"La cultura de la izquierda es más elitista que la cultura conservadora"
Figura central de la vida intelectual italiana, este crítico literario y catedrático irrumpió con casi 70 años en la narrativa. El escritor, que publica sus memorias de infancia y su primera novela, habla de lo que significa cambiar de registro y hace balance de la "decadente" situación de su país.
"La decadencia política y económica no ha encontrado una respuesta adecuada en las fuerzas culturales"
"Si topé con algún problema, fue el de resistir la tentación de valorar mi propio trabajo con ojo crítico a medida que lo componía"
Alberto Asor Rosa (Roma, 1933) es una figura totémica de la cultura italiana. Catedrático de Literatura, crítico comprometido y director durante años de Rinascita, semanario del PCI, en 2002 cruzó una frontera esencial e irrumpió en la narrativa con El alba de un mundo nuevo, una autobiografía de su infancia. En 2005 publicó otro retazo de sus recuerdos, Historias de animales y otras vidas.
PREGUNTA. ¿Por qué un crítico y ensayista decide un día, ya en la madurez, que quiere hablar de sí mismo?
RESPUESTA. La cosa está relacionada con lo que usted, con mucha gentileza, llama madurez. En un cierto punto de mi vida experimenté de forma espontánea la necesidad de volver atrás por dos razones. Primero, porque si no hubiera intentado escribir acerca de mi pasado lejano habrían perecido de forma definitiva algunas cosas muy importantes para mí. Segundo, porque de ese pasado de hace más de 60 años sólo quedan ya las grandes fechas, los acontecimientos históricos, pero no lo que pertenece a la memoria individual, a la vida cotidiana. Mi infancia coincidió con la Segunda Guerra Mundial. Nací en 1933, tenía seis años en 1939 y 12 en 1945. Si reconstruyo mi infancia, reconstruyo una pequeña parte de un periodo de gran importancia en la historia italiana y europea. Uniendo esos dos elementos, la memoria privada y la memoria colectiva, nació el primer libro, El alba de un mundo nuevo.
P. El segundo libro, Historias de animales, es también autobiográfico. Pero se refiere a una época reciente y está filtrado por la voz de su gato y su perra, que ejercen como narradores.
R. Hablar del presente es más difícil que hablar del pasado, al menos para mí. Asumir la voz de los dos animales me permitió establecer una mediación entre mi persona y el mundo. Yo atribuyo a esas entidades animales una capacidad de percepción distinta a la nuestra, una sensibilidad que permite ver de forma más profunda.
P. ¿No es un recurso contra el pudor del crítico que decide escribir?
R. Lo es.
P. Bien, ahora ya es un escritor reconocido. ¿Cuál es el siguiente paso?
R. Quizá porque no soy un escritor profesional, en las dos obras de que hablamos he utilizado un mismo método: anotaba impresiones y recuerdos cuando se presentaban y al final, con esas piezas, componía el rompecabezas. El gato y la perra que narraban la segunda obra ya no existen. De mi perro de ahora, Pepe, están llegando algunos fragmentos, pero no sé si acabará saliendo algo.
P. Usted es un crítico que se ha pasado la vida juzgando las obras ajenas. ¿No hubo momentos de bloqueo, de miedo, cuando se expuso al juicio ajeno con su primer libro, en el que la voz no era gatuna, sino totalmente suya?
R. No, qué va. Posiblemente porque no tenía nada programado, el texto surgía de un montón de notas y cuando tomó forma de libro ya era demasiado tarde para plantearse ciertos problemas. Por otra parte, los otros críticos me han tratado muy bien. Si topé con algún problema, fue el de resistir la tentación de valorar mi propio trabajo con ojo crítico a medida que lo componía. Eso habría sido un impedimento muy grave. Lo evité porque se produjo una especie de desdoblamiento. El crítico y el narrador escriben de forma distinta.
