_
_
_
_
Tribuna:EJE RECOLETOS-PRADO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Debatamos sobre cultura y ciudad

El autor analiza la reforma propuesta para el eje Recoletos-Prado y asegura que no parece satisfacer los niveles de consenso, y que a Madrid le falta un modelo urbanístico.

Sentí no poder asistir a la concentración del 6 de junio, pero prometo no faltar a las próximas porque como ciudadano me siento afectado por el futuro de uno de los espacios simbólicos más importantes y atractivos de nuestra maltratada ciudad y, como arquitecto, creo que la Operación Prado constituye una excelente oportunidad para debatir en profundidad sobre la forma de hacer, vender y consumir cultura urbana en Madrid.

Y es que creo que el Prado expresa muy bien esa especie de síndrome galáctico que padecen nuestras autoridades, por el que tratan de compensar la falta de una visión integral y estratégica sobre Madrid, recurriendo a una estresante concatenación de operaciones estrella, muy rentables a corto plazo, pero que, desligadas de esa visión general, pueden acabar ofreciendo insatisfactorios balances en sí mismas y distraernos de retos estratégicos más importantes.

¿Está justificada la Operación Prado? Se ha escrito y se va a escribir mucho sobre esta operación, por lo que yo quisiera superar la tentación de polemizar sobre sus detalles para poder reflexionar sobre el fondo de su lógica argumental.

¿Qué nivel de identificación colectiva y excelencia integral deberíamos exigir a una actuación sobre uno de los espacios simbólicos más importantes de Madrid? ¿Qué resultados ciertos justificarían dedicar importantes recursos públicos de gestión y económicos para abordar la transformación de uno de los pocos espacios con el que nos sentimos identificados y razonablemente satisfechos los madrileños? ¿Existen condiciones de partida, internas y externas, a la propia operación para que realmente se pueda alcanzar el nivel de excelencia deseable en sí misma y en su entorno? ¿Se pueden superar las contradicciones existentes recurriendo a la convocatoria de un concurso entre los me-jores arquitectos del momento?

Mi opinión es que la propuesta elaborada para El Prado no parece satisfacer los niveles de consenso y excelencia deseables, no justifica el enorme despliegue de energías de todo tipo que requiere su realización, y limitar la discusión a una cuestión semántica sobre si se tira, trasplanta o replanta cada árbol afectado, evita enjuiciar la mayor. Es decir, si realmente la operación constituye una prioridad estratégica en Madrid y si los objetivos exigibles a la misma -entre otros, pero no sólo, la imprescindible conservación de la arboleda como patrimonio natural y cultural de los madrileños- son realmente viables a partir de las condiciones de partida, por ejemplo, la intensidad de los flujos de tráfico requeridos en la zona por el modelo de movilidad vigente en Madrid.

Soy un firme defensor del interesantísimo juego que pueden ofrecer las llamadas operaciones estrella para conseguir cambios sustantivos en múltiples aspectos clave en las ciudades; baste recodar los extraordinarios efectos socioeconómicos, culturales y de promoción-ciudad inducidos por el Museo Guggenheim, en un momento en que Bilbao atravesaba una gravísima crisis industrial e identitaria. Y sería un disparate renunciar a ellas en Madrid.

Mi escepticismo surge cuando sospecho que un cierto síndrome galáctico pueda estar invadiendo la gestión política de una ciudad que, como pieza básica del sistema urbano en el sur europeo, se halla sumida en un desarrollo efervescente con el correspondiente proceso de desajustes socioeconómicos, urbanísticos y medioambientales.

Cuando expertos europeos viajan a Madrid se sorprenden y admiran por la cantidad de operaciones que la ciudad tiene en marcha; pero cuando profundizan en el análisis de los sistemas vitales en que se sustenta la exuberancia de nuestro pujante desarrollo, su admiración inicial palidece y empiezan a surgir las dudas sobre la eficiencia de las estrategias e inversiones institucionales y el predominio de lo inmobiliario y lo mediático con relación a la atención que reciben los retos de fondo que nos depara el inmediato futuro.

Creo en las miradas sistémicas, en la complejidad y en la interrelación entre lo físico, lo económico, lo cultural, lo psicológico, lo relacional, etcétera, en la ciudad, pero lo que me preocupa de nuestra forma de valorar la cultura urbana actual en Madrid es el posible exceso de seducción por el atractivo de las arquitecturas con relación a sus propios contenidos, por lo adjetivo y lo notorio frente a lo sustantivo, por lo inmediato y el corto plazo frente a los requerimientos de futuro, y pienso si no estaremos un tanto alienados por una coyuntura de abundancia que elude la incomodidad de hacer frente con lucidez a los problemas reales a los que nos enfrentamos aquí y allí, ahora y mañana.

Porque si fuera así, si ese ensimismamiento fuera real, correríamos el peligro de estar haciéndole el juego y festejado un conjunto de valores y una cultura urbana lastrada por lo efímero del momento que nos estaría distrayendo con relación a nuestras prioridades de acción en un mundo cada día más complejo y cuajado de contradicciones. Porque si ello fuera cierto, sería prioritario recuperar la cordura de un discurso urbano renovado, anclado en la ética de la lucidez, la mesura y la responsabilidad.

Un repaso por la realidad madrileña apunta maneras nada tranquilizadoras. Así, por ejemplo, llama la atención que sin disponer de estrategias de fondo capaces de ofrecer alternativas solventes al desbordado modelo de movilidad en nuestra ciudad, se venda como el colmo de la modernidad la puesta en marcha de costosísimas operaciones viarias que, como la M-30, van a endeudar al Ayuntamiento por décadas; que rindamos culto y declaremos iconos de la nueva cultura urbanística a todo un repertorio de formas arquitectónicas cada vez más sofisticadas, que derrochan recursos escasos en su ciclo de vida y proyectan lenguajes, valores y costes distantes de los problemas reales de nuestras sociedades; o que mientras se publicita la Operación Prado y debatimos apasionadamente sobre la defensa de su arboleda y otros elementos urbanos, apenas se dé importancia en los medios al conocimiento y discusión sobre lo que está pasando en las mucho más comprometidas operaciones de rehabilitación integral y mejora de la convivencia en los barrios más conflictivos y con mayor inmigración de Madrid.

Resulta contradictorio que en medio de la opulencia económica y la acción frenética nos sintamos tan insatisfechos con la calidad de vida urbana. Por eso nos resistimos a que se transforme una de las áreas de mayor calidad de Madrid y por eso es tan importante preguntarnos por qué ya no somos capaces de producir nuevas piezas urbanas contemporáneas de similar atractivo en la ciudad moderna; por qué asumimos con mansedumbre la banalidad de un nuevo "espacio inmobiliario" que produce edificación pero no crea ciudad para la convivencia; y por qué Madrid parece destinada a consumir cada vez más recursos escasos y a generar más contaminación y estrés urbano. Realmente, todos cuantos tenemos que ver con el desarrollo de nuestra ciudad deberíamos pensar en anunciar a la ciudadanía la crisis cultural de nuestro urbanismo.

Terminando con El Prado, saludo la frescura de la rebelión de la baronesa Thyssen en defensa de su museo y celebro la decisión del alcalde Gallardón de ampliar el plazo de alegaciones y posibilitar el debate sobre la operación. Pero podríamos perder la ocasión que se nos brinda si olvidáramos interrelacionar la discusión sobre la operación en sí misma y la forma en que estamos haciendo, vendiendo y consumiendo cultura urbana en Madrid.

Fernando Prats es arquitecto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_