Euforia azulgrana
Dicen que todo se pega, hasta la belleza. Viendo el repaso que le dió ayer el Barça al Madrid, se podría pensar que la euforia por el triunfo de Ronaldinho y compañía el miércoles en Paris había llegado también al Palau. Vive momentos de fiesta la sociedad blaugrana, y parece que su sección de baloncesto no quiere quedarse atrás. Al menos en esta semana que pasará a la historia del club.
Su ejercicio fue contundente, sobre todo en la primera parte, donde cimentó su victoria, y logró como pocas veces en esta campaña aunar efectividad con otras cuestiones más estéticas, lo que siempre es de agradecer. Mucha culpa la tuvo el de casi siempre, Juan Carlos Navarro, que para celebrar su reciente y justísimo galardon de MVP de la temporada, se cascó un partido enorme. No deja de ser curioso los rotos que una y otra vez causa este jugador cuando tiene enfrente una camiseta del Real Madrid. Si con su juego habitual ya forma parte del santuario baloncestístico barcelonista, esta pertinaz constancia en machacar al eterno rival le convierte sin lugar a duda en el ojito derecho de su afición. Ni Bullock, ni Sonko ni nadie que se le puso delante pudo parar la sangría que provocaba Navarro cada vez que cogía la pelota. Además, desarrolla sus habilidades con tal naturalidad que resulta desesperante para el contrario. Sólo le falta sonreir un poco más para convertirse en el Ronaldinho de la canasta, porque por su genialidad las comparaciones son obligadas.
Hubo más cosas interesantes, sobre todo en el bando de los vencedores. Quizás la más sorprendente fue el cambio de actitud de Williams. El base estadounidense, que en las últimas citas importantes como la final a cuatro confundió la individualidad con el individualismo, se dio la vuelta como un calcetín. En lugar de poner sus opciones de juego en primer lugar, se dedicó a ejercer de base clásico, de esos que abren su mirada y hacen jugar. El más beneficiado fue Navarro, que respondió al cambio de tercio con varias acciones marca de la casa. Si este Williams hubiese aparecido en Praga, quizás la historia hubiese sido distinta.
Del Madrid poco que decir. Su inferioridad fue manifiesta y sin duda estuvo lastrado por los últimos acontecimientos desafortunados en forma de bajas inesperadas de Rakocevic y Hamilton. Se presentó en sociedad el búlgaro Videnov, y en la primera jugada demostró que tiene talento anotador. Salió de un bloqueo y en una décima de segundo cargó la mano y metió un triple. Pero ahí prácticamente se terminó su partido, cosa que no puede sorprender pues acaba de aterrizar.
Quizás la mejor noticia, visto lo visto, es la aparente recuperación anímica que cierta relajación del Barça por la amplia ventaja permitió adecentar el resultado y hacerle pensar que en el segundo partido y en su ambiente, las cosas pueden ser distintas. Mucho tendrán que cambiar las cosas, pero si algo ha demostrado el Madrid es que no se rinde nunca, aunque las diferencias teóricas y ya observadas en este primer partido no inviten al optimismo. Todo lo contrario que en el Barça, cuyo equipo de baloncesto parece querer alargar la euforia en la que viven.
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