Gélida infancia
Una cama de nieve parece estar hecha de silencio y de frío, ya que refleja un trato humano en el que predominan el silencio y el frío; nos habla del vacío del presente y de un pasado inasible. No se apoya tanto en una historia, sino que recrea los estados de ánimo y las sensaciones de un mundo claustrofóbico y angustiante: el de la infancia desdichada. Sin embargo, no repara en la violencia doméstica o en las imposiciones del poder paterno, sino que trasluce la soledad del niño y la crueldad del desamor.
La mejor literatura alemana contemporánea la escriben actualmente autores procedentes de la antigua RDA. Roswitha Haring (Leipzig, 1960) antes sólo había publicado relatos, pero siendo Una cama de nieve un debut, a primera vista se reconoce que no se trata de un trabajo de principiante, precisamente porque se mueve en este terreno tan difícil de las vibraciones atmosféricas y los efectos psicológicos. Haring apunta muy alto con el tema de la infancia destruida y del pasado enterrado en el silencio. Y escribe con una pericia envidiable -maneja la técnica del corte cinematográfico con asombrosa eficacia-, revela una gran seguridad estilística y mantiene la tensión narrativa de la primera a la última línea. El reconocimiento de estas cualidades recorrió todos los suplementos serios de los grandes periódicos alemanes, donde recibió críticas unánimemente favorables. En 2003 le fue otorgado, además, el Premio Aspekte para el mejor libro del año.
Una cama de nieve
Roswitha Haring.
Traducción de M. Pous.
Acantilado. Barcelona, 2006.
131 páginas. 11 euros.
Un llit de neu
Roswitha Haring.
Traducción de Mariona Gratacòs.
Quaderns Crema.
Barcelona, 2006.
131 páginas. 11 euros.
Una cama de nieve está contada enteramente desde la perspectiva de su protagonista, una muchacha de 13 años que no comprende lo que ha sucedido en su familia. Sólo constata que, en algún momento de su infancia, se acabaron las visitas de los tíos chistosos y de las primas con los peinados cardados. Se acaban estas visitas, y en su lugar la tristeza ha invadido su casa. El presente se le ha vuelto tan uniforme que sólo se diferencia por el periodo en que debe ir al colegio y por la época de vacaciones; del pasado no recuerda ningún acontecimiento terrible, porque éste le ha sido ocultado. Pero sufre de lleno las consecuencias de la rotura de los lazos familiares, ya que cae en el más absoluto abandono emocional por parte de los padres. Y esta chica aburrida y tímida, que se aísla en el sórdido piso de sus padres, tumbada en el sofá y comiendo cajas enteras de terrones de azúcar, es enviada a casa de uno de los tíos para pasar las vacaciones de invierno. Durante esta semana fuera de la cueva protectora del hogar, sale también de la cáscara de pasividad e ignorancia autoimpuesta: empieza a preguntar y efectivamente los tíos le cuentan algo. Y entonces se produce el acontecimiento inaudito de la narración: la muchacha llora ante las revelaciones del tío, mientras éste la observa fríamente.
Sin embargo, el abuso sexual
de la hermana mayor por parte de otro tío no se relata, sólo se insinúa. La autora mantiene en todo momento la perspectiva de la adolescente, aún incapaz de interpretar el alcance de los hechos. En Una cama de nieve no hay tragedia ni conflicto moral. Sólo el sordo dolor de una pérdida. Y un fervoroso e incontestado deseo de felicidad. Roswitha Haring no cede a la tentación de arreglarle la vida a su protagonista. Las últimas líneas del libro resumen una pesadilla: "Estoy en un trampolín y tengo que saltar a la piscina. Me prohíben mirar abajo, no sé a qué altura me encuentro, ni siquiera si hay agua dentro". Su mérito radica en haber enfocado el momento en que la infancia deja de ser un espacio protegido.
Roswitha Haring. Una cama de nieve. Traducción de M. Pous. Acantilado. Barcelona, 2006. 131 páginas. 11 euros. Un llit de neu. Traducción de Mariona Gratacòs. Quaderns Crema. Barcelona, 2006. 131 páginas. 11 euros.
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