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¿Atacar a Irán?

Joseph S. Nye

El presidente de EE UU, George W. Bush, ha dicho que el desarrollo de armas nucleares por parte de Irán es inaceptable, y recientes informes de prensa insinúan que su Gobierno se está planteando el uso de opciones militares preventivas. En Irán, el presidente Mahmud Ahmadineyad ha rechazado los esfuerzos diplomáticos de la Unión Europea y otros países, y ha utilizado el asunto nuclear para recabar apoyo interno. ¿Es demasiado tarde para evitar un enfrentamiento? Irán afirma que su programa nuclear está destinado exclusivamente a usos pacíficos y que como signatario del Tratado de No Proliferación (TNP) tiene derecho a desarrollar tecnologías de enriquecimiento de uranio y otras. Pero se ha pasado 18 años engañando a los inspectores del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), lo cual lleva a algunos países a sostener que Irán ha destruido su credibilidad y renunciado al derecho a enriquecer el uranio en su propio territorio. Rusia se ha ofrecido a proporcionar servicios de enriquecimiento y reprocesamiento para el reactor civil que está construyendo en Irán. Si a Irán sólo le interesaran los usos pacíficos, la oferta rusa o cualquier otro plan (como situar reservas de uranio de bajo enriquecimiento en Irán) podrían cubrir sus necesidades. La insistencia de Irán en enriquecer el uranio en su país se atribuye en gran medida al deseo de producir uranio altamente enriquecido para obtener bombas atómicas.

¿Realmente sería tan malo que Irán tuviera armamento nuclear? Algunos alegan que podría convertirse en la base de una disuasión nuclear estable en la región, análoga al equilibrio nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la guerra fría. Pero las declaraciones de líderes iraníes negando el Holocausto e instando a la destrucción de Israel no sólo le han costado a Irán el apoyo de Europa, sino que hacen improbable que Israel esté dispuesto a jugarse su existencia a la perspectiva de una disuasión estable. Y tampoco es probable que Arabia Saudí, Egipto y otros se sienten pasivamente mientras los chiíes de Persia se hacen con la bomba. Es probable que sigan su ejemplo, y cuantas más bombas proliferen en el volátil Oriente Próximo, más probable es que los accidentes y los errores de cálculo puedan llevar a su uso. Además, hay temores justificados de que los elementos díscolos de un Gobierno iraní dividido filtren la tecnología de las armas a grupos terroristas.

Son peligros que llevan a algunos a plantearse la utilización de bombardeos aéreos para destruir las instalaciones nucleares de Irán antes de que puedan fabricar armas. A primera vista, un ataque "quirúrgico" puede parecer tentador. Pero si se contemplan con atención, las opciones militares son menos atractivas. Las instalaciones nucleares iraníes están dispersas, algunas bajo tierra. Si a eso se le añade la supresión de las defensas aéreas, dicho ataque podría suponer unos 600 objetivos (muy alejado de un ataque quirúrgico). Además, aunque un ataque aéreo pudiera retrasar unos años el programa iraní, también consolidaría el apoyo nacionalista al Gobierno y al programa nuclear, en especial porque un ataque no sería suficiente. El procedimiento de bombardeos prolongados podría entorpecer los cambios políticos positivos entre la generación joven, y reducir así las posibilidades de que en el futuro surja un Irán más democrático y benigno. Al mismo tiempo, Irán tiene medios de represalia eficaces. Tal vez no pueda cerrar el estrecho de Ormuz, pero las amenazas a refinerías, instalaciones de almacenamiento y petroleros dispararían aún más los precios del petróleo. Además, el respaldo de Irán a organizaciones terroristas como Hezbolá podría llevar la violencia a otros países. Cuando aún no se sabe cuál será el resultado de la desacertada guerra de Bush en Irak, y el legado del presidente estadounidense depende fuertemente de que se pueda encontrar una solución política a dicha guerra, el apoyo a los chiíes radicales iraquíes podría dar a Irán considerable fuerza.

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Al decir que "todas las opciones están sobre la mesa", los asesores de Bush advierten a los iraníes que el uso de la fuerza es posible. Pero uno siente la tentación de creerlos cuando añaden que por el momento se están centrando en la diplomacia. Como dijo en una ocasión Theodore Roosevelt, las negociaciones tal vez vayan mejor cuando uno habla bajo, pero lleva un palo grande. Sin embargo, Irán también sabe lo costoso que sería para los estadounidenses (y quizá para los israelíes) el emplear la fuerza, lo cual reduce el efecto de la amenaza. En la actualidad, la solución diplomática no parece muy prometedora. Irán ha amenazado con abandonar el TNP si se le imponen sanciones, y a Rusia y a China les preocupa que incluso unas sanciones modestas pudieran suponer una escalada del problema y en último término legitimar el uso de la fuerza por parte de Estados Unidos, algo que quieren evitar. China quiere conservar su acceso al petróleo iraní, y Rusia intenta preservar un mercado comercial valioso. Pero ambas comprenden que si no se resuelve el problema en el contexto de Naciones Unidas (una organización en la que, como miembros permanentes del Consejo de Seguridad, son actores importantes) podría dañar seriamente el futuro de esa institución.

Hoy en día, el método diplomático consiste principalmente en sanciones, si bien pequeñas y dirigidas a aspectos específicos. Su principal efecto será psicológico si el apoyo generalizado a las mismas crea en Irán sensación de aislamiento. Al contrario que a Corea del Norte, es más probable que a Irán le preocupe su posición en el mundo. El método diplomático podría ser más atractivo si Estados Unidos añadiera incentivos más positivos. A través de un intermediario creíble, Estados Unidos podría ofrecerse a considerar garantías de seguridad y la retirada de las sanciones existentes si Irán se aviene a renunciar al enriquecimiento interno y acepta la oferta rusa, quizá en forma de un consorcio internacional respaldado por el OIEA en el que Irán pudiera participar. Esto supondría abandonar las tentaciones de imponer un cambio de régimen que incapacitaron a la diplomacia estadounidense durante el primer mandato de Bush. Al aumentar los vínculos económicos y culturales, la diplomacia podría liberar un poder blando capaz de contribuir a una transformación más gradual del régimen a largo plazo. Mientras tanto, dicho enfoque podría evitar el costoso uso de la fuerza y conseguir tiempo para un desenlace más positivo que el que se percibe al final del actual curso de los acontecimientos.

Joseph S. Nye es catedrático de la Universidad de Harvard, autor, entre otros libros, de The power game: a Washington novel. Traducción de News Clips. © Project Syndicate, 2006.

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