Montenegro, Serbia, Balcanes
Una vez más -y Dios sabe cuántas veces ha ocurrido ya hasta hoy- cambia el mapa geopolítico de los Balcanes. De nuevo, un miembro se separa del conjunto, y este mismo conjunto demuestra una vez más que es más frágil de lo que se pensaba. En Podgorica, los "independentistas" ondean las banderas montenegrinas con un águila bicéfala sobre fondo rojo oscuro. La victoria es exigua, tres o cuatro décimas por encima del umbral del 55% establecido por los organismos internacionales que gobiernan más o menos en gran parte de la ex Yugoslavia, reducida más o menos a un protectorado, un protectorado casi necesario en algunos de estos espacios para conservar la paz. En vista de la mínima mayoría con la que venció el presidente estadounidense o ésa que con tanta dificultad ha prevalecido en Italia, la mayoría montenegrina de más del 8% parece imponente.
Concluye así un proceso iniciado a principios de los años noventa del siglo pasado con la separación, primero de Eslovenia y Croacia, y finalmente también de Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Kosovo. En este momento no se dan las condiciones necesarias para que exista una nueva comunidad estatal parecida a lo que fue la ex Yugoslavia. Quizá sólo la entrada de estos espacios en la Unión Europea constituya una ocasión semejante, pero para la mayor parte de los eslavos meridionales, este momento está todavía muy lejano. Por desgracia. Yugoslavia estaba, desde el punto de vista político, social y también cultural, muy por delante de los otros países de la Europa del Este que han entrado en la Unión Europea. Sigue teniendo un nivel mucho más alto que Rumanía y Bulgaria, que están a punto de entrar en ella. Los señores de la guerra rechazaron la posibilidad (ofrecida en nombre de la Unión Europea por su presidente Jacques Delors) de aceptar una ayuda que permitiría solucionar algunos problemas económicos y después entrar inmediatamente en la Unión. Nosotros, los pocos intelectuales que no nos rendimos a los nacionalismos y que apoyamos esta solución, éramos considerados "traidores", a sueldo de los "agentes extranjeros". Y ahora quizá haya que perder medio siglo hasta que los habitantes de estas zonas se encuentren unos junto a otros en un entorno europeo al que efectivamente pertenecen. Porque, a fin de cuentas, los Balcanes fueron en otro tiempo la cuna de Europa y de su antigua democracia.
Es como si se confirmara una vez más la salida chistosa y cínica de Churchill, pronunciada en alguna parte de Italia durante la Segunda Guerra Mundial en un encuentro con Tito: "Los espacios balcánicos producen más historia de la que pueden consumir". Los "unionistas" de origen montenegrino, de los que una gran parte vive en Serbia junto a los nacionalistas serbios, acusan una vez más a Tito de haber reconocido después de la Segunda Guerra Mundial numerosas nacionalidades; en cambio, los macedonios, los musulmanes bosnios y gran parte de los montenegrinos (los independentistas) le bendicen por ello.
El pequeño Montenegro existía como un Estado y un reino antes de Yugoslavia. También fue un símbolo de la resistencia contra el imperio otomano, que no logró dominar a este pueblo rebelde de las montañas balcánicas, una especie de pequeño Piamonte de los eslavos meridionales. Y fue este Montenegro el que sacrificó su independencia y su autonomía por la reunificación de los "hermanos eslavos del Sur" cuando se creó la primera Yugoslavia. Durante mucho tiempo, en los siglos pasados, los serbios y los montenegrinos, ambos cristianos ortodoxos, se consideraron un pueblo o una nación. Hoy son minoría los montenegrinos "unionistas" que siguen pensando así. No dudo de su sinceridad. Pero hay que ponerse también en la piel de los montenegrinos "independentistas" que fueron empujados por Milosevic y su Serbia a una comprometedora y humillante aventura, al bombardear Dubrovnik y conquistar el territorio que la rodea. Y que por ello han sufrido vergüenza y culpabilidad. También ellos son -a su manera- sinceros.
Los que han visto e interpretado la disgregación de Yugoslavia como una consecuencia del viejo cisma cristiano que ya dividió este espacio europeo en el siglo XI (ocurrido oficialmente en el año 1054) se ven ahora desmentidos. A diferencia de los croatas y los eslovenos, católicos, o de los bosnios, en gran parte musulmanes, los montenegrinos pertenecen a la misma fe de los serbios. Al observar la historia de este espacio, deben modificarse algunos estereotipos.
Sobre el mapa geopolítico de los Balcanes quedan en este momento otros problemas que la separación de Montenegro de Serbia puede agravar ferozmente. Debe solucionarse el problema crucial de Kosovo, donde se encuentra una mayoría del 90% de habitantes de origen albanés, pero donde los monumentos de cultura y fe son de origen serbio. También queda la dramática cuestión de la República serbia (Srpska) en Bosnia-Herzegovina: Bosnia no puede funcionar como un Estado real mientras tenga otro Estado en su seno, nacido de la agresión y la limpieza étnica de Karadzic y de Mladic, dos criminales de guerra investigados por el Tribunal de La Haya. Esto impide su funcionamiento y su desarrollo independiente del Estado bosnio. Ocurra lo que ocurra con esto, dentro de unas semanas el equipo de fútbol serbio-montenegrino estará compuesto por última vez por montenegrinos y serbios.
El espacio produce realmente "más historia de la que puede consumir". Europa no puede dejar este territorio, lo que quiere decir que deberá tratar de ayudarle en su integración, de devolverle la confianza y la dignidad que en este momento parecen destruidas o perdidas.
Predrag Matvejevic es escritor croata, profesor de Estudios Eslavos en la Universidad de Roma. Traducción de News Clips.
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