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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Más de una jornada sin inmigrantes

Joaquín Estefanía

ESTOS DÍAS SE REPONE en muchas ciudades norteamericanas un cortometraje estrenado hace unos años y titulado Un día sin mexicanos. En el mismo, su director, Sergio Arau, hace una divertida parodia de lo que ocurriría en EE UU si los mexicanos que allí trabajan desapareciesen una sola jornada: desde no tener una camisa planchada hasta no poder arreglar el automóvil, pasando por la falta de descarga de frutas y verduras en los mercados centrales. ¿Podemos hacer una analogía los españoles estos días en que nos acostamos abrumados por la falta de respuestas eficaces a la llegada de centenares de africanos a las costas canarias?

Las migraciones Sur-Norte han devenido en uno de los principales problemas estructurales del planeta en este principio del siglo de la globalización, con una etiología muy concreta: las enormes desigualdades y el acceso de los medios de comunicación a las mismas. Son desigualdades exponenciales, mayores que en ningún otro momento de la historia, y visibles para la gran mayoría de los que las padecen. Algún día habremos de fijarnos en las migraciones Sur-Sur, dentro de un mismo continente, que seguramente son la primera fase de las primeras.

Por casualidad, estos días se discuten nuevas leyes sobre la inmigración en países tan diferentes como EE UU y Francia. Nada les une, excepto la tendencia a poner límites a la llegada de ciudadanos de otras partes del planeta

Por casualidad, estos días se discuten nuevas leyes restrictivas sobre las migraciones en dos países cuyas políticas no pueden estar más alejadas: EE UU y Francia. Más allá del hecho de que ambos pueden ser considerados países de inmigración, nada les une excepto la tendencia a poner límites a la llegada de ciudadanos.

Estados Unidos ha descubierto que tiene al menos doce millones de inmigrantes sin papeles. Desprovista de derechos sociales, esa mano de obra ocupa un lugar funcional indispensable para el funcionamiento del sistema económico, y su demanda se ha incrustado en la economía y la sociedad, en parte desconectada del ciclo económico. Esa demanda ha adquirido un carácter estructural.

Se da la paradoja de que Bush, en materia de inmigración, no está en la extrema derecha de los republicanos, sino que representa los intereses patronales que prefieren reglamentar y canalizar los flujos de mano de obra barata, que arrastra los salarios hacia abajo, antes que deportar a los irregulares. En estos momentos en que se discute una nueva legislación en el Senado y en la Cámara de Representantes, Bush actúa mediante el palo y la zanahoria: envía 6.000 guardias nacionales a controlar la frontera de Río Grande, facilita la construcción de centenares de kilómetros de vallas y de barreras para impedir el paso de vehículos en pistas rurales, pero también se pronuncia a favor de legalizar de forma gradual a la mayoría de indocumentados, siempre que paguen impuestos, dispongan de trabajo estable y aprendan inglés.

Pendiente del voto del Senado, en Francia se ha aprobado la ley Sarkozy, que toma el nombre del ministro del Interior y posible candidato de la derecha a la presidencia de la República. El modelo republicano francés de inmigración, asimilacionista, está en crisis. Ese modelo, que potencia el parecido, subraya la igualdad de derechos y deberes, favorece la pertenencia cultural y ciudadana frente al multiculturalismo y potencia el laicismo, ha tropezado con la dura realidad de las revueltas y la xenofobia: las diferencias insalvables entre una población teóricamente integrada en cuanto a derechos y deberes, pero devaluada desde el punto de vista socioeconómico y marginada en barrios periféricos. Comenta Sami Naïr que el principal obstáculo a la integración de inmigrantes en Francia es hoy la conjunción de una crisis de integración profesional, la competencia en el mercado laboral y el racismo de la población autóctona.

Nicolas Sarkozy ha puesto en circulación el concepto de "inmigración elegida": se elige cuántos y quiénes son aceptados en Francia, y se traslada el resto del problema a los nuevos países de inmigración, que habrán de bregar con el resto. Por ejemplo, a España.

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