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Columna
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Verduras y devaneos

A los poetas les preocupaba entonces la ruina que causa el tiempo, los estragos de su paso implacable. ¿Qué fue de la belleza de Flora, la romana; qué fue de la sabiduría de Eloísa?, se preguntaba François Villon, "¿qué fue de las nieves de antaño?" Y parecida interrogación encontramos en las Coplas de Jorge Manrique: "¿Qué fue de tanto galán? ¿Qué fue de tanta invención como truxieron?" "¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores?" En realidad los poetas nos están aconsejando que vivamos la vida en tiempo real, que nos la comamos mientras aún está fresca, porque enseguida va a llegar su ago(s)tamiento. No dejes, en fin, para mañana lo que puedas hacer o resolver hoy.

A la velocidad a la que se mueven las noticias públicas, los acuerdos o desacuerdos institucionales, los problemas sociales detectados, las promesas políticas de solución; a la velocidad a la que todo eso sucede y se sucede, el pasado le llega enseguida a la vida política, a veces de un día para otro. La pregunta del "¿qué se hicieron?", esto es, la comprobación de la vigencia o caducidad de las declaraciones públicas se vuelve entonces esencial. El grupo parlamentario socialista le preguntó hace poco al Gobierno vasco qué se hizo de la promesa (electoral y de la última investidura de Ibarretxe) de crear un Observatorio Vasco de Derechos Humanos y de Libertades. Porque han pasado muchos meses desde ese anuncio-compromiso y del asunto se sabe aún bastante poco. A lo mejor el lehendakari ha decidido que ya no es momento para tales observaciones, habida cuenta de los nuevos contextos. Debería aclararlo para que no pensáramos lo peor, que fue anuncio en el aire, promesa como flor de un día destinada a acabar en agua de borrajas o, como diría a su manera Jorge Manrique, en la borraja misma: "¿Qué fueron sino verduras de las eras?"

"Verduras de las eras" que, como no se rieguen a tiempo y se recojan en plazo, se echan a perder. Como las campañas de fomento de la lectura. En los últimos treinta años se han debido de hacer toneladas, con resultados que tiernamente calificaré sólo de decepcionantes. Acabamos de celebrar un año más el Día del Libro y de lamentarnos, como casi siempre, de la pobre salud del hábito de la lectura. No sólo está atascado el número de lectores habituales u ocasionales, sino que, en los últimos cuatro años, ha subido 10 puntos el número de vascos que nunca lee. ¿Qué se ha hecho con tanta campaña? O cómo se han hecho y evaluado para dar tan escaso fruto.

Jorge Manrique me ayuda también a rescatar otro tema de los olvidados nada más nacer, de los echados a perder en brote. "¿Qué se hicieron", pregunta, "las llamas de los fuegos encendidos de amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían?" Porque volvemos a estar en plena campaña de la Renta y el fuego de esos versos me ha devuelto al incendio que provocó, en la sede de Hacienda de Errotaburu, uno de los guardias de seguridad contratados para custodiar el edificio. No sólo incendió, sino que además asesinó a un compañero y las preguntas que entonces nos hicimos fueron del tipo: ¿quién nos guarda de los guardias de seguridad elegidos no con criterios institucionales sino empresariales? ¿Es aceptable, por esa y otras razones, que la vigilancia de los edificios públicos esté en manos privadas? Personalmente creo que no, pero a lo que voy es a que ese hecho tan grave no abrió un verdadero debate, sino sólo el cajón de los revuelos puntuales y la ventanilla de las promesas públicas (el diputado general de Guipúzcoa llegó a hablar incluso de una vuelta de los miqueletes). ¿En qué ha quedado todo eso después de casi un año? Pues en la reciente convocatoria por parte de la Diputación guipuzcoana de un nuevo concurso público para adjudicar, a esa misma o a otra empresa privada, la vigilancia de sus dependencias. Sigue preguntándonos, advirtiéndonos, Jorge Manrique: "Las justas y los torneos, paramentos, bordaduras y cimeras, ¿fueron sino devaneos?" Verduras y devaneos, digos políticos donde dije diegos de la misma condición, o al revés, porque en realidad ¿qué dije? ¿qué diré?

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