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Columna
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Provinciano

Tuve una primera tentación de pasar las páginas locales de aquel periódico de provincias, incitado por las llamadas de los titulares de política nacional que anunciaban el soberbio espectáculo circense que disfrutamos. Pero el mucho tiempo muerto de que disponía me animó a leer lo que antes, despreciativamente, me limité a hojear. Una sensación de relajo y nostalgia empezó a embargarme desde esa realidad local y pensé que esta lectura era mejor que las pastillas contra la tensión que debo tomar todas las mañanas.

Las páginas locales son dulzonas, los problemas no son graves. Por mucho nervio que le pongan los evidentes jóvenes redactores que las escriben, por mucho calificativo enfático que derrochen en las peleas de los ayuntamientos, no deja de ser todo bastante tranquilo. Acaba dominando el espacio otorgado, foto incluida, al centenario del colegio de las monjitas o la llorada pérdida del cronista de la ciudad, gran conocedor de los vinos de la provincia con afamada denominación de origen. Es un periodismo que evita el susto y la emoción, resiste el sensacionalismo que hoy domina, abunda el ripio que acaba relajando y subyace un tono de publirreportaje discreto sobre lo buena que es la gente del lugar, que al fin y al cabo es la que compra el periódico. Luego, al día siguiente, cuando uno vuelve a casa y lee las páginas de su ciudad, descubre que, más o menos, es lo mismo que leyó en Cuenca y que lo provinciano resulta necesario para sobrevivir.

La culpa del desprestigio de lo provinciano la tuvieron los cómicos de Madrid. Antes, en la historia, la palabra provincia provenía nada menos que de Roma, tenía prestigio. Habiendo sobrevivido a la barbarie, la Ilustración la recuperó para los diferentes territorios surgidos en la división administrativa a mediados del siglo XIX, puesto que ese nombre sólo lo disfrutaron antes las provincias vascongadas, entonces, "las provincias" por antonomasia. Aquellos actores decían con mal tono lo de hacer la gira de provincias, o la temporada de provincias, que suena casi peor, que inmediatamente sugería el tren correo y la carbonilla en los ojos, tristes teatros de posguerra y peores pensiones Y así, entonces, el término provincia se fue desprestigiando. Ahora resulta que es lo tranquilo, lo sosegado, lo culto, lo civil, lo cotidiano, frente a lo radicalmente político, como es lo autonómico y lo nacional, que son de infarto.

Miro las páginas locales cuando vuelvo a casa y me embarga esa sensación de Cuenca o Teruel, relajada y tranquila, sobre todo ahora que Ibarretxe parece desaparecido en combate o perdiendo el tiempo contando los cuentos de Mirari. Páginas locales sazonadas por alguna noticia escabrosa. O heroicas, del humilde heroísmo de lo cotidiano ante la inseguridad que prolifera. La noticia de la camarera valiente, auténtica Agustina de la barra, que fue atracada en su local. El asaltante entró cuando estaba sola en su bar, la redujo pistola en mano y la dejó atada en la cocina mientras robaba la caja. Pero entró un cliente. El atracador se hizo pasar por el camarero y, mientras le preparaba un café al recién llegado, a nuestra heroína le dio tiempo a desatarse, armarse con la pistola del asaltante y un cuchillo de cocina y salir a la carga, poniéndole finalmente en fuga. Y lo hizo sin cursillo de Mosad, sin plus de peligrosidad ni chaleco antibalas, dejando simplemente claro que en su tasca manda ella. Esa gesta, donde no están implicadas las grandes instituciones, sólo te la pueden traer las páginas locales. De haber sido un policía, hubiéramos tenido reportaje fotográfico y la presencia, para no perderse las fotos, de los responsables políticos. En lo vecinal no hay tanta propaganda.

Pero hay provincias y provincias, esto ni es ni Cuenca ni Teruel. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea puede condenar a España por no recuperar las ayudas fiscales que las diputaciones de nuestras provincias concedieron a empresas y que fueron declaradas ilegales. Provincias un poco avispadas, porque, si bien ellas pusieron todas las ventajas cuestionadas por Bruselas, el que pague las consecuencias puede ser el Estado. Ya verán ustedes cómo el odiado Estado no es capaz de descontarlo del Cupo. Como puede verse, hay provincianismo y provincianismos, y el nuestro tiene mucha carga política.

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