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Columna
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Narciso en el espejo

La firmeza mentida del espejo, dijo Lezama Lima en un poema en el que visitaba el mito de Narciso. Narciso se miraba en el espejo. Se miraba en el río y la falsa firmeza del agua le mostraba su objeto de deseo, que no era otro que él mismo. Se había enamorado de sí mismo. Narciso, hijo no deseado del dios-río Cefiso y la ninfa Leríope, termina su existencia de una manera trágica. La historia, desde Ovidio, tiene varias versiones, pero no cambia nunca la sustancia del drama de Narciso: el amor que a sí mismo se profesa es su cárcel, callejón sin salida, laberinto sin hilo de Ariadna.

Narciso está atontado, embebido en su propia belleza. En su caso, conocerse a sí mismo es lo peor que le pudo pasar. Reconocerse en el espejo es morir. Es la suya una historia de amor. Muere de amor y muere de apetito de sí mismo, capturado por su propio reflejo (la firmeza mentida del agua). Atrapado por su propia mortífera imagen. Luego Freud, como todos sabemos, convirtió al melancólico Narciso en un pobre neurótico. El doctor Freud descubre el narcisismo de Narciso y nos describe su patología y convierte su caso literario en caso clínico, lo cual es un avance. A partir de ahí podemos echarle hilo a la cometa y sondear los deseos de Narciso y sospechar que su historia de amor, en el fondo (en el fondo del agua mentida del río) es una historia heroica en tanto que plantea una cuestión de autosuficiencia. Narciso devorándose a sí mismo, amándose a sí mismo, transformado en andrógino, penetrado y herido por sí mismo, por su propia pasión insuperable.

El narcisismo abunda en la política como abunda en el arte o el deporte u otras actividades. No es preciso dar nombres. Hace 20 años (que quizás sean 30) Jean-François Revel advirtió en uno de sus ensayos la tendencia al narcisismo de los estados. El Estado-Narciso, decía, tiende a convertirse de medio en fin, poniéndose a su propio servicio, sustituyendo problemas verdaderos por problemas falsos, fomentando el nacionalismo y la vanidad patriotera más pueril. Cada nacionalista es un Narciso que se mira en el río (en el agua mentida) de la patria. Si se tiene un Estado, miel sobre hojuelas. Si no se tiene, el deber de Narciso es alcanzarlo o dejarse la vida en el intento. Estado-Narciso o Narciso sin Estado. En cualquier caso, su belleza le ciega y le emboba. El espejo es su peor enemigo.

Hasta hace un tiempo, la Sanidad pública vasca era un espejo en el que nos mirábamos y se miraba nuestra Administración. Admiración de propios y extraños. Ejemplo de nuestra capacidad insuperable de organización. Muestra de lo que el País Vasco sería capaz de hacer si le dejaran decidir por sí mismo y alcanzar de una vez el pleno autogobierno. El paraíso es posible (el paraíso de Narciso es Narciso). La Arcadia no es un sueño reflejado en el agua. Sin embargo (ay, sin embargo) el ambiente de descontento que se respira en el Servicio Vasco de Salud ha emergido y la consejería de Sanidad, antes de conceder que la falta de camas, la masificación de los servicios y las listas de espera son una indeseable realidad, ha preferido mirarse en el espejo para corroborar, una vez más, la inmarcesible belleza de Osakidetza. La privatización de no pocos servicios, dicen los críticos, encubre un desmantelamiento de nuestra otrora envidiable Sanidad.

"La salud", le decía a Juan Cruz el neurólogo Alberto Portera el domingo pasado, "es un bien frágil, y el paso de la salud a la enfermedad es muchas veces instantáneo". No creo que sea el caso de nuestra Sanidad, que ha visto cómo progresivamente se ha ido mermando el gasto público a ella dedicado (lejos aún de la media de los países europeos a los que pretendemos homologarnos). Hace falta invertir en equipamientos, pero también y sobre todo en material humano. "¿Por qué no quieren que la gente trabaje sin incertidumbre?", se preguntan cargados de razón desde el sindicato ELA.

Narciso no responde, está embebido, embobado en su propio reflejo, en la maravillosa Sanidad de un país maravilloso, lleno de verdes valles virgilianos y habitado por nobles varones y virtuosas mujeres que no se enferman nunca. La firmeza mentida del agua ofrece el espectáculo de un país ideal. Lo malo, como escribió Ramón Gómez de la Serna, es que "ha habido mucha gente que se ha ahogado en un espejo".

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