullas, capas en pedrería, solideos, tiaras...; restauradores de cuadros y de viejos concilios; constructores de hoteles cinco estrellas para cónclaves, maestros de magnificentes ceremonias, diplomáticos que sepan hacer con una mano una cosa mientras ponen la otra y la cabeza inclinada para recibir la bendición apostólica; cardenales de edad -¡muchísima!-, dignidad y gobierno; monaguillos sin gobierno, señoras de la limpieza, señoras piadosas para rellenar, señoras para leer, señoras azafatas de falda por debajo de la rodilla para guías de tesoros vaticanos.

Habrá que darse prisa, que parece serán muchas las peticiones entre los católicos íntegros, dada la persecución que padecemos y los muchos motivos que nos obligan a objetar. Ya le he dicho a mi cuñado: venga, urge el traspaso de la farmacia; dásela al primero que venga con el dinero en la mano, lo de los empleados que se apañen como puedan, que seguro que con el tirón mediático último enseguida llegan en Roma al apocalíptico número de 144.000 salvados y cierran las puertas del Estado Vaticano a cal y canto. Y fuera no hay salvación. Ni tenemos derecho al reparto del patrimonio artístico y financiero. (Urge, además, y esto en secreto, porque lo mismo en los próximos hallazgos arqueológicos la jerarquía redescubre el viejo versículo evangélico perdido "no os procuréis oro, plata ni calderilla..., ni alforja..., ni dos túnicas, ni sandalias...", y cierran el Vaticano).

Quintín García González es sacerdote dominico, periodista y escritor.

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