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Columna
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Un vaso de vino

El pasado día 2 de mayo el Parlamento de Andalucía aprobó el primer Estatuto de su historia. Una aprobación que solo contó con los votos del PSOE y de IU, pues PP y PA votaron en contra. Es texto que, como comentaba hace unos días el cardenal Amigo, no es muy conocido por los andaluces. Decía -pienso que con cierta dosis de perplejidad- que los andaluces conocían más el Estatuto catalán que el andaluz. En cierta medida participo de su opinión. El debate, por parte del PP y el PA, ha sido planteado en términos absolutistas, tratando de imponer su criterio minoritario sobre la mayoría parlamentaria a la que se ha querido someter. Unos, arrastrando el posicionamiento nacional y queriendo hacer ver que la ruptura de España es un hecho y así, primero Cataluña y ahora Andalucía. Otros, como el PA, buscando como desesperados que se incluya el término nación como definición de Andalucía, para convencernos de un nacionalismo en el que por sus hechos nunca han creído. Ambos grupos con el no por delante. Ha sido, entiendo, una forma simplista de enfocar el nuevo Estatuto. Han sido, también, unas maneras que han buscado introducir un debate limitado a la definición de Andalucía, descansando la discusión en realidad nacional, nación o realidad histórica. No es extraño que, como dice monseñor, pueda ser más conocido en términos coloquiales el Estatuto catalán; después de todo se les atribuye ser los primeros en "romper" España. Claro que no será tanta la ruptura cuando el PP, por boca de su presidente andaluz, ya ha anunciado que no piensa recurrir el Estatuto andaluz ante el Tribunal Constitucional. Sin duda porque sabe, más allá de sus palabras, que nacionalidad y realidad nacional son términos acuñados por la propia Constitución en su artículo 2º; porque sabe también que ni en el Preámbulo del nuevo Estatuto ni en su articulado se rompe la unidad del Estado. En fin que es triste que los debates hayan ido por este terreno, cuando hay tantos que merecían la pena recorrer.

Y así hoy, cuando escribo, conozco que Jorge León Escudero murió el pasado sábado en Valladolid. Una persona que se encontraba en estado pentapléjico; que sólo podía mover los labios; que se mantenía con vida mediante respiración mecánica y que necesitaba de una grúa para ser trasladado de la cama a una silla. Se sospecha que alguien, y al igual que pudo suceder con el gallego Ramón Sanpedro, le ha ayudado a morir. No sé si esta sospecha se hará realidad. Tampoco, de haber existido esta ayuda, si la persona que la prestó sería responsable penalmente, dada la redacción del actual artículo 143 del Código Penal español. Lo que sí sé es que me ha venido a la memoria uno de los nuevos artículos del Estatuto para Andalucía. He recordado su artículo 20, en el que se declara: "Se garantiza a todas las personas el derecho a vivir dignamente el proceso de su muerte". Un precepto, sobre cuyo contenido, hubiera deseado ver a los grupos políticos -a todos sin excepción- discutir y mostrar su conformidad o disconformidad. Conocer sus posicionamientos. Saber si la vida está por encima de la libertad y de la dignidad de la persona. Si la vida, que está íntimamente unida a la muerte hasta el punto que no se entiende una sin otra, debe vivirse cuando está vacía y la persona que la sufre, que no puede tirar de ella por si misma, decide adelantar el momento fatal.

En fin que hoy sé mucho de realidad, nacional, de nación y de nacionalidades, sin embargo no tengo muy definidas qué posiciones tienen los grupos políticos en algo tan importante, como es disponer de mi vida si deseo y no puedo hacerlo porque solo tengo vivos mis labios. Si acaso sé que tanto PSOE como IU, con su apuesta por el nuevo texto, han dicho que sí. De todas formas ya que ha salido el Estatuto adelante y, dado que la mayoría de las comunidades cuentan con leyes de declaración de voluntad vital anticipada, terminen de desarrollarlas y el Congreso deje de rechazar cuantas proposiciones de ley se dirigen a modificar la legislación estatal, en el sentido de que en casos límites la libertad y la dignidad de las personas les permitan morir sin sostener una vida que ya ha dejado de sostenerse. En cualquier caso, y mientras llegan, hoy, tal como quería Jorge León y ha pedido en su testamento, voy a tomarme un vaso de vino en su nombre.

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