De colores se visten los campos...
La demografía donostiarra está movidita. Un estudio de ahora mismo asegura que la población de inmigrantes extracomunitarios se ha duplicado en tres años hasta alcanzar los 6.332 efectivos, como se dice ahora. Contando los comunitarios y los extracomunitarios, los donostiarras oriundos alcanzan los 8.338 sobre un total de 183.536 donostiarras de distinto pedigrí o, como dicen los franceses, que para eso estamos en pleno mestizaje, tous confondus (por mucho que haya algunos que juren que ellos no se confunden nunca). Visto lo visto y de seguir a este ritmo, dentro de 12 años seremos o extracomunitarios o viejos, porque la población digamos autóctona envejece a toda velocidad. Puestos a elegir yo preferiría ser extracomunitario, aunque estoy dudando entre pedirme una musculatura de ébano o una broncínea, porque la que me tocará de oficio se irá pareciendo cada vez más a un pergamino sobre el que no se podrá escribir casi nada, ni siquiera el Manuscrito encontrado en Zaragoza, que era una novela de terror. Y en esas estamos, viendo cómo pasa la vida y se llena de color, aunque los que más color pongan sean los ecuatorianos, y no sólo porque constituyan la población extracomunitaria más numerosa sino porque algunos de ellos visten esas ropas regionales tan llamativas que, a buen seguro, acabarán por impregnar los trajes que muchos de aquí se ponen en festividades como santo Tomás. Para celebrar a la Real se ponen otra indumentaria -los de aquí- y muchas velas a Santa Rita o San Judas Tadeo, patrón de las causas perdidas.
Porque de eso se trata, de impregnarse y de pringarse. Y con lo de pringarse no me refiero sólo a pedir más o menos derechos para los inmigrantes dependiendo del idealismo de cada cual -hay quien no concibe que se les ponga topes ni a sus derechos ni a que vengan cuantos quieran, por más que no sepan decir cómo se financia eso-, sino a lanzarse de cabeza a los distintos pucheros que traen y que enriquecen constantemente nuestro acervo gastronómico. Y también nuestra salud. Es más que probable que algunos de esos figones internacionales adolezcan de condiciones higiénicas óptimas, porque así sucede en otras capitales, pero, lejos de quejarse, hay que dar albricias porque nos fortalece el estómago y el sistema inmunológico, amén de servirnos de transporte inmediato a formas de vivir propias de países lejanos y que en nuestra prepotencia consideramos Tercer Mundo mientras nos arrogamos el derecho de pertenecer a un primero que derrocha para engordar y contraer problemas de salud más graves que una cagalera ocasional. Sí, de momento, la cosa da más bien para pringarse, porque respecto a lo de impregnarse resulta más difícil porque los extracomunitarios viven más bien en círculos cerrados y, como suele suceder con las primeras oleadas de la migración, bastante aculturizados. Tiene narices que todo lo que salte del mundo latinoamericano sea un poco de música, algún culebrón y fenómenos como las maras y los latinkines.
Qué duda cabe de que el cotarro se va a revolver mucho en lo venidero y habrá que hacer no sólo todo lo posible para que no se creen guetos cerrados e impermeables sino para que quienes vengan se integren en los valores democráticos y nos integren en sus valores culturales. ¿Por qué no iba a llevar el lehendakari Ibarretxe un jersey como el de Evo Morales? Esto lo ha comprendido muy bien la ETB, que en su espejo de lo vasco, el culebrón Goenkale, viene introduciendo inmigrantes o hijos de inmigrantes, la famosa segunda generación, para familiarizar a los de la calle con cosas como aquella de que decidan los vascos. No está lejos el día en que se dé un jefe de batzoki chino, un portavoz de EHAK ucraniano (o montenegrino) y un colega de Otegi saharui, amén de un Patxi López siamés o una María San Gil samoana. De modo que lo más prudente será meter más colores en la ikurriña. Y prepararse para que haya más lenguas que las de Babel en esta Euskadi Tropikala que se avecina con el permiso de la Santa Irredención.
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