El drama de Martínez Izquierdo
El director de orquesta deja la OBC con el reconocimiento del público a su labor y el rechazo de los músicos
Cuatro años no son tiempo suficiente para que un director pueda cambiar la personalidad de una orquesta sinfónica. Ernest Martínez Izquierdo asumió la titularidad de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) en la primavera de 2002, sustituyendo al experimentado y prestigioso Lawrence Foster y, cuatro años después, se ha despedido del cargo dejando una sensación agridulce, de trabajo a medio realizar, incluso de proyecto truncado.
Cuando llegó, tuvo que luchar contra prejuicios y sambenitos que pesaban como una losa sobre sus espaldas, desde los que ponían en duda su capacidad para hacerse cargo del primer conjunto sinfónico catalán y destacaban su inexperiencia en el gran repertorio sinfónico, hasta los que le etiquetaban como director especializado en música contemporánea, todo un anatema para los sectores más conservadores de un público que, ante todo, valora la supremacía del gran repertorio romántico.
Cuatro años después Ernest Martínez Izquierdo se ha ganado el favor de amplios sectores del público y sólo desde la inquina personal se puede poner en duda su capacidad para llevar el rumbo artístico de la OBC. El conjunto barcelonés ha seguido colaborando con solistas de gran prestigio internacional -Gidon Kremer, Barbara Hendriks, Christian Zacharias, Kiri te Kanawa, Truls Mork, Hilary Hahn o Arcadi Volodos- y, además, ha ganado implantación social con un rejuvenecimiento del público que su sucesor en el cargo, el director japonés Eiji Oue, deberá cuidar como el más precioso legado de su antecesor.
Ganar nuevos públicos era, y sigue siendo, uno de los grandes objetivos de Joan Oller, director del Auditori, principal valedor de Martínez Izquierdo e impulsor de una política artística, suscrita plenamente por el director catalán, que busca ampliar los horizontes musicales del público del Auditori.
Han ganado peso los clásicos del siglo XX, con especial atención a autores como Shostakóvich y Sibelius y se ha aumentado, tímidamente, el número de obras de encargo a compositores catalanes y, aunque con cuentagotas, se han programado obras de autores vivos, españoles y extranjeros, aunque menos, seguramente, de lo que habría deseado un director tan comprometido con la música de su tiempo como Martínez Izquierdo. Los nombres de John Adams, Michael Torke, Györg Ligeti, Pierre Boulez, Kaja Saariaho y Magnus Lindberg han convivido con los de Robert Gerhard, Xavier Montsalvatge y Joan Guinjoan.
El aumento de la oferta concertística y la diversificación del repertorio son méritos indiscutibles de una etapa en la que, sin embargo, no ha mejorado la calidad de la orquesta, que no ha ido a menos, pero tampoco a más tras el notable salto cualitativo operado bajo el mandato de Lawrence Foster. En el aspecto personal, y a pesar del digno nivel alcanzado en sus aproximaciones al gran repertorio en un arco que va de Beethoven a Mahler, en el que más triunfos ha cosechado Martínez Izquierdo es en los clásicos del siglo XX: Prokofiev, Stravinski, Shostakóvitch, Messiaen.
En el terreno discográfico, Martínez Izquierdo y Joan Oller han intentado poner orden en una política de grabaciones difusa que coincide en el tiempo con la mayor crisis de la industria del disco. Como aportación más significativa, la serie de discos con Harmonia Mundi dedicados a compositores catalanes, inaugurada con dos monográficos consagrados a Joan Guinjoan y Salvador Brotons y, dentro de los intentos para llegar a más públicos, el monográfico George Gershwin con el pianista Michel Camilo, en el sello Sony.
El aspecto más incómodo del paso de Martínez Izquierdo por la OBC habrá sido el rechazo, público y notorio, de que ha sido objeto por parte de los músicos, tanto en su nombramiento como en el intento de la dirección del Auditori en 2005 por renovarle el contrato, que ocasionó un innecesario rechazo claro y público por parte de la orquesta. El intento de renovar su contrato fue un flaco favor, un asunto conducido con poca pericia por parte de la dirección de la institución que acabó en un pulso estéril entre dirección y orquesta cuya principal víctima fue el director, que optó prudentemente por no aceptar la oferta de renovación. Ernest Martínez Izquierdo ha encarnado a la perfección el drama del director de orquesta: un artista que trabaja con una espada apuntándole al pecho y un puñal acechando a la espalda.
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