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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Lúdicos contra sórdidos

Sensualove es el nombre de una franquicia con cuatro establecimientos en Barcelona agrupados bajo el epígrafe de sexy store. Por sexy store se entiende una tienda en la que, como indica su nombre, se comercializan productos relacionados con el amor y la sensualidad. El otro día, en un programa de televisión, apareció la responsable de una de las tiendas diciendo que su oferta se diferencia de los sex-shop en que no es sórdida. Como decadente usuario de sex-shops me di por aludido y, dolido en mi amor y sensualidad propios, me dirigí a visitar el Sensualove de la Rambla de Catalunya. Por el camino me dio tiempo a reflexionar sobre los sex-shops. Algunos, en efecto, pueden parecer sórdidos, pero eso no depende tanto de la actividad en sí como de la desidia de sus propietarios. O sea: si vendieran huevos frescos, coches descapotables, minifaldas o anillos de compromiso con el mismo entusiasmo, sus tiendas serían igualmente sórdidas.

Me compré unos simpáticos condones con sabor a plátano, naranja y coco. Una macedonia puede ser un buen consuelo

Así pues, deduje que se confunde la opacidad con la sordidez. Al fin y al cabo, el amurallamiento secretista de los sex-shops se debe al cumplimiento de una ley que, con un criterio discutible, impide la existencia de escaparates llamativos y obliga a la instalación de cristales opacos (si vendes armas o estafas filatélicas, en cambio, puedes disponer de escaparates espectaculares). Al llegar al Sensualove fui recibido por un maniquí vestido con ropa interior supuestamente picante y con el siguiente mensaje escrito en la pared: "Acaricia, huele, mira, escucha, saborea, reinventa tus sentidos". Resistí a la provocación y me sentí orgulloso de que los sex-shops, prohibidos para menores de 18 años, no recurran a semejante prosa poética de estimulación sensorial. Bastante trabajo tenemos algunos para mantener vivos los pocos sentidos que nos quedan para, además, tener que reinventarlos (aforismo de urgencia: según qué clase de ropa interior picante es al sexo lo que la crema de leche es a la gastronomía).

Desde el primer momento intuí que el sexy store parece diseñado más para personas que tienen una actividad sexual compartida y más o menos asidua, mientras que el sex-shop se preocupa más por las necesidades de quienes tienen que apañárselas solos. En el interior, observé que otra diferencia entre un sex-shop y un sexy store es que en los primeros hay cabinas individuales para visionar películas pornográficas o minicines en los que se producen imprevisibles encuentros en la tercera fase, mientras que en los segundos, aptos para todos los públicos, se conforman con una colorista decoración y algunos productos que interpretan la actividad sexual desde el punto de vista lúdico. No me pregunten en qué momento de la historia se produjo la confusión, pero lo cierto es que llevábamos décadas bajo la dictadura de lo lúdico aplicado a actividades tan serias como la educación o el sexo. Por sexo lúdico se entiende, por ejemplo, que si tienes que esposar a tu compañera de cama utilices unas simpáticas y juguetonas esposas forradas con piel de leopardo. En los sex-shops, en cambio, las esposas que te lleves pueden servir para inmovilizar a un albanokosovar pillado in fraganti.

Otra modalidad de sexo lúdico pasa por la variedad de sabores en productos que, en mis tiempos, no tenían una finalidad comestible. Como muestra de buena voluntad, me compré unos simpáticos y lúdicos condones con sabor a plátano, naranja y coco. No tengo previsto utilizarlos (no creo en los milagros), pero me parecen un buen consuelo: si no te comes un rosco, por lo menos puedes hacerte una ensalada de condones que sepan a macedonia. Luego se produjo una situación impensable en un sex-shop. Una joven, atractiva y amabilísima dependienta vino a mi encuentro y me preguntó: "¿Puedo ayudarle?". Estuve a punto de responderle con todo lujo de detalles, pero me contuve y valoré el prudente mutismo de esos empleados de sex-shop que, por respeto a su parroquia, no sólo no te dirigen la palabra, sino que ni siquiera te miran. Superado el impacto de la simpatía, avancé por los estantes dedicados a consoladores (alegres, con colores vivos, perversamente infantiles), a falsos uniformes de enfermera (sólo imaginarme vestido de enfermera mi libido experimentó un bajón comparable con el crack de la Bolsa de Wall Street en 1929) y a unos cuantos modelos de bolas chinas y anales, no sé yo si aptas para todos los públicos. Influido por la cromática decoración y en un arranque de optimismo sin precedentes, me dije que un día era un día y me compré un tubo de Aqua glide anal, una gelatina transparente de fabricación con "propiedades deslizantes permanentes". En caso de que los condones con sabor a frutas estén un poco sosos, pensé, les añadiré el gel-mayonesa al grito de "lo que no mata, engorda". Salí del local convencido de que la sensualidad y el amor que proponen los sexy store son una versión parcial del sexo a secas que ofrecen los sex-shops y que, en el fondo, ambas ofertas no se contradicen, sino que se complementan.

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