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Columna
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Trueno

Tengo abierto ante mí un precioso libro que conmemora los primeros 50 años de un héroe de mi niñez. ¡El Capitán Trueno! Armonía Rodríguez ha reunido los hitos y los datos del personaje y las historietas creadas por el escritor Víctor Mora y pasadas al dibujo por Ambrós, es decir, Miguel Ambrosio Zaragoza, no menos creador. Con este volumen han vuelto los olores de mi infancia, de mi barrio; el pan y chocolate y el balcón en donde leía regularmente las aventuras del gran adalid de los oprimidos y de su cuadrilla: la activa Sigrid, Crispín el chavalote y el jocoso y buenazo Goliat. Por aquel entonces había también cursis tebeos de hadas para chicas, moderneces como Florita (me gustaba), que era como el Cosmopolitan en cómic para la represión y la educación doméstica.

Volviendo al gentil Trueno, no había semana, por mal que hubieran ido las cosas en el terreno de lo real, en que él no viniera con los suyos a deshacer gentilmente un entuerto y darle la razón a quien la tenía. La Edad Media por la que se movía como un rayo endulzaba el aire fétido de los años cincuenta. El chocolate y el pan sabían mejor, y los niños podíamos recomponer el maltrecho corral en donde albergábamos nuestros sueños.

Pero he abierto el libro precisamente el día en que ha aparecido en los periódicos el informe de la ONG Save the Children en el que denuncia la infame explotación de menores que se produce en los campos de refugiados de Liberia; explotación que podría afectar hasta a la mitad de las personas del género femenino de entre ocho y 18 años. Lo más terrible de todo es que sus explotadores son, entre otros, trabajadores humanitarios que están ahí para ayudarlas. Los campos se han convertido en vertederos de la inocencia, pudrideros de la niñez.

Sobre todo porque, ¿qué pequeña puede defenderse de quien llega disfrazado de Capitán Trueno para robar su infancia a cambio de comida, de un teléfono móvil, de ver un vídeo, de que tu familia no muera de hambre? Ya es bastante el turismo sexual a determinados países: sólo nos falta el altruismo violador para que la aberración sea completa.

Qué suerte, dentro de la miseria, tuvimos quienes pudimos conocer al verdadero, entero y honesto héroe Trueno.

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