P. Usted fue un crítico militante de la izquierda. ¿Es aún posible hacer una literatura comprometida?
R. No se dan las condiciones. Un compromiso político directo me parece imposible y, en cualquier caso, erróneo. Desde ese punto de vista, siento una gran admiración hacia Philip Roth, que habla de forma implacable del mundo contemporáneo y aborda problemas de gran dimensión histórica a través de las historias individuales de sus personajes.
P. Cuando el compromiso era posible, la producción cultural italiana era exuberante. Pero la fuente de la creatividad pareció secarse en los años ochenta. ¿Qué pasó?
R. Creo que a partir de los ochenta Italia entró en una fase de decadencia. Desde un punto de vista político, esa fase empezó con el fracaso de la hipótesis del "compromiso histórico" entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano. Yo discutí con intensidad ese proyecto, pero representó el último intento de encontrar un formato propio para la Italia salida de la guerra y de la Resistencia. Desde entonces avanzamos a ciegas, con ensayos más y más catastróficos hasta el triunfo del berlusconismo, que constituye, en términos absolutos, uno de los peores periodos de la historia italiana.
P. Las decadencias suelen ser culturalmente fértiles.
R. No en este caso. La decadencia política y económica no ha encontrado una respuesta adecuada de las fuerzas culturales. Han reaccionado algunos fragmentos de las instituciones, como la justicia o la escuela, pero no la cultura. Hay fenómenos individuales como Umberto Eco o Claudio Magris, pero no impulsos colectivos. Nos refocilamos en el conformismo.
P. Los personajes de su primer libro, el de los recuerdos de la guerra, también transpiran conformismo. Permanecen pasivos, a la espera...
R. Es un elemento de la tradición italiana. El catolicismo tiene ese tipo de efecto sobre la conciencia civil de los pueblos. Ahora disponemos de una oportunidad que pende de un hilo. Veremos si en los próximos años renace la Italia resistente o sigue prevaleciendo la Italia conformista.
P. La cultura de izquierdas sufre últimamente acusaciones de antipatía, de elitismo, de soberbia.
R. Puede decirse que la cultura de la izquierda es más elitista que la cultura conservadora. Ésa es la diferencia entre la auténtica cultura y el populismo, que lo reduce todo a fórmulas elementales y, hasta cierto punto, resulta más comprensible. Se supone que la mediación entre las posiciones culturales que, en mi opinión, no pueden no ser complejas, y el saber popular, corresponde a la política. Los políticos deben traducir las posiciones de los filósofos y los historiadores al lenguaje de la gente. Está fallando la política de izquierdas, que se muestra incapaz de ir más allá de las cuestiones concretas y de hacerse cargo del transporte de los valores fundamentales. La política de izquierdas se ha reducido a la gestión cotidiana.
P. Su padre fue un empleado de una empresa pública interesado en la política y en la cultura. ¿Cómo se sentiría en la Italia de hoy?
R. Mi padre, pobrecillo, sufrió antes de morir varias desilusiones graves respecto a su pasado de antifascista y de modesto resistente. Le decepcionó, por ejemplo, el socialismo, que en los años sesenta estableció acuerdos con la Democracia Cristiana y se alejó de la izquierda. Al final de su vida se sentía muy confuso, porque no tenía ningún motivo para convertirse en comunista pero tampoco podía transformarse en un conservador. El socialismo había iniciado el camino que desembocó en un fenómeno aberrante como Bettino Craxi, y ya entonces el pobre hombre no sabía dónde ubicarse. Creo que hoy se vería reducido a la desesperación, porque de su mundo no queda nada.
P. ¿No es eso bastante frecuente? Me refiero a la gente de izquierdas que no se siente a gusto con los partidos existentes.
R. No se debe exagerar ni generalizar, pero sí, existe una franja amplia de la sociedad italiana que se siente de izquierdas pero no se siente cómoda con la actual izquierda y sólo se moviliza para conseguir objetivos básicos y elementales, como derrotar a Silvio Berlusconi, algo que acabamos de conseguir a duras penas.
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