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Columna
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El abejorro

Antonio Elorza

En su libro Capitalismo americano, el economista John Kenneth Galbraith, recientemente desaparecido, comparaba en clave de humor el éxito histórico del sistema capitalista en Estados Unidos con el extraño caso del abejorro, insecto que de acuerdo con Newton no debiera volar, por su gran peso, y que sin embargo lo hace. En la experiencia política reciente de nuestro país, el buen resultado conseguido por un experimento político-administrativo de tanto riesgo como la construcción del Estado de las Autonomías puede parecer una aplicación del citado caso, si bien en el cambio incidieron favorablemente factores muy concretos, tales como la coyuntura económica ascendente, con el viento en popa europeo, y el margen disponible para un incremento de la presión fiscal. Ahora se dispone a entrar en escena otro abejorro, el nuevo Estatuto catalán, una vez aprobado su texto por el Senado. Augurémosle un buen vuelo, por encima de las críticas ya vertidas. Nos va a todos los ciudadanos mucho en el asunto.

Sin embargo, las últimas etapas de la fase de debate parlamentario vienen a probar que el procedimiento adoptado ha sido sencillamente malo, y que hubiese resultado factible alcanzar una redacción más coherente e integradora de disponer el juego a partir de aquellos actores que de modo real desearan una solución en que el incremento del autogobierno engarzara con un constitucionalismo efectivo. En otras palabras, renunciando de antemano a someter el contenido del proyecto de Estatut a la prioridad de mantener y afirmar el tripartito como coalición de gobierno en el Principado. Ahora, a fin de cuentas, el apoyo político a la nueva norma sale cojo, con la defección de uno de sus principales promotores que compartirá voto con el constitucionalismo a ultranza del PP. El texto final es fruto de un regateo permanente, artículo a artículo, y tema a tema, hasta el esperpento final del tira y afloja sobre el aeropuerto de Barcelona, con el Gobierno en el papel de corrector, sin que se dejase ver por lado alguno el proyecto federalista que en principio defiende el PSOE desde la reunión de Santillana. Así las cosas, es prematuro hacer siquiera un anticipo de balance, ya que sólo el funcionamiento efectivo de las normas en su aplicación dará cuenta de la articulación o la fractura entre el autogobierno catalán y el orden constitucional.

Hubo tres principales vicios de origen. El primero, abandonar por parte del presidente Zapatero la iniciativa en su correligionario Maragall, sin percibir la ausencia de realismo y la voluntad de inserción en la mentalidad catalanista que caracterizaba a su forma de plantear el tema. Aun admitiendo que el famoso preámbulo puede escaparse a las consideraciones legales, su simple lectura informaba acerca de la visión particularista y excluyente en que iba a situarse de entrada la redacción del articulado. El asunto se ha resuelto mediante el recurso a decir unas cosas hacia Cataluña y otras hacia Madrid, tanto en el tema de la nación, como en el de la bilateralidad o en el del idioma. Si ha sido la convergencia de dos soberanías, como propone Maragall a toro pasado, la incompatibilidad con el orden constitucional no requiere más pruebas.

El segundo vicio fue la aceptación ingenua de que no surgirían problemas mayores en cuanto a la acción conjunta de los tres componentes del tripartito, dos de los cuales situaban sus metas en el terreno de la autonomía, mientras el tercero, ERC, lo hacía en el de la independencia. Al final la colaboración ha estallado, pero hubiese sido mucho mejor que desde un principio, antes de jugar a las uniones sagradas, Maragall y ERC hubieran concretado acuerdos, discrepancias y responsabilidades.

El tercer vicio consistió en no asumir desde el principio la exigencia de que el proceso cuasi-constituyente estuviera por encima del tema de la acción de gobierno. Una hábil maniobra de Zapatero consiguió lograr que a mitad de camino Artur Mas se sumara al coro de protagonistas, pero con una imagen de salvavidas político que en el futuro va a pasar una costosa factura a los socialistas catalanes. Hubiese sido mejor para todos que CiU interviniera en el nivel luego logrado, aun cuando eso supusiera una crisis del tripartito que a pesar de los esfuerzos ha terminado produciéndose.

